Octavo libro de la saga colores.
Lady Pepper Jones terminará raptada por un misterio rufián de poca paciencia y expresión dura, prisionera y en manos del desconocido, no tendrá más remedio que ser la presa del lobo, mientras que Roquer, lidiará con su determinación de cumplir con su venganza y la flaqueza de tener a una hermosa señorita a su merced.
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7. Huída
...PEPPER:...
Me dolían las muñecas, así que me rendí de soltarme de esa manera, eran inútiles mis esfuerzos, nunca podría liberarme y mucho menos escapar.
Debía calmarme, llorar no resolvía nada, pero la intriga de lo que podía pasarme me tenía muy asustada.
Ese lunático estuvo a punto de cortarme, se veía a leguas que disfrutaba del sufrimiento ajeno, iba a torturarme, jugar conmigo.
Observé el suelo.
Algo llamó mi atención.
Era un pañuelo.
Lo reconocí, mi pañuelo color olivo.
Me quedé pensando.
Recordé al matón del mercado.
¿Era él el quién me rapto?
Entonces no era casualidad que se hubiese acercado.
Debí hacerle caso a la doncella.
Si ese desgraciado hacía esto por venganza evitar el mercado no me hubiese salvado, llevaba tiempo vigilando, estudiando mis debilidades.
Tenía tanta sed, quería beber agua.
La crisis había hecho de las suyas, seguía tosiendo y respirando con dificultad.
La puerta se abrió y me quedé quieta.
Un hombre con cicatrices en el rostro, delgado y con el cabello rapado entró.
Este no era el sujeto del mercado.
Supuse que había muchos rufianes en ese lugar.
Una mujer de piel oscura, robusta, también de cabello rapado le siguió.
— Hola, princesa — El sujeto me evaluó como si fuese un postre.
— No tiene lengua ¿Lobo ya se la cortó? — La chica se acercó más, evaluó mis ropas.
Me pegué a la pared.
¿Lobo? ¿El sujeto del mercado?
— Es tan flacucha su piel parece papel, débil — Dijo la mujer, tomando mi barbilla, me solté, soltando un gruñido — Ooh, se irritó la florecita.
— Es muy linda — El sujeto observó mis piernas, quitó la única zapatilla que me quedaba y la aventó al suelo.
Empecé a temblar más fuerte.
Tocó mis piernas y me estremecí.
— No retes a Lobo, ordenó que no la tocaras — Gruñó la mujer.
Llevaba pantalones ¿Qué clase de mujeres eran la costurera y ésta?
— Podría tocarla un poco, no está, no se va a enterar — Dijo el infeliz, rompiendo mis medias con los dedos.
Lo intenté patear, soltó una carcajada.
Solté más lágrimas.
— La conejita se puso rabiosa.
— No... No me hagan nada...
— ¿Todas las nobles son igual de asustadizas? — Su mano se elevó más, hacia mi muslo — Delicadas y hermosas, me está apeteciendo raptar a una.
La mujer sacó una daga — ¿Por qué no vemos si sangra azul?
— No, no — Jadeé, llorando.
Ambos rieron.
— Mírenla, ya no es intocable.
Sentí un ardor en el brazo.
Apenas y pude notar cuando la mujer me cortó, un corte pequeño apareció, la sangre brotó.
— Rojo, así que no te creas tanto — Dijo la mujer, lamiendo la hoja — Estás hecha de la misma mierda, no deberías mirar al resto con altanería.
— No he mirado así...
Ambos rieron.
— Mírala, solo tiene miedo — El sujeto subió a la cama y elevó más su mano — Ven, yo te lo quito.
Intenté alejarme, las sogas no lo permitieron.
Lloré, me sacudí.
El sujeto enmascarado apareció, tiró de su muñeca, haciendo que soltara un quejido, lo aventó al suelo como una rama seca.
— ¡No le hice nada! — Gritó, elevando sus manos cuando lo tomó del cuello.
Lo aventó al suelo y se giró hacia la mujer.
— Fue un accidente — Dijo ella, guardando la daga rápidamente.
No tenía sentido que ocultara su rostro, ya sabía quien se escondía tras esa máscara oscura.
Tomó mi brazo y protesté cuando rozó mi herida.
— ¿Un accidente? — Siseó — Es mi juguete, solo yo puedo divertirme con él.
Me soltó bruscamente.
— Quería ver si sangraba azul.
— ¡Largo! — Gritó a ambos.
Los dos salieron silenciosamente.
— Agua, por favor — Pedí, temblando.
Se marchó y no comprendí nada.
Tal vez estaba planeando su siguiente tortura.
...****************...
Un golpe en el poste de la cama me hizo levantarme.
Me sentía más débil, el sueño era lo único con lo que podía contar, pero no había tranquilidad.
El sujeto estaba nuevamente frente a mí.
Destapó una cantimplora.
Tiró de mi brazo para levantarme a su antojo.
Llevó la boquilla a mis labios.
