Laebe siempre supo que el mundo no estaba hecho para alguien como ella. Pequeña, frágil y silenciada, aprendió a soportar el dolor en la oscuridad, entre susurros de burlas y manos que la empujaban al abismo. En un prestigioso Instituto Académico, su existencia solo servía como entretenimiento cruel para aquellos que se creían intocables.
Pero el silencio no dura para siempre. Cuando la verdad sale a la luz, el equilibrio de poder se rompe y los monstruos que antes gobernaban con impunidad se enfrentan a sus propios demonios. Entre el caos y la redención, Laebe encuentra en una promesa inquebrantable, un faro de protección y en su propia alma una fuerza que nunca supo que tenía para enfrentar los obstáculos que le impuso la vida.
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Esta historia contiene temáticas sensibles como abuso sexual, violencia, acoso, drogas y trauma psicológico. No es apta para todos los lectores, ya que aborda situaciones crudas y perturbadoras. Se recomienda discreción.
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Capítulo 8.
Laebe caminaba por los pasillos con el celular en mano. Angel le había enviado mensajes, ordenando que le trajera su almuerzo. Laebe estaba por responder que estaba por ir, cuando Luciel llegó por atrás y le sujeto del hombro.
— ¿Laebe, podrías acompañarme a la enfermería?— Dijo Luciel amablemente. Laebe dudo, sabiendo que quizá Angel se enojaría si llegaba tarde. Sin embargo, solo asintió y acepto.
Ambos fueron hasta la enfermería, era la primera vez que Laebe iba allí. El ambiente era tranquilo y sereno, sin duda se sentía mucho mejor que cualquier otro lugar de la escuela.
— Ven.— La guío hacia una habitación mas adentro del lugar. Ella lo siguió y llegaron a una habitación sumamente acogedora. Había asientos cómodos y libros por todos lados.
Luciel saco de un closet, un conjunto deportivo ligero, y se lo entrego.
— Aquí tienes, puedes cambiarte en el baño.— Dijo con amabilidad. Laebe tomo el conjunto, mientras Luciel salía de la habitación.
Ella camino hasta el baño, se quitó aquella ropa sucia y manchada por el líquido, y se puso lo que Luciel le dió. Pese a que se notaba que era una talla chica, el pantalón se le caía bastante, por lo que tuvo que ajustarlo con el hilo lo más posible.
Al salir del baño, fue de regreso a la salida. Luciel estaba sentado en el escritorio, revisando en el computador algunas cosas.
Laebe llevaba en manos la ropa sucia, y también el saco de Luciel. Cuando él noto su presencia, le mostró una sonrisa y le indicó un asiento junto a él.
— Acércate.— Le pidió mientras sacaba de un cajón un monitor de presión arterial. Laebe se acercó hasta tomar asiento dónde le indico y miro la computadora. Luciel, estaba viendo su expediente médico. — ¿Puedes... Quitarte la sudadera? Será solo un momento.— Le pidió con amabilidad.
Algo nerviosa, ella asintió. Bajo el cierre de la sudadera y la bajo hasta sacar uno de sus brazos. Luciel se quedó congelado al verla. Vistiendo apenas una blusa de tirantes, podía verse a detalle su cuerpo tan delgado, marcas moradas y rojas por todos lados por el abuso sufrido. Laebe noto su mirada y solo desvío la suya hacia otro lado, avergonzada.
Volviendo a sus pensamientos, Luciel le coloco con sumo cuidado el brazalete y lo activo para que esté comenzará a medir su presión. Ella se quedó en silencio, mirando la hora en el reloj. Había preocupación en su rostro.
— ¿Me dejarías. . . Hacerte unas pruebas de sangre? — Pregunto Luciel. Laebe se sorprendió un poco, y solamente asintió con la cabeza agachada.
Luciel sonrió y cuando tuvo los datos de su presión arterial, se sorprendió bastante. Estaba por debajo de lo normal.
Después de eso se levantó y camino hacia una habitación que estaba a sus espaldas, al volver traía consigo el equipo para hacer pruebas de sangre. En cuanto Laebe vio la aguja, su respiración se volvió claramente irregular, miraba hacia otro lado agitada, y temblando.
— ¿Te dan miedo las agujas?— Pregunto. Laebe no respondió, pero su mirada la delataba. — No te preocupes, solo será un piquete y además, tengo la mano muy ligera. — Le dijo buscando calmarla.
