El Horizonte de Nosotros es una cautivadora historia que explora las complejidades del amor y la identidad. Chris, un joven profesor de cosmología, vive atrapado en un conflicto interno: su homosexualidad reprimida choca con los rígidos prejuicios impuestos por sus creencias religiosas. Su vida dará un giro inesperado cuando conozca a Adrián, un hombre carismático y extrovertido que, a pesar de ser padre de un niño pequeño, descubre en Chris algo que lo atrae profundamente.
En este encuentro de mundos opuestos, ambos se verán enfrentados a sus propios miedos y deseos. ¿Podrá Chris superar sus barreras internas y abrirse al amor que le ofrece Adrián, o será consumido por la culpa y la autonegación, conduciendo a su autodestrucción?
NovelToon tiene autorización de Joél Caceres para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El infierno mental de Chris
Tan pronto como Chris se recostaba en su cama, el silencio de la noche se volvía el escenario de su tormento. Cerraba los ojos buscando descanso, pero lo que encontraba eran pensamientos intrusivos que llegaban como una avalancha. Especialmente al tratar de orar, era cuando su mente parecía rebelarse. En lugar de sentir paz, imágenes de actos inmorales e inconfesables emergían con una claridad aterradora. Escenas que lo horrorizaban y que parecía incapaz de controlar se instalaban en su mente justo cuando más buscaba la pureza espiritual.
El remolino de deseos reprimidos crecía en intensidad, y cuanto más luchaba por ignorarlos, más fuertes se volvían. Se sentía como si estuviera atrapado en un ciclo interminable de culpa y autodesprecio. Su fe, el pilar al que se aferraba, le ofrecía un consuelo fugaz cuando lograba recordar que siempre podía buscar perdón. Sin embargo, incluso esa esperanza parecía débil ante la magnitud de su batalla interna.
Chris intentaba calmar su mente leyendo libros religiosos. Uno de sus favoritos hablaba sobre cómo alcanzar los sueños, un mensaje que resonaba con su anhelo de orden y control en su vida. Pero incluso esas lecturas, que deberían haber sido reconfortantes, lo dejaban sintiéndose vacío. A menudo, las lágrimas caían silenciosas mientras se preguntaba si alguna vez sería suficiente, si alguien podría amarlo de verdad si llegaran a conocer su secreto.
El aislamiento que sentía era profundo. En su grupo religioso, donde debería haber encontrado apoyo, se sentía desconectado. Su sonrisa y su fachada de hombre correcto le servían como escudo, pero dentro de él había un abismo que crecía día a día. Incluso en el trabajo, donde era apreciado como un profesor joven y talentoso, sentía que mantenía una máscara. Cada vez más, su vida parecía una serie de representaciones cuidadosamente planeadas, pero vacías.
Las noches, sin embargo, eran las más crueles. A menudo, caía en un sueño inquieto que no le ofrecía alivio. Una pesadilla recurrente lo perseguía: una sombra negra con una capa larga emergía de las paredes de su habitación. Era una presencia opresiva, que parecía absorber todo el aire de la estancia. En el sueño, Chris podía ver cada detalle de su cuarto con una nitidez escalofriante, como si estuviera despierto. La sombra se acercaba lentamente, hasta envolver su cuello con manos invisibles, apretando con una fuerza que lo dejaba paralizado. En un último esfuerzo, Chris lograba reprender a la figura en el nombre de Dios, despertándose sudado y con el corazón latiendo como un tambor. Pero el alivio era breve; la energía que le quedaba se desvanecía al instante, dejándolo exhausto y emocionalmente agotado.
En otras ocasiones, sus sueños lo llevaban a un lugar aún más extraño. Caminaba por una calle interminable teñida de rojo, un color que pulsaba como una advertencia. Al final de la calle, entraba en un edificio que parecía sólido, pero apenas lo cruzaba comenzaba a derrumbarse a su alrededor. Se sentía atrapado entre las ruinas, incapaz de encontrar una salida, mientras el polvo lo envolvía y el silencio se convertía en un eco ensordecedor.
