La Profecía Escarlata: El Despertar De La Magia

El sol volvía a salir esta vez pasé el resto del viaje en el carruaje cuidando de mi madre tenía unas ganas inmensas de comer manzanas poco después que el sol saliera se veían las grandes murallas de piedra musgosa que cubrían a la ciudad de Gelidonia hogar de Lord Roan Black, su esposa Leidy Lilian Black, su primogénito Maximus y sus gemelos Asher y Jack.

—Madre, me das permiso de visitar las calles de Gelidonia. Fergus irá conmigo, he usado mi capa, jamás sabrán que soy yo. Por favor, quiero evitar la bienvenida— mi madre frunció en ceño mientras acariciaba la espalda de los gemelos que dormían con sus cabezas apoyadas en las piernas de mi madre.

—De ninguna manera tu padre se enfadará, no.— fue tajante.

—Te lo imploro, madre, déjame hacer esto, solo daré una vuelta y prometo cuidar de la bebé hasta el año —Imploré arrodillándome frente a ella.

Su boca se apretó y si entre cejo estaba arrugado, respiró profundo unas cuantas veces mientras me miraba arrodillada frente a ella. Cuando suavizó su rostro, golpeó la pared del carruaje 

—Detengan el carruaje, la princesa bajará— hizo detenerse, a lo que agradecí dándole un abrazo fuerte pero cuidadoso. 

—Da una vuelta y ve al castillo de inmediato, no hagas que te salga a buscar, me oíste, Adaria— me señaló con su dedo índice, a lo que asentí con el rostro serio, haciendo notar que lo entendí. 

No perdí tiempo y bajé del carruaje de inmediato, volvió a avanzar. Vi cómo todos se alejaban, cuando la carreta donde Fergus aún seguía recostado pasó por mi lado. Me reí de su postura al descansar. 

— Fergus, despierta—. El soldado dio un salto tomando su espada, poniéndose en modo de ataque al escucharme llamar su nombre. Miró hacia todos lados cuando me vio parada en medio del camino, saltó de la carreta en movimiento y esperó que me acercara.

—¿Listo para una pequeña aventura?—dije avanzando, a lo que él contestó con un gran bostezo y un estiramiento de brazos. Me puse la capucha de mi capa negra sobre la cabeza, escondiendo mi larga cabellera roja. A paso lento llegamos a las grandes puertas de la ciudad. 

Fergus ahora a mi lado caminaba alerta mirando a todos el mundo había varios puestos en la plaza del centro de la ciudad deteniéndonos a ver vimos un puesto de manzanas muy grande me acerqué llamada por los llamativos colores de las manzanas parados frente a ellas las observaba con maravilla jamás había visto unas tan grandes y rojas.

—¿le gustaría probar una?, son las más dulces de esta región se lo puedo asegurar— el vendedor tomó una y la partió al medio dándome una mitad a mí y la otra a Fergus mantuve mi vista baja, ya que mis ojos podrían delatar mi identidad al parecer en todo este vasto mundo soy la única princesa que tiene ojos violetas.

Mordí la jugosa manzana haciendo que jugó, chorreé por la comisura de mis labios, el sabor dulce me invadió por completo. Estaban exquisitas, miré a Fergus y él estaba igual de maravillado. Levanté mi vista hacia el vendedor con una gran sonrisa. 

—¿Qué precio tienen?—pregunté rápido, volviendo a ver hacia abajo. 

— Dos manzanas por una moneda de plata— dijo el vendedor. Me pareció muy barato para tan rica manzana, volví mi rostro para ver a Fergus quien me levantó un pulgar en señal de aprobación

~Cariño, es la princesa del palacio dorado,~ la esposa del vendedor me reconoció. Oí que susurraban algo. Al verlos, noté que parte de mi cabello había aparecido por un costado. Me había, descubierto y, rápidamente, volví a guardar mi pelo debajo de mi capa. 

Estaban a punto de hacer una reverencia, pero los detuve a tiempo, Caminé hasta dentro del puesto y los tomé de los brazos, evitando que lo hicieran. 

—Por favor, no me reverencien, si lo hacen todo el mundo sabrá que estoy fuera y mi madre me matará—. Ambos compartían miradas entre ellos, no entendían qué estaba sucediendo

—Como sabrán, mi madre, la reina Heris, está esperando un bebé. Todo el viaje hasta aquí ha hablado de las manzanas del norte y lo deliciosas que son y decidí comprobarlo por mí misma. Aquí me ven, ahora quiero comprarles todas las manzanas — el matrimonio solo me observaba como si me hubiera crecido otra cabeza

—Las manzanas son suyas, mi Leidy, llévelas — insistía en que me las llevará sin costo, pero me negué. 

—De ninguna manera me iré de aquí sin pagar por ellas. Es el trabajo de ambos, sería muy injusto tomarlas. Me niego a llevarlas sin que tomen mi dinero.— Fergus me entregó un pequeño saco con monedas; lo abrí y vi dentro sacando cincuenta monedas de oro.

El vendedor se echó para atrás diciendo que era mucho dinero, que sus manzanas no valían tanto, Intenté que tomara el dinero, pero se negó. Miré a su esposa y fijó a los ojos, le hablé directo a ella.

—Si tu esposo no lo toma hazlo tú, con este dinero cubrirán todos los gastos para la próxima cosecha, podrán comprarse ropa y a su hijo también, no estoy pagando de más les estoy dando lo que es justo sus manzanas lo valen y les aseguro que si aceptan este dinero harán a una mujer embarazada muy feliz mi madre les estará enteramente agradecida así que por favor tomen el dinero— sostuve un rato el saco frente a ellos hasta que él lo tomó haciendo que me alegre por su decisión

—Mi Leidy, le estamos enteramente agradecidos, por esto es usted muy generosa—. En un impulso los abracé y ellos me correspondieron. 

—No, gracias a ustedes y su gran trabajo, serían tan amables de enviarlas en una carreta hasta el castillo del Lord Black me temo que no traje cómo llevar tantas manzanas—. 

—Por supuesto, mi Leidy — despidiéndome con la mano, retomamos nuestra caminata con Fergus hacia el castillo feliz por la gran compra que había hecho.