El fallecimiento de su padre desencadena que la verdad detrás de su rechazo salga a la luz y con el poder del dragón dentro de él termina con una era, pero siendo traicionado obtiene una nueva oportunidad.
— Los omegas no pueden entrar— dijo el guardia que custodia la puerta.
—No soy cualquier omega, mi nombre es Drayce Nytherion, príncipe de este reino— fueron esas últimas palabras cuando ellos se arrodillaron ante el.
NovelToon tiene autorización de Gabitha para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
EL REY DEL VENENO.
Gracias al grito de ayuda de Christian y al rápido actuar de Hamir, lograron llevar a Drayce hasta su habitación. El pánico recorrió los pasillos como un fuego imparable, y no tardaron en correr a avisar al emperador y a la madre emperatriz.
—¡Madre emperatriz! —gritó Christian desde las escaleras, casi sin aliento.
—¡Pero ¿quién rayos te crees para gritar?! —lo reprendió Samira, intentando detenerlo.
—¡Basta, Samira! —la calló el guardia que custodiaba la vida de la madre emperatriz.
—Madre emperatriz, discúlpeme, ¡el príncipe Drayce ha sido envenenado! —exclamó Christian, con la voz quebrada por el miedo.
El silencio se apoderó del lugar por unos segundos.
—¡¿Qué?! —gritó la madre emperatriz al unísono con varias de sus sirvientas.
—Samira, trae al doctor ¡ahora mismo!
Samira salió disparada, y tras ella corrieron otros en busca de auxilio.
---
Mientras tanto, Hamir forcejeaba en vano frente a las puertas de la oficina del emperador.
—Ya te dijimos, Hamir, el emperador ordenó que nadie entrara. —insistió uno de los guardias.
—¡No entienden, es una emergencia! —intentó explicarse.
—Órdenes son órdenes —respondió con frialdad el otro guardia.
De pronto apareció Abdiel, el consejero más cercano del emperador.
—¿Qué sucede, Hamir?
—¡Señor Abdiel! Gracias a los cielos… es el príncipe mayor. ¡Ha sido envenenado!
El rostro del consejero cambió al instante. Sin mediar palabra, irrumpió en la oficina del emperador.
—Su majestad, ¡hay una emergencia en el harem!
El emperador, sin apartar la vista de sus documentos, respondió con frialdad:
—No tengo tiempo para problemas de omegas y mujeres, Abdiel. Que se encargue mi madre.
—No, su majestad. No es un simple problema. ¡Han envenenado a su hijo, el príncipe mayor!
Las palabras atravesaron la sala como un rayo. El emperador se levantó de golpe, con el rostro endurecido, y salió a toda prisa.
---
En la habitación de Drayce, el doctor ya había llegado. Agatha, siempre atenta, lo acompañaba.
—Parece ser “el rey de los venenos”… —murmuró el doctor con el ceño fruncido—. Pero es casi imposible de conseguir a menos que haya un alquimista cerca.
El emperador entró en ese instante, con el corazón desbocado.
—¡Madre, doctor! ¿Cómo está mi hijo?
—Por ahora hemos logrado que vomitara parte del arsénico. Gracias a la rápida acción de Hamir y del omega que lo atendió, llegamos a tiempo… pero aún no está fuera de peligro.
El emperador cerró los ojos, con un suspiro de alivio mezclado con furia.
—¿Arsénico? ¡Eso es imposible! Se prohibió producirlo en todo el imperio.
El doctor lo miró con pesar.
—Su majestad, los alquimistas de Zaryon obedecen… pero hay otros que vagan sin ciudad ni rey. El conocimiento no siempre muere con las leyes.
El anciano extendió una receta con hierbas que podrían ayudar a neutralizar el veneno.
—Si despierta en algún momento dele esto cada dos horas. Yo regresaré al amanecer.
---
Cuando salieron todos, el emperador se encontró solo con su hijo y el omega pelirrojo que lo cuidaba. El omega limpiaba con delicadeza el sudor del rostro de Drayce, sin miedo ni duda en su mirada.
El emperador lo observó en silencio, sorprendido de que nadie más se atreviera a estar en esa habitación maldita, salvo ese joven omega, al que había reconocido por el aroma dulce que desprendía.
Un murmullo apenas audible rompió el momento:
—Pa… pá…
El emperador se inclinó de inmediato, tomando la mano de su hijo.
—Aquí estoy, hijo. Resiste. No te vayas.
El cuerpo de Drayce convulsionó con violencia. El emperador sintió que el mundo se le derrumbaba. El omega corrió a sostenerlo y, como si el toque del omega trajera calma, los espasmos cesaron.
El emperador lo miró con gratitud y asombro.
—Gracias… gracias por cuidarlo.
El pelirrojo solo sonrió con suavidad.
—Estará bien.
El emperador asintió, aunque en el fondo la duda lo carcomía.
—Cuídalo hasta que despierte. Debo averiguar quién hizo esto.
—Sí, mi señor. Si sirve de algo estábamos hablando cuando el príncipe estaba comiendo en la planta baja antes de desmayarse.
El emperador salió con un nuevo destino claro: investigar el origen del veneno.
La investigación había comenzado, los soldados, Abdiel e incluso el mismo emperador habían buscado desde la cocina hasta llegar al salón del harem, el emperador había ordenado que nadie, omega o mujer saliera de sus aposentos hasta el día siguiente.
Los guardias rastrearon cada rincón de la planta baja. Revisaron platos, jarras y copas. El olor metálico del arsénico aún se sentía en la vajilla de Drayce. Una sirvienta, al ver que los soldados se acercaban, dejó caer la bandeja que llevaba y retrocedió con pánico.
—¡Deténganla! —ordenó Abdiel.
La mujer corrió desesperada, hasta quedar acorralada en un pasillo sin salida. Sus ojos reflejaban terror, pero también lealtad inquebrantable a alguien más grande que ella.
—¿Quién te ordenó esto? —rugió el emperador.
La mujer temblaba, pero no soltó palabra. Entonces, sacó una pequeña daga escondida en su ropa y, antes de que pudieran detenerla, se la clavó en el pecho.
—¡No! —gritó Abdiel, tratando de alcanzarla.
La sirvienta cayó al suelo, murmurando apenas un nombre en sus últimos segundos:
—Mi...se...ñora…
El emperador apretó los puños con rabia.
—Esto no quedará impune, investiguen quien salió del palacio estos días e incluso a los que llegaron cerca del toque de las campanas.
---
En la mente de Drayce, todo era distinto.
Mientras su cuerpo yacía inmóvil, en su interior la batalla era distinta. El dragón Vhagar lo rodeaba con su energía ardiente, enseñándole a expulsar el veneno desde la médula de su ser.
—Respira, pequeño. Deja que yo queme las toxinas.
Drayce sentía el ardor recorrerle las venas, pero no se rindió.
—Si sobrevivo… Juro que le haré arrepentirse, no solo quiero que mi padre me vea como heredero. Quiero que vea en ese bello omega algo más. Quiero que vea en él… a su futura emperatriz y por supuesto que me deshare de Freya.
El dragón rió con un eco grave.
—Tarea difícil la que eliges.
—Lo sé, no es fácil conquistar el corazón de alguien. Tendremos que empezar de cero. Pero lo lograremos.
—Bien dicho, pequeño dragón. Entonces descansa… mañana despertarás como nuevo.
Durante la noche todo estaba tranquilo, dentro del harem, sin embargo, en los aposentos de los favoritos se hallaba alguien a punto de entrar en pánico.
— ¡MALDICIÓN!— dijo para proceder a tirar sus cosas.