Anastasia Volkova, una joven de 24 años de una distinguida familia de la alta sociedad rusa vive en un mundo de lujos y privilegios. Su vida da un giro inesperado cuando la mala gestión empresarial de su padre lleva a la familia a tener grandes pérdidas. Desesperado y sin escrúpulos, su padre hace un trato con Nikolái Ivanov, el implacable jefe de la mafia de Moscú, entregando a su hija como garantía para saldar sus deudas.
Nikolái Ivanov es un hombre serio, frío y orgulloso, cuya vida gira en torno al poder y el control. Su hermano menor, Dmitri Ivanov, es su contraparte: detallista, relajado y más accesible. Juntos, gobiernan el submundo criminal de la ciudad con mano de hierro. Atrapada en este oscuro mundo, Anastasia se enfrenta a una realidad que nunca había imaginado.
A medida que se adapta a su nueva vida en la mansión de los Ivanov, Anastasia debe navegar entre la crueldad de Nikolái y la inesperada bondad de Dmitri.
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capitulo 7; Demasiado tarde.
[POV' Nikolai]
La mayoría de la gente cree que el miedo es algo que grita, que tiembla, que se arrodilla.
Pero el verdadero miedo… guarda silencio.
Se siente en el aire. En la forma en que alguien respira más lento, como si no quisiera hacer ruido.
Así estaba ella.
No iso ningún ruido. No se desplomó. Solo me miró.
Y por un segundo… lo entendió.
Lo que soy.
Después del disparo, volvimos a casa. No hablamos. No había necesidad.
A veces el silencio tiene más peso que cualquier discurso.
Ahora estoy en mi oficina, con el abrigo aún sobre el respaldo de la silla, y las luces apagadas. Solo una lámpara encendida en el rincón. Me gusta tener oscuridad cuando tengo la mente activa. Es como si los pensamientos se movieran mejor en penumbra.
El informe de la tarde está frente a mí. Lo repasé dos veces. La información encaja, pero hay algo que no termina de cerrar. Una ruta fue interceptada en la frontera sur. Sin explicación. Y eso no es normal. En mi sistema, nada pasa porque sí.
Afuera, el viento azota contra los ventanales. Moscú no perdona.
Pero yo tampoco.
La puerta se abre sin golpear. Solo Dmitri entra así.
—Está aquí —dice, lanzando las llaves sobre la mesa—. Con dos hombres, cara de no haber dormido.
Levanto la vista.
—Massimo.
—El mismo. ¿Quieres que prepare a los chicos?
—No. Solo dos en la entrada. Alexéi en el techo. Que se mantenga fuera de vista.
El asintió y Salimos.
—
El Club Volkov es todo lo contrario a lo que parece desde fuera.
Luces bajas. Seguridad discreta. Música instrumental.
Pero cada persona en este lugar podría desaparecer a alguien sin ensuciarse los zapatos.
—Nikolai amico —dijo Massimo, abriendo los brazos como si acabara de entrar a una fiesta—. Me siento como en casa… si mi casa tuviera menos cadáveres.
—Si quieres, te ayudo a igualar —contestó Dmitri, cruzado de brazos junto a la barra.
Massimo rió mientras se sentaba.
—No, no, tranquilo. Hoy vengo en son de paz. Mañana... quién sabe.
Yo me senté en frente. No hablé. Dmitri tampoco. Solo lo dejamos hablar. A Massimo le gustaba escucharse. Y a veces decía cosas útiles en medio de su show.
—¿Van a servirse o tengo que hacer de camarero también? —preguntó, señalando las copas.
—¿También? —saltó Dmitri—. ¿En qué momento hiciste algo útil?
Massimo le lanzó una mirada con media sonrisa.
—¿Siempre tan cariñoso, Dmitri? ¿O eso es solo conmigo?
—No le hablo así ni a los perros. Considerate con suerte.
—Yo sabía que me extrañabas.
Dmitri bufó.
—No confundas extrañar con tolerar.
Yo agarré la carpeta que Massimo trajo. Fotos, mapas. Rutas marcadas.
—¿Qué pasó?
—Alguien metió la nariz en una de mis rutas. No se llevaron nada. Solo jodieron un poco. Como para decir: “estamos acá”.
—¿Y creés que fue alguien nuestro?
—No lo sé. Por eso vine. A ver si alguno de tus muchachos sabe algo.
Dmitri chasqueó la lengua.
—Si fuera uno de los nuestros, no te estarías tomando este trago.
—Justo por eso vine. A ver si todavía tengo los dos riñones puestos.
Yo cerré la carpeta.
—¿Quieres que lo rastreemos?
—Quiero saber si esto es un juego o una advertencia. Porque si es un juego… lo rompo. Si es una advertencia, contesto.