Por la mañana, el mundo seguía como si nada hubiera pasado. Chris se vestía, ocultando las sombras bajo sus ojos y el peso que cargaba en su corazón. Pero la acumulación de noches como esa comenzaba a pasarle factura. Cada día era más difícil concentrarse, mantener la calma o encontrar razones para seguir adelante.
A medida que los pensamientos oscuros se acumulaban, su mente parecía al borde del colapso. No tenía a quién recurrir, y la soledad amplificaba su sufrimiento. La dualidad entre la persona que mostraba al mundo y la que realmente era comenzaba a desmoronarse, dejando a Chris vulnerable ante el abismo que crecía en su interior.
Este pasaje es una adición poderosa que explora otra dimensión de Chris: su vulnerabilidad frente a un entorno hostil y su dificultad para adaptarse a situaciones que van en contra de su naturaleza. Aquí tienes el relato desarrollado:
Externamente, Chris era un joven que llamaba la atención en cualquier lugar. Su porte elegante, combinado con sus facciones delicadas y su carácter reservado, lo hacían destacar incluso sin pretenderlo. Cuando caminaba por las calles o entraba en algún lugar, era imposible ignorar las miradas que se posaban en él. Su obsesión con los temas religiosos había moldeado su comportamiento: siempre hablaba con un tono moderado, usando un vocabulario amplio que evidenciaba su hábito de lectura. Esto lo hacía parecer más maduro y capaz de lo que realmente se sentía.
Sin embargo, tras esa apariencia de autocontrol y disciplina, había un joven que luchaba por encontrar su lugar en el mundo. Antes de ser admitido en la facultad, sus necesidades económicas lo llevaron a aceptar cualquier trabajo que pudiera encontrar. Fue así como consiguió un puesto en un taller mecánico de su ciudad.
Desde el momento en que cruzó la puerta, Chris supo que ese no era su lugar. El taller estaba abarrotado de imágenes explícitas de mujeres en calendarios y pósteres pegados a las paredes. El aire estaba impregnado del olor a grasa, tabaco y un leve rastro de alcohol que a veces traían los mecánicos. Las conversaciones eran groseras, llenas de bromas subidas de tono que lo hacían sentir incómodo. Pero Chris, decidido a probarse a sí mismo y ayudar a su familia, trató de adaptarse.
El primer día ya había cometido un error. Un cliente astuto lo engañó con una factura, aprovechándose de su inexperiencia e ingenuidad. Cuando su jefe se dio cuenta, lo reprendió duramente frente a todos. Chris, aunque intentaba mantener la compostura, sentía cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Apenas pudo contenerlas. Se sentía humillado y fuera de lugar, pero aún así decidió seguir adelante.
El punto de quiebre llegó unos días después. Como parte de una broma pesada, uno de los mecánicos decidió esperarlo sin ropa en el baño del taller. Chris, horrorizado y con el corazón latiendo descontroladamente, salió corriendo sin mirar atrás. El mecánico intentó disculparse más tarde, riéndose y asegurándole que solo era "una broma". Pero para Chris, aquello fue demasiado. El ambiente del taller ya era insoportable, y este incidente lo convenció de que no podía quedarse ahí ni un día más.
Cuando anunció su renuncia, su jefe intentó hacerlo cambiar de opinión. "Mira, muchacho, en la vida hay que ser hombre y enfrentarse a los errores. Sí, te equivocaste con el cliente, pero eso no es razón para irte. No puedes renunciar cada vez que las cosas se pongan difíciles." Chris simplemente asintió en silencio, incapaz de explicar el verdadero motivo detrás de su decisión. No quería revelar lo sucedido en el baño; se sentía avergonzado y temía que lo juzgaran o, peor aún, que se burlaran de él.
Esa experiencia dejó una huella en Chris. Aunque la dejó atrás rápidamente, reforzó su sensación de desconexión con los demás. Le quedó la amarga lección de que el mundo podía ser cruel e incomprensible, y que su sensibilidad y principios a menudo lo ponían en desventaja en entornos donde predominaban las burlas y la vulgaridad.
Ame.