Antes de pensar si era agua o algún líquido para hacerme delirar, bebí desesperada.
El agua me dió dolor, pero también alivio, mi garganta se refrescó.
Quería seguir bebiendo pero alejó la cantimplora.
— Vas a orinar si sigues bebiendo.
— Más...
— No confundas esto con generosidad, me conviene tenerte con vida — Gruñó, alejándose — Solo yo puedo decidir cuando beberás, cuando comerás, cuando hablarás.
— Se quien eres — Dije y se quedó quieto — El sujeto del mercado, quien clavó una daga en el... Trasero de Adolfo — De nada serviría hablar elegante frente a un rufián que seguramente ni siquiera sabía leer.
Observó al suelo y recogió el pañuelo.
— No es nada inteligente de tu parte deducir algo tan evidente.
— Ya no necesitas cubrir tu rostro — Negué con la cabeza.
— Lamentablemente, no es una ventaja para ti conocer mi identidad.
— Mi padre vendrá por mí, te van a encarcelar, si es una ventaja cuando yo abra mi boca.
Me guardaría lo de Maude y la conversación que escuché.
— Para eso tienen que encontrarnos o tú tienes que escapar — Dijo, cruzando sus gruesos brazos — Algo que jamás pasará... Si pasa, me aseguraré de cortarte la lengua antes de que puedas abrir la boca.
— Me duelen las muñecas...
— No me interesa lo que te este doliendo.
— Dijiste que te convenía tenerme viva.
— Nadie se muere por tener las manos atadas, cierra el pico — Ordenó con tono gruñón.
Observé su máscara.
— ¿Tus amigos vendrán otra vez a molestarme? — Pregunté.
— Es la menor de tus preocupaciones.
Se alejó, volviendo a marcharse.
...ROQUER:...
Pasaron dos días mientras averiguaba como salir de mi escondite sin ser visto por los guardias.
Carter entró a mi despacho.
Me aventó dos hojas.
Las tomé.
Eran ordenes de captura de Maude, pero también había una mía, mi rostro estaba en ella.
— Qué rápida es la justicia real — Bromeé.
— Piden una buena recompensa por ti y también a quien de información de la señorita Pepper.
Me levanté de golpe y lo tomé del cuello.
— ¿Qué rayos intentas insinuar?
— Nada, nada — Jadeó — Ya no puedes quedarte aquí, Roquer.
— Lo sé, el equipo tendrá que disiparse por un tiempo, cada quien debe mantenerse pasivo, buscar otro escondite, los guardias no tardarán en registrar este lugar.
Tabaco entró al refugio.
— Encontré una forma de que salgas sin ser visto.
— Dime — Bramé.
— Las alcantarillas de la ciudad, por debajo este edificio pasa una.
— ¿Estás seguro de que es la mejor opción? — Hice un gesto.
— Las tuberías llevan a las afueras de la ciudad, conozco la ruta, de joven las usábamos para escapar de las autoridades.
— De acuerdo, saldremos en la tarde, tu me vas a guiar.
Salí y encontré a Prudence en el pasillo.
— Voy contigo.
— No, quédate.
— ¿Por qué? — Siseó.
— Porque no quiero involucrar a ninguno.
— Somos compañeros, no me importa ir a un calabozo por ti — Dijo, acercándose.
— Debemos separarnos, no está en discusión.
— ¿A caso quieres estar a solas con la prisionera para fornicar? — Gruñó.
— ¡No es momento para tus celos estúpidos, soy el líder, respeta mi decisión, yo seré el único que cargue con esto, es mi venganza, a ninguno de ustedes le concierne, maldición!
— Bien, Roquer, hazlo solo, pero te advierto, cuando vuelva a verte te cortaré el cuello — Se alejó con ímpetu.
Busqué unas ropas de Maude en la habitación que dejó abandonada y bajé al sótano.
Navaja era el único que entraba, le ordené llevarle comida a la prisionera, solo una porción por día.
Abrí la puerta.
Volví a tornarse alerta, arrodillada sobre la cama.
Al verme sin máscara detalló mi rostro.
Saqué una de mis dagas, solo corté el extremo que estaba atado al poste.
Se quedó desconcertada por mi acción.
El fleco de su frente estaba alborotado, al igual que su cabello, los labios lo tenía agrietados y la palidez seguía en su rostro, ojeras marcaban por encima de sus pómulos repletos de pecas.
— No te alegres, no voy a liberarte.
Aventé la ropa sobre la cama.
La observó.
— ¿Qué vas a hacer?
La levanté.
— Cierra la boca — La tomé con firmeza de la mandíbula.
— ¿Me vas a llevar a otro lugar?
Cubrí su boca con mi palma.
— Otra palabra y te corto una oreja — La amenaza fue lo suficientemente fuerte para hacerla enmudecer.
Retiré la mano.
Se quedó quieta, la giré con rapidez.
Rompí los botones del vestido.
Se estremeció.
