Serena estaba temblando en el altar, avergonzada y agobiada por las miradas y los susurros ¿que era aquella situación en la que la novia llegaba antes que él novio? Acaso se había arrepentido, no lo más probable era que estuviera borracho encamado con alguna de sus amantes, pensó Serena, porque sabía bien sobre la vida que llevaba su prometido. Pero entonces las puertas de la iglesia se abrieron con gran alboroto, los ojos de Serena dorados como rayos de luz cálida, se abrieron y temblaron al ver aquella escena. Quién entraba, no era su promedio, era su cuñado, alguien que no veía hacía muchos años, pero con tan solo verlo, Serena sabía que algo no estaba bien. Él, con una presencia arrolladora y dominante se paro frente a ella, empapado en sangre, extendió su mano y sonrió de manera casi retorcida. Que inicie la ceremonia. Anuncio, dejando a todos los presentes perplejos especialmente a Serena.
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Capitulo 6
Serena estaba sentada bajo la sombra del viejo árbol que se erguía junto al anexo, aquel que había convertido en su refugio cada tarde. El libro descansaba entre sus manos, y sus ojos recorrían con calma las líneas, aunque su mente pronto empezó a divagar. Recordó a Rhaziel leyendo sus primeras frases, con la voz insegura y el ceño fruncido por la concentración. Una sonrisa orgullosa se dibujó en su rostro al evocar aquel momento, pero poco a poco la alegría se desvaneció, dando lugar a una punzada de preocupación.
—¿Dónde estará él ahora? ¿Tendrá hambre? ¿Sed? ¿Estará herido o sintiéndose mal?
Sus labios se cerraron en una delgada línea y su tez perdió el brillo. Conocía a Rhaziel hacía ya varios meses, y aunque no era mucho el tiempo desde que habían comenzado a hablar, la incertidumbre la acompañaba cada vez que pensaba en él. Nunca decía nada de sí mismo. Serena deseaba saber más, comprenderlo, sentirse parte de su mundo. Lo consideraba su amigo,su único amigo, pero la distancia que él parecía mantener le dolía y la hacía sentir frustrada.
No sabía entonces que muy pronto descubriría la verdadera identidad de aquel niño que tanto le preocupaba.
Esa tarde ocurrió algo inusual. Después de más de seis meses en el anexo, sin haber visto jamás a la Condesa Julia ni a su prometido Roger, Serena recibió un mensaje inesperado, debía presentarse en la mansión principal.
El aviso la dejó helada. Sus manos comenzaron a temblar y un nudo le apretó el estómago mientras se encaminaba hacia el lugar. ¿Por qué la llamaban? ¿Qué querían de ella? ¿Qué le harían? ¿Vería a Roger?. Cada paso se volvía más pesado hasta que, finalmente, se encontró frente a la mujer que la había llevado a ese lugar.
La Condesa Julia la miró con una frialdad inquietante, como si estuviera observando un objeto. El corazón de Serena se agitó, sus palmas sudaban, y apenas podía evitar que sus rodillas se doblaran. Julia no dijo nada al principio; simplemente sostuvo la taza de té entre los dedos y la observó en silencio, haciendo que la incomodidad de la niña creciera.
Finalmente, la condesa dejó la taza sobre la mesa con un leve sonido de porcelana y habló.
—Muéstrame lo que has aprendido.
Serena parpadeó, sorprendida. ¿Ese era el motivo de su llamado? Tardó apenas unos segundos en reaccionar, pero ese breve silencio bastó para que la mirada de Julia se endureciera aún más.
—¿Acaso eres tonta? —espetó con desprecio—. ¿O por qué no respondes?
—N-no, mi señora —balbuceó Serena, apresurándose a inclinar la cabeza—. Discúlpeme, por favor.
Con torpeza contenida, comenzó a demostrar lo que había aprendido en las lecciones: las posturas, los gestos, la manera correcta de moverse. Sus manos apenas dejaban traslucir el nerviosismo, pero cada palabra y cada movimiento eran un ruego silencioso de aprobación. Cuando terminó, respiró aliviada... hasta que levantó la vista.
La expresión de Julia revelaba desagrado.
—Acércate.
Serena obedeció con pasos temblorosos, tragando saliva. Apenas se detuvo frente a ella, Julia tomó la taza de té que aún conservaba restos en su interior y, con un movimiento lento y calculado, la volcó sobre su cabeza.
