El Resurgir Del Soberano Dragón Carmesí.

Parte 1: Sombras en el Consejo

El viento soplaba con un silbido extraño entre los torreones de la academia. Desde una de las ventanas del edificio del consejo, la Maestra Xun contemplaba el horizonte mientras sostenía una copa de porcelana que no había tocado en horas.

—El sello está fallando —murmuró.

—Siempre supimos que no sería eterno —respondió una voz grave desde la penumbra. Un hombre alto, de túnica púrpura y mirada afilada emergió del rincón más oscuro del salón.

—Jiang Yue confirmó que el muchacho reaccionó al contacto con el artefacto. Y con el mural. Y con la inscripción. Ya no es una coincidencia —continuó la Maestra Xun.

—Entonces debemos actuar antes de que el despertar sea total —dijo el hombre.

—¿Sellarlo de nuevo?

—O eliminarlo.

El ambiente en la sala se tensó. Otros tres miembros del consejo se encontraban presentes, cada uno con sus propios emblemas bordados en oro, representando diferentes órdenes y facciones dentro de la academia. Nadie parecía completamente cómodo con ninguna de las opciones.

—Han Fei no es el enemigo —intervino un anciano de barba trenzada, apoyado en un bastón de madera viva—. Su linaje, sí. Pero el chico aún tiene libre albedrío.

—¿Y si no lo tiene? —preguntó una mujer de cabello plateado—. ¿Y si solo estamos viendo una réplica más sutil de lo que ocurrió hace un siglo?

—Él no ha mostrado señales de corrupción —dijo el anciano—. Pero alguien sí ha intentado manipularlo. Duan Ming no actuó por voluntad propia. Fue guiado.

La Maestra Xun cerró su puño. —Hay una mano oculta. Lo sabemos. Y esa mano… quiere ver al dragón renacer.

—Entonces dividamos nuestras acciones —propuso el hombre de túnica púrpura—. Un grupo protegerá al chico. Otro, investigará a quienes quieren usarlo. Y un tercero… desarrollará una contingencia.

—¿Un nuevo sello?

—O un asesino.

Nadie respondió por un momento. Solo el murmullo del viento.

Mientras tanto, Han Fei se encontraba en la biblioteca, hojeando libros que no entendía del todo. Su mirada estaba perdida entre símbolos antiguos y nombres que parecían salidos de una pesadilla.

—“Soberano Carmesí”, “El Sin Nombre”, “Llama Primigenia”... ¿qué soy, una enciclopedia mitológica ambulante? —bufó.

Houzi se encontraba a su lado, pero dormido con la cara enterrada en un tomo titulado La Guía Práctica del Encantamiento con Panecillos.

—Yo también quiero respuestas, Houzi. Pero lo que encuentro solo me da más miedo —susurró Han Fei.

Una sombra se deslizó entre los estantes. Lin Yueran apareció, con una expresión seria.

—Los símbolos volvieron a aparecer. Esta vez en las paredes del comedor. Siete círculos, uno dentro del otro.

Han Fei frunció el ceño. —¿Como los que vimos en la cámara secreta?

—Parecidos. Pero con sangre fresca.

El silencio los envolvió.

—Esto se está saliendo de control, Yueran —dijo él, cerrando el libro con fuerza—. No puedo seguir sin entender quién soy. Ni por qué estoy aquí.

Ella se sentó frente a él, cruzando los brazos.

—¿Qué vas a hacer?

Han Fei tragó saliva. —Voy a pedirle ayuda al maestro Gao. Quiero entrenar. Quiero… quiero tener control.

—¿Y si entrenar solo acelera lo que hay en ti?

—Entonces prefiero enfrentarme a eso… que quedarme esperando a que me consuma.

Esa tarde, Han Fei se dirigió a la torre donde vivía el maestro Gao. Tocó la puerta de madera tallada, que se abrió sola con un chirrido. El maestro lo esperaba sentado entre velas, meditando. Al abrir los ojos, su mirada era como un estanque quieto que podía volverse un torbellino en cualquier instante.

—Sabía que vendrías —dijo sin girarse.

—Necesito… ayuda —dijo Han Fei, con la voz firme pese a las dudas que lo oprimían—. Quiero hacerme más fuerte. No solo para sobrevivir. Quiero… dominar esto. Entender qué soy.