El corset y las enaguas quedaron a la vista. Todas esas prendas interiores que utilizaban las nobles.
La giré.
Me evaluó con miedo.
— ¿Cómo vas a quitarme el vestido? Tengo las manos atadas — Su boca era más valiente que su postura.
Lo rompí frente a ella.
Lo aventé al suelo.
Se estremeció ante la brusca acción.
— Vístete — Saqué una daga para amenazarla, señalé la ropa sobre la cama.
— Tengo las manos atadas, no puedo...
Coloqué la daga contra su cuello y la observé desde mi altura.
Su respiración se agitó.
— Me importa una mierda, te quedas en corset entonces — Gruñí y se encogió — Lo que interesa son los pantalones y las botas.
— No voy a andar en corset, no es apropiado — Protestó, sus cejas rojizas se arquearon y su boca se frunció.
— ¡No vas a bailar en una estúpida celebración, eres mi maldita prisionera! — Le lancé otra mirada severa.
— Yo soy una mujer débil, jamás podría detener a un hombre tan grande... No creo que pueda huir si cortas la soga...
— ¡Calla, harás lo que te digo!
— Está bien — Susurró, reprendida con mi tono.
Intentó tomar los pantalones, me impacienté y los tomé por ella.
Los evaluó con desdén.
— Soy mujer, no uso pantalones.
— ¡Usarás esto! — Gruñí, tomando su nuca, lo suficientemente firme.
Se quedó inmóvil, muy asustada.
Los tomó, sus manos unidas eran inútiles, pero no iba a cumplir su capricho.
— No tienes libertad, tu vida me pertenece ahora — Dije, viendo como se esforzaba por colocarlos.
Lo logró y los elevó hasta su cintura.
— No puedo ponerme esto con las enaguas, están sucias, me oriné encima.
Bajé sus pantalones y se los quité.
Tembló cuando le bajé las enaguas, dejándola desnuda de cintura para abajo.
Aventé las enaguas.
Desviando mi mirada de la piel blanca salpicaba por pecas, los muslos eran igual y también su pequeño trasero.
Al parecer toda su piel tenía pecas.
No iba a observar, me alejé y desvié mi mirada.
Mis impulsos solo cedían cuando yo lo consentía, del resto, podía rechazar a cualquier mujer así estuviera desnuda ante mi presencia.
Volvió a ponerse los pantalones, escuché como los volvía a levantar.
Observé cuando estuvo cubierta.
Noté las lágrimas en sus ojos.
No me importa si sentía humillada o incómoda.
— Están flojos... No me sirven.
— ¿Cómo rayos no te sirven... — Corté la frase.
Maude tenía más muslos, más trasero, más caderas.
Por suerte traía un cinturón.
Me aproximé, tomé el cinturón de la cama y rodeé la cintura, tiré con fuerza para ajustarlo.
— Está muy ajustado...
No hice caso.
Aún olía dulce, su cuerpo chocó contra el mío.
— Ya, ahora las malditas botas.
Se sentó sobre la cama.
Su cabello suelto se deslizó hacia adelante para colocarse las botas.
— Otra queja más y te sacaré desnuda de aquí.
Se las colocó sin decir nada.
— Déjame colocarme la camisa — Pidió.
El corset le quedaba tan ajustado que podía ver los senos muy apretados.
También había pecas allí.
— No.
— Por favor, estaré más cómoda.
— No me interesa tu comodidad.
— Se que no, pero si salgo en corset llamaré mucha atención.
— Descuida, nadie te verá — le di una expresión irónica.
— Puedes atarme nuevamente...
Tomé un trapo de las ropas que traje y cubrí su boca, atando en la parte trasera de su cabeza.
Saqué un saco de mi bolsillo y se lo coloqué en la cabeza, hasta cubrirle el rostro.
Rompí la soga, pero sostuve sus manos.
Solo liberé una para pasar la manga de la camisa, hice lo mismo con la otra.
Volví a atar sus muñecas.
Abotonada la camisa, tiré de la soga para llevarla afuera del sótano.
Tropezó un poco, pero seguí por las escaleras.
— ¿Todo listo? — Pregunté a tabaco, quien estaba en la cima de las escaleras.
— Todo listo.
— Trae mis cosas, solo llevaré la plata y las piedras preciosas.
Él hizo lo que pedí.
Volvió don mi bolso.
Lo tomé.
Seguí al rufián afuera del refugio.
Me hizo señas, lo seguí por el callejón, tirando de la soga.
Buscó una palanca escondida y tiró de la tapa de la alcantarilla en medio del callejón.
Logró levantarla e hizo señas.
Salté dentro de la alcantarilla y le hice señas.
Tabaco empujó a la mujer dentro.
La atajé, escuché su grito ahogado.
Tabaco también saltó adentro y colocó la tapa en su lugar.
— Vamos, sígueme.
Eché a la señorita sobre mi hombro.
Me cubrí la nariz y lo seguí.