El líquido frío resbaló por su cabello y su rostro, empapando parte del vestido. Serena se quedó inmóvil, en shock, mientras el corazón le latía desbocado.
—No es suficiente —dijo Julia con voz gélida—. Para estar al lado de mi hijo, deberás esforzarte mucho más.
Los labios de Serena temblaron, pero logró inclinar la cabeza.
—Me... me esforzaré, mi señora. Haré lo posible por mejorar.
Julia no respondió. Simplemente apartó la mirada, como si Serena hubiera dejado de existir en ese instante.
Con las mejillas húmedas, no solo por el té, Serena salió del salón conteniendo las lágrimas y aún sintiendo en la piel el peso de la humillación.
Serena salió de la mansión principal con pasos pesados. Caminaba por el corredor silencioso cuando un murmullo captó su atención.
—Hace días que no veo a ese niño… —dijo una doncella en voz baja, mientras otra asentía con un gesto nervioso.
Esa simple mención despertó la curiosidad de Serena.
—¿De qué niño hablaban? ¿Podría ser…?
Antes de que pudiera reflexionar más, un ruido áspero, un forcejeo acompañado de voces alteradas, resonó desde el extremo del pasillo que acababa de dejar atrás. Giró la cabeza con sobresalto y, movida por un impulso que no alcanzó a cuestionarse, se escondió tras un pilar de mármol. Desde allí, con el corazón latiéndole en la garganta, observó.
Sus ojos se abrieron con espanto.
Rhaziel.
El niño estaba siendo arrastrado, casi a rastras, por dos sirvientes corpulentos que lo sujetaban como si fuera un delincuente y no un muchacho frágil. El cuerpo menudo del niño apenas resistía, pero su rostro, endurecido, trataba de no mostrar dolor.
Serena sintió cómo la sangre se le helaba en las venas. El temor la invadió de golpe. ¿Lo habían descubierto? ¿Habían notado que robaba comida? Su primera reacción fue dar un paso al frente, dispuesta a interponerse aunque no supiera cómo. No podía permitir que lo castigaran.
Pero entonces escuchó.
— Oh... Hablando de él, ahí está. Ese pequeño bastardo se parece tanto a su verdadera madre… —escupió una de las doncellas con desdén.
—Es justo que la Condesa lo odie. Imagínate, tener que criar al producto de la infidelidad de tu esposo… —respondió la otra con una risa seca.
Las palabras fueron como un puñal. Serena se llevó una mano a la boca para contener el jadeo que escapaba de su pecho. Se ocultó más tras el pilar, con los ojos clavados en el suelo, sintiendo que el mundo se inclinaba bajo sus pies.
—Rhaziel… hijo del Conde. Pero no de la Condesa Julia. Un hijo ilegítimo.
De pronto todo encajó. Sus ojos, esos mismos ojos oscuros e intensos que tanto la desconcertaban, eran similares a los de Roger. Medio hermanos. Su prometido y Rhaziel compartían la misma sangre.
Un mareo la recorrió. No era un simple niño al que había conocido en aquella casa, ni un huérfano extraviado entre pasillos ajenos. Era su cuñado… y sin embargo vivía tratado como un sirviente indeseado. Como un estorbo.
Las manos de Serena se cerraron en puños temblorosos contra su falda. La impotencia la quemaba por dentro. Lo entendía ahora, la negligencia, el desprecio, la crudeza con que lo trataban. No era el hijo de la señora de la casa. Y aún más cruel… su propio padre, el Conde, había permitido todo eso.
—¿Cómo puede un padre…?— pensó con furia y tristeza, pero la respuesta surgió amarga en su mente. Recordó al suyo. Recordó cómo la ignoró durante toda su vida y la había vendido como sí de en un objeto se tratara.
Claro. Los padres podían ser indiferentes. Los padres podían abandonar.
Era horrible, pero era verdad.
Un nudo le apretó la garganta mientras volvía a mirar al niño arrastrado por los pasillos, no podía hacer nada. De repente, lo comprendió con una claridad dolorosa, ella y Rhaziel tenían mucho más en común de lo que jamás había imaginado.
Dos hijos desechados por sus padres. Dos existencias marcadas por la indiferencia de quienes debían protegerlos.
que pasará 🤔 todavía falta mucho por qué regrese su salvador.
y este loco pervertido autoritario y con una madre loca y permisiva. no podra salvarse de lo que quiera hacer este loco.😭😭😭😭😭😭😭😭
Todos sus planes acaban de esfumarse como un débil suspiro.