Con cuidado, el extendió uno de sus brazos sobre una superficie firme, siendo este la mesa. Con mucho cuidado y haciendo una presión suave, comenzó a buscar la vena en el área interna del codo. Al seleccionarla desinfectó el área con un algodón impregnado en alcohol y coloco una banda elástica alrededor del brazo para que las venas se dilaten.
Con guantes esterilizados, tomó un tubo de vacío conectado a una aguja estéril.
— Cierra tu puño. — Le pidió suavemente. Laebe cerró su puño y después miro hacia otro lado.
Con cuidado, Luciel insertó la aguja en la vena y comenzó a extraer la cantidad necesaria de sangre. Laebe apenas sintió el piquete, pero aún así dolía. Luciel por su parte, se sorprendió con lo rápido que fluyó la sangre. Sin embargo, se noto alarmado cuando al llenar el primer tubo, la sangre se desbordó de golpe.
Lleno otro tubo con cuidado y después saco la aguja, haciendo presión con un algodón para parar el sangrado. Finalmente, coloca una venda adhesiva sobre el área y le indico que mantenga el brazo recto durante unos minutos para evitar hematomas.
Se puso de pie y etiquetó la muestra de sangre para después entrar en la misma habitación de hace un momento. Comenzó a preparar las máquinas de laboratorio que tenía allí, para hacer las pruebas.
Para la prueba hematológica, colocó una pequeña cantidad de sangre en un tubo especial con anticoagulante para evitar que se coagule. Luego, introdujo el tubo en el analizador hematológico, una máquina que utiliza tecnología de impedancia eléctrica o láser para contar y clasificar las células sanguíneas. En cuestión de minutos, el equipo proporciona resultados detallados, como el número de glóbulos rojos, glóbulos blancos, plaquetas y niveles de hemoglobina.
Para la prueba de coagulación, Luciel selecciono el otro tubo de sangre, esta vez con un anticoagulante específico como citrato de sodio. Coloca la muestra en el analizador de coagulación, que mide el tiempo que tarda la sangre en formar un coágulo. La máquina realiza pruebas como el tiempo de protrombina (TP) o el tiempo de tromboplastina parcial (TTP), utilizando reactivos que simulan el proceso de coagulación. En unos 10 a 20 minutos, el equipo arroja los resultados, que ayudan a evaluar la función de coagulación de Laebe.
Ambas pruebas son rápidas, precisas y esenciales para diagnosticar y monitorear condiciones médicas.
Dejando las máquinas listas, Luciel salió y volvió a dónde estaba Laebe. Ella seguía sentada en el lugar, pero noto algo que lo sorprendió demasiado.
Al acercarse, notó con preocupación que, Laebe, tenía un hilo de sangre que fluía constantemente desde el pequeño orificio dejado por la aguja en su brazo. Laebe, aunque tranquila, parecía un poco ansiosa al ver la cantidad de sangre que salía.
Sin perder tiempo, Luciel se acercó a Laebe con calma pero con determinación. Con guantes esterilizados, tomó una gasa estéril y aplicó presión firme y constante sobre el sitio de la punción.
— Levanta tu brazo.— Le indicó al ponerse de pie y ayudarla a que su brazo quede levantado, de esta manera evitando que la sangre fluya más.
Mientras mantenía la presión, Luciel le habló con tranquilidad para distraerla y asegurarle que todo estaría bien.
— ¿Te gusta la lasaña? Cocine un poco. Aunque traje de más, ¿Te gustaría comer?— Le dijo él con amabilidad. Laebe entendía que era para no asustarla, aunque ella ya estaba nerviosa. No respondió de inmediato, solo asintió con la cabeza.
Después de unos minutos, retiró la gasa con cuidado para verificar si el sangrado había disminuido. Al notar que aún persistía, aplicó un apósito hemostático especial sobre la herida y volvió a ejercer presión. Esta vez, el sangrado comenzó a ceder.
Una vez controlada la situación, Luciel colocó una venda adhesiva sobre el área.
— Mantén el brazo en reposo, e intenta no hacer esfuerzos durante unas horas. Tus estudios estarán en unos minutos. Mientras, debes comer algo. — Dijo mientras se quitaba los guantes e iba hacia la habitación en la que antes estuvo Laebe.
Se escuchó algo de ruido, el sonido de un microondas, y después Luciel volvió.
— Ven, vamos a comer.— Le dijo amablemente. Laebe se levantó con cuidado y lo siguió. De paso, se acomodo el suéter y entro junto a él en la habitación.
Allí, ya estaban preparados dos platos, con una buena porción de lasaña. . .