Arim Dan Kim Gwon, un poderoso CEO viudo, vive encerrado en una rutina fría desde la muerte de su esposa. Solo su pequeña hija logra arrancarle sonrisas. Todo cambia cuando, durante una visita al Acuario Nacional, ocurre un accidente que casi le arrebata lo único que ama. En el agua, un desconocido salva primero a su hija… y luego a él mismo, incapaz de nadar. Ese hombre es Dixon Ho Woo Bin, un joven biólogo marino que oculta más de lo que muestra.
Un rescate bajo el agua, una mirada cargada de algo que ninguno quiere admitir, y una atracción que ambos intentan negar. Pero el destino insiste: los cruza una y otra vez, hasta que una noche de Halloween, tras máscaras y frente al mar, sus corazones vuelven a reconocerse sin saberlo.
Arim ignora que la mujer misteriosa que lo cautiva es la misma persona que lo rescató. Dixon, por su parte, no imagina que el hombre que lo estremece es aquel al que arrancó del agua.
Ahora deberán decidir si siguen ocultándose… o si se atreven a dejar que el amor, como los latidos bajo el agua, hable por ellos.
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Fiesta de disfraces.
Antes de que pudiera negarse, ya lo tenían sentado en una silla, con un blower en mano, un hermoso vestido de lentejuelas y maquillaje. Cuando se miró en el espejo apenas se reconoció. Además eligieron un antifaz muy hermoso. Parecía un pavo real.
—Pareces una diva coreana —rió Yuna, dándole una vuelta frente al espejo.
—Más bien una espía de película —añadió Anna, acomodándole el vestido.
Al final cedió. ¿Qué podía perder? Subieron al barco que los llevaría hasta Tahití, la luna reflejándose en el mar mientras las risas de sus hermanas lo envolvían. Por primera vez en mucho tiempo, Dixon se permitió disfrutar.
Esa misma noche, en otra parte de la isla, Arim se preparaba. No le gustaban esas fiestas, pero Seo Jin lo había convencido con su insistencia. No llevaba disfraz elaborado, solo un antifaz negro y un traje formal.
Cuando se miró al espejo, no pudo evitar una sonrisa amarga.
—Las 50 sombras de Grey me quedarían pequeñas —murmuró con ironía, ajustándose el nudo de la corbata.
Respiró hondo, sin imaginar que esa noche el destino ya tenía listo un encuentro que cambiaría más que solo una semana de rutinas.
La fiesta en la playa era un despliegue de luces, música y cuerpos en movimiento. Antorchas de bambú iluminaban la arena mientras las olas rompían suavemente, mezclando su murmullo con el ritmo de la samba brasileña. Mesas largas exhibían bandejas con sushi, caviar, cócteles de frutas exóticas y copas de champaña que no paraban de circular.
Arim llegó con paso firme, el antifaz negro realzando la severidad de su mirada. Seo Jin lo recibió como si fuese su pareja de toda la vida, colocándole una mano posesiva en la cintura y saludándolo con un beso en la mejilla.
—Por fin llegaste. Creí que me dejarías solo en este circo —dijo Seo Jin, con esa sonrisa calculada que siempre escondía segundas intenciones.
Arim no respondió; solo observó el espectáculo alrededor. El ambiente era demasiado animado para su gusto, pero algo en él… algo en el aire le decía que esta noche no sería una más.
A pocos metros, Dixon llegó acompañado de sus hermanas Yuna y Anna. Entre las risas nerviosas y el revoloteo de faldas brillantes, él sentía el corazón acelerado. El antifaz en forma de pavo real ocultaba lo suficiente, y el maquillaje hacía el resto. Nadie, ni siquiera Brayan —el millonario pelirrojo empeñado en conquistarlo— lo reconocía.
Brayan, de hecho, estaba allí, con su camisa abierta mostrando el pecho, un vaso de whisky en mano, y los ojos fijos en Dixon como un halcón. Sergey, el dueño del acuario, también había llegado y al verlo, sonrió satisfecho. Pero lo que ninguno esperaba… era que esa noche tendrían competencia.
La música bajó de golpe. Una anfitriona vestida de lentejuelas doradas subió al escenario con micrófono en mano.
—¡Queridos invitados! —gritó, arrastrando la voz—. Esta noche, además de la diversión, tenemos nuestra tradicional subasta de disfraces. Diez bellezas afortunadas subirán al escenario y el ganador de cada puja tendrá derecho a una velada exclusiva. ¡El dinero recaudado irá a obras benéficas!
Entre gritos y aplausos, varias chicas fueron seleccionadas. Y, por insistencia de la anfitriona, también Dixon y sus hermanas.
—¡Vamos, no sean tímidas! —dijo ella, prácticamente arrastrándolos a la tarima.
Dixon quiso protestar, pero Anna lo empujó con disimulo. Y ahí estaba ahora, bajo los reflectores, rodeado de otras mujeres hermosamente disfrazadas. La música volvió a subir y el público estalló en vítores.
Arim, sentado en la mesa VIP con Seo Jin y un par de socios, alzó la vista. En cuanto sus ojos se cruzaron con los de Dixon detrás del antifaz… algo se encendió en su pecho.
—No sé por que ella me parece conocida.
Eran solo un par de segundos, pero lo suficiente para que reconociera una chispa conocida. Esa mirada, intensa y nerviosa a la vez, no podía pertenecer a cualquiera. Sintió que lo atrapaba, lo arrastraba como las corrientes del océano. Y entonces, lo notó: las muñecas de esa “chica”. Tatuajes tribales, hermosos, negros, tan familiares…
—Todas son muy hermosas —aclara su amigo y socio.
—Qué raro… —murmuró para sí mismo, inclinándose hacia delante.
Seo Jin lo observó de reojo. —¿Te gusta alguna? Estoy celoso.
Arim no respondió, pero su silencio fue más elocuente que cualquier palabra.
El presentador empezó la subasta con una sonrisa maliciosa.
—¡Comenzamos en 5.000 dólares! ¿Quién ofrece más?
—Wao que reñido.
El primero en levantar la mano fue Brayan, con una sonrisa arrogante.
—¡Diez mil!
Sergey no se quedó atrás. —¡Quince mil!
Dixon tragó saliva, incómodo. El corazón le martillaba en las sienes, rogando que nadie lo descubriera. Sus hermanas, sin embargo, estaban divertidísimas.
—¡Veinte mil! —volvió a levantar Brayan su copa.
La multitud silbaba, vitoreaba, el ambiente se calentaba.
Y de pronto, una voz grave, segura, cortó la tensión:
—Cincuenta mil.
El silencio cayó como un golpe. Todos giraron la cabeza. Era Arim, sentado con el antifaz negro, la copa de champaña olvidada entre los dedos, y la mirada fija en Dixon.
Seo Jin lo miró sorprendido, incapaz de ocultar la incomodidad. Brayan frunció el ceño, Sergey apretó los labios.
Dixon, desde el escenario, sintió que las piernas le temblaban bajo el vestido de lentejuelas.
—¿Qué demonios…? —susurró, con el corazón desbocado.
Porque aunque Arim no sabía la verdad… esa noche, con una sola mirada y una sola palabra, había entrado en