Fernanda Salas, es una joven llena de optimismo, amante de la lectura y de la vida. Para ella no hay problema que no tenga solución, incluso cuando las cosas van mal en su vida, ella siempre mantiene una sonrisa.
Sin embargo, cuando es despedida de cada uno de los trabajos a los que aplica, ella no puede seguir siendo optimista, más cuando llega a la conclusion que la razón detras de sus despidos es el extremadamente guapo y frío CEO Max Hidalgo.
Fernanda deduce que aquel hombre guapo y rico quiere mantener una relación de sumisión con ella, tal como la de esos CEOs despiadados de las novelas webs.
Pero, ¿ella estará en lo correcto?, ¿será que sus desafortunados encuentros se deben a algún plan malévolo o solo serán casualidades del destino?
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Max: Esto es un infierno
Me sequé el sudor de la frente mientras miraba mi reflejo en el espejo, las ojeras debajo de mis ojos cada día se hacían más espesas, no importa cuánto intentará dormir, no podía hacerlo, mis sueños estaban plagados de horribles pesadillas. Recogí el frasco lleno de pastillas, lo abrí, antes de volverlo a cerrar y colocarlo en su lugar.
— Esto es un infierno — susurré como hastío. Me mojé la cara para tratar de espabilarme.
Regresé a la habitación y encendí la computadora para empezar a trabajar. Contemplé la hora en el reloj de pared que marcaba las 1 de la madrugada.
— Está será otra noche de insomnio — murmuré.
***
— Tienes una cara de zombie, Max. ¿Acaso no pudiste dormir anoche? — cuestionó Alejandro, mi varonil hermano de ojos azules y cabello rubio.
Tomé un sorbo de mi café con la intención de evitar contestar su pregunta. Pero, por lo visto, mi hermano no iba a dejar pasar el tema. Debía saberlo mejor, desde siempre el hombre delante de mis ojos había sido del tipo terco e insistente. Una vez que pone su corazón en algo, no hay poder en el mundo que lo haga desistir.
— Ha pasado tanto tiempo desde aquello. Tú deberías buscar ayuda profe…
— No es por eso que no he podido dormir. Tengo mucho trabajo.
Alejandro soltó una risita carente de gracia.
— Max no puedes engañarme. No a mí, soy tu hermano y te conozco. Sé lo que está en tu mente, porque yo pase por lo mismo. Dios, has estado fingiendo todo este tiempo estar bien, pero sé que no lo estás.
— Estoy bien. En serio, lo estoy.
Tras decir aquello, le mostré los estudios pertinentes sobre el nuevo proyecto que estaba llevando a cabo.
— Mira, creo que con la ayuda este negocio será más rentable…
— No estás bien — dijo entre dientes Alejandro mientras arrancaba la carpeta de documentos de mi mano. — Lo revisaré en casa y haré los cambios pertinentes. Max, tú…
— Estoy bien — dije con el tono serio. — Estoy bien, no sé cuantas veces debo repetirlo para que me creas.
— Quizás hasta que tú seas el que lo creas. Yo solo me preocupo por ti, no todo es trabajo, hermano. Sé que puedo donar un poco entrometido, pero encerrarte a ti mismo, sin permitirte vivir, no es saludable, dime, ¿cuándo fue la última vez que saliste de viaje, que cenaste con tus amigos, o que tuviste alguna cita? También debes vivir.
Alejandro se levantó de su asiento mientras me daba una mirada que apuñaló mi corazón, me hizo sentir culpable y lamentable. Cielos, ¿cómo podía decirle lo que estaba en mi corazón?, ¿cómo podía decirle lo herido que me encontraba? Cuando él fue la persona que más sufrió, cuando es el que debería recibir mi consuelo por todo lo que tuvo que vivir. Me sentí avergonzado por las emociones negativas que había dentro de mi interior, pero también había otra parte de mí que se sabía que Alejandro tenía razón, pero era tan pequeña que fue cubierta por la oscuridad.
— Lo haré, esta noche hay un banquete. Trataré de encontrar a alguien. Cielos, soy tu hermano mayor, debería ser yo el que me preocupe por ti.
— No tienes nada de que preocuparte, mi vida ya está hecha, no hay nada que quiera cambiar. Incluso el tonto de Sebastián está viviendo su propia aventura con esa mujer que quién sabe de dónde salió. Aún, no entiendo del todo su relación, pero mientras sea feliz.
— Bueno, Sebastián es Sebastián.
— Tienes un punto — sonrió Alejandro antes de mirarme — Lo que importa en este momento es tu felicidad, hermano. No te encierres en las cuatro paredes de esta empresa, haz lo que te gusta, haz lo que te haga feliz.
Suspiré al escuchar aquello.
Felicidad me preguntó qué se siente la felicidad. Si me pongo a pensar en mi vida, mis momentos de felicidad han sido tan efímeros. El solo pensar en lo que me gusta hizo que sintiera un ligero dolor de cabeza.
— Me gusta trabajar. Me gusta hacer dinero. Creo que soy feliz con la vida que tengo.
Alejandro soltó una carcajada al escuchar mi respuesta, a pesar de que no podía encontrar la gracia en mis palabras.
— ¿Acaso eres un extraterrestre? ¿A quién le gusta trabajar?
— A mí. Mantiene mi mente ocupada, me gusta la sensación de cerrar tratos multimillonarios.
— Eres un caso perdido. Pero, ten en cuenta que siempre contarás conmigo. No te lo guardes todo para ti.
— Estás siendo tan cursi — le dije en tono gruñón, a pesar de que escuchar aquello llenó de calma por completo mi corazón.
Alejandro recogió los documentos esparcidos por el escritorio, luego se puso de piel antes de darme una sonrisa radiante, debido al sol que entraba por la ventana de la oficina, su rostro se vio lleno de luz. Sonreí ante la vista.
Bueno, él era alguien que merecía ser feliz, me alegraba que todo el dolor del pasado quedará en segundo plano. Yo también quería avanzar, pero los fantasmas no me dejaban continuar. Había un abismo delante de mí que me impedía caminar hacia la felicidad. La culpa carcomía mi alma, la sensación de que pude haber hecho algo para detener la tragedia del año pasado, no podía dejarme vivir en paz.
— Me llevaré estos documentos, hermano. No olvides ir a casa de vez en cuando, Milena siempre me pregunta por ti, a veces me pregunto si te quiere más que a mí, su padre. Esa niña es una gran traidora, pero así la amo.
— Ella solo es astuta — le dije — Se parece a ti cuando eras pequeño. También eras un gran dolor en el trasero, solo cambiaste cuando ingresaste a la escuela.
— No me calumnies. Yo era un ángel que cayó del cielo.
— Caído del cielo. Por algo te han de haber corrido.
— ¿Por qué me molestas, hermano?
Tras decir aquello, Alejandro sonrió. — Ves, ahí estás. Estabas tan apagado en estos días casi como un zombie. Me alegra saber que tu sentido de molestar a las personas con comentarios mordaces aún no haya desaparecido.