Silencio.
Massimo tomó un trago. Se acomodó mejor en el sillón.
—Y de paso, saber quién es la famosa Anastasia.
Dmitri no se rió.
—¿Viniste por trabajo o de chismoso?
—Depende del día.
—Hoy no es tu día.
Massimo lo miró con media sonrisa.
—Te pega raro eso de que tu hermano tenga a alguien nueva por acá, ¿eh?
—quieres que te quite esa lengua larga que tienes.
Yo tomé mi copa. No dije nada.
Pero los dos sabían que si quería, los callaba en un segundo.
—Tranquilos, hijos —dijo Massimo, alzando su vaso como si estuviera en un brindis de cumpleaños—. Solo vine a compartir un poco de información. Ya me voy.
Dmitri murmuró sin mirarlo:
—La próxima vez traé algo útil. O no vengas.
—Traigo buen vino y malas ideas. Con eso alcanza.
Yo me levanté primero.
—Lo vamos a revisar. Te aviso si hay algo.
Massimo asintió.
—Siempre es un placer ver que no me odian del todo.
—Ya largate —dijo Dmitri, ya caminando hacia la puerta.
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[POV' Dmitri]
El Rottweiler tiene mejor gusto que muchos.
Lo veo desde lejos, echado al lado de ella, como si fueran amigos de toda la vida. Y no entiendo qué le hizo.
A mí ese cabrón me gruñia hasta por no darle la carne que le gusta, y con ella… se deja acariciar.
Raro.
Pero interesante.
Camino hacia el jardín sin hacer ruido. El cielo está gris, el aire es pesado. Ideal para arruinarle el momento a alguien.
—¿Piensas escapar con el perro? —digo apenas cruzo el seto.
Ella se gira en seco. No me sorprende su cara.
Tensión en los hombros. Sí, aún está afectada por lo de esta mañana.
—No —responde como si tuviera una piedra en la garganta.
—Qué lástima. Habría apostado por ti.
Me acerco, tranquilo. Las manos en los bolsillos.
No estoy aquí por casualidad.
Nikolái la está mirando demasiado.
Y yo… no me voy a quedar atrás.
—Te sigue como si fueras su dueña —le digo, señalando al perro con la barbilla—. Nunca hace eso. Con nadie.
—Será que no le agradas —responde sin mirarme.
Me río bajo.
—Sí, puede ser. Los animales son exigentes. No se dejan engañar por una cara bonita.
Ella me lanza una mirada de advertencia, como si quisiera que me largue ya.
Me encanta eso.
No porque me guste molestar.
Bueno… tal vez un poco.
Pero más porque me interesa saber cuánto puede aguantar.
—¿Te molesta que hable contigo? —pregunto.
—Me molesta cuando vienes con tus comentarios absurdos.
—Ah. Entonces me toleras a ratos.
Me sirve.
Nos detenemos cerca del viejo banco de piedra. El perro se sienta en medio, como si nos estuviera separando.
O cuidando de que no pase nada.
—¿Sabes qué pensé cuando te vi después de lo que viste en la bodega?
No responde. Solo se queda mirándome con los ojos medio entornados.
—Que no muchos se quedan de pie después de algo así. Y tú… no solo te quedaste. No dijiste nada. No lloraste. Solo miraste a mi hermano a los ojos.
Ella parpadea.
Una sola vez. Lenta.
—No tenía muchas opciones —dice al fin.
—Eso no quita mérito.
No estoy jugando ahora. Solo estoy… diciendo lo que pienso.
Y eso, en mí, ya es raro.
—¿Quieres saber lo que creo? —agrego, bajando un poco la voz.
Ella me mira.
No habla, pero me escucha.
—No te asustó el disparo. Te asustó lo que viste en él.
No dice nada. Pero lo sé.
Porque yo también lo he visto.
—Y eso no es algo que se olvida —digo—. Pero también es lo que nos mantiene vivos.
Ella suspira. No sé si de rabia, de miedo, o simplemente para no responderme.
—¿Siempre hablas así?
—No. Contigo sí.
—¿Por qué?
—Porque me gusta ver qué tanto te molesta.
Ella se gira para irse. Yo la dejo.
No la detengo.
Pero antes de que se aleje por completo, le digo algo más:
—Si sigues aquí el tiempo suficiente…
vas a empezar a entendernos. Y cuando lo hagas… no vas a saber si eso te jode más… o si te empieza a gustar.
Ella no se detiene, pero baja un poco el paso.
Perfecto.
Me quedo ahí con el perro, que ahora me ignora igual que ella.
Pero no importa.
esto me gusta, debo admitir que no me aburriré.