El maestro no respondió. Simplemente cerró los ojos de nuevo.

—¿Y por qué debería ayudarte?

Han Fei parpadeó.

—¿Por qué…? Porque si no lo hago, podría destruirlo todo. A todos.

—Entonces no quieres hacerte fuerte. Solo tienes miedo.

Han Fei sintió el golpe como si le hubiesen lanzado un cubo de agua helada.

—No. Sí… sí tengo miedo. Pero eso no me detiene.

Gao se puso de pie lentamente.

—He entrenado monstruos. He visto a muchos cruzar ese umbral entre la necesidad de poder… y el deseo de someter al mundo. ¿Qué clase de ser quieres ser, Han Fei?

—El que no se rompe cuando todo lo demás lo hace —respondió Han Fei sin dudar.

Gao se lo quedó mirando. Su silueta parecía aún más grande bajo la luz de las velas.

—¿Estás dispuesto a soportar el dolor, el vacío, el desprecio, incluso la traición… con tal de volverte fuerte?

—Estoy dispuesto a perder lo que soy, si eso me impide perder a los que me importan —respondió Han Fei, apretando los puños.

Un silencio tenso se extendió. Gao se giró hacia una pared con antiguos rollos. Dudó un momento.

—Entrenamiento del Dragón de Jade. Prohibido para alumnos. Diseñado para contener y liberar energía interna a voluntad. Muy peligroso —dijo mientras lo descolgaba.

—¿Y me lo darás?

—No. Te observaré. Te empujaré. Si sobrevives a lo que vendrá, quizás entonces merezcas terminarlo.

Y con eso, se lo lanzó.

—Mañana, antes del alba. En el bosque del acantilado. Si llegas tarde, no mereces ser entrenado.

En otra parte de la academia, bajo tierra, en la cámara sellada del director...

La oscuridad era espesa, quebrada apenas por las antorchas azules de esencia arcana. El director Shen estaba solo… o al menos eso parecía.

—Ya lo siente —dijo una voz desde la sombra—. El corazón del Dragón sin Nombre empieza a latir dentro de él.

El maestro misterioso, de ropajes negros y rostro cubierto por una máscara con grietas rojas, emergió desde un portal de niebla.

—El consejo quiere sellarlo. O eliminarlo —agregó Shen, con voz baja.

—¿Y tú?

—Yo creo en la elección. Y tú también. Por eso estamos aquí.

—Si le das elección… podrías condenarnos a todos.

—O salvarnos —respondió Shen—. Si no lo dejamos elegir, entonces no somos distintos de los que lo quieren usar como contenedor o sacrificio.

El maestro misterioso se giró hacia la antorcha más cercana.

—¿Y si elige mal?

—Entonces tú estarás ahí para corregirlo… o para detenerlo.

Un largo silencio los envolvió.

—Le hablaré esta noche. Pero no como maestro. Como quien sabe lo que significa cargar con un destino que no se pidió.

Y con eso, desapareció en la bruma, sin dejar más que el eco de su promesa.

Más tarde esa noche, mientras Han Fei entrenaba solo en el patio trasero, sintió una presencia. No como las habituales. Esta era… antigua, aguda, como un recuerdo en la sangre.

—Te mueves como alguien que teme a su sombra —dijo una voz.

Han Fei giró bruscamente. Un hombre encapuchado estaba allí, de pie, sin haber hecho ruido al llegar. Una máscara agrietada cubría su rostro, y sus ojos… no eran de este mundo.

—¿Quién eres?

—El que le prometió al director que te haría fuerte. Lo suficiente para no morir.

—¿Qué quieres de mí?

—Nada aún. Solo decirte esto: el mundo quiere decidir por ti. Algunos quieren que duermas. Otros, que seas su herramienta. El consejo… no sabe qué hacer contigo.

—¿Y tú?

—Yo quiero que elijas.

El hombre se acercó un paso.

—Puedes ser una catástrofe o una esperanza. Puedes abrazar la furia… o la razón. Pero elijas lo que elijas, debes ser lo bastante fuerte para soportarlo.

—¿Me enseñarás?

—No. No ahora. Primero, entrena con Gao. Si sobrevives a él… entonces, hablaremos.

Y con eso, se desvaneció en la bruma, como un fantasma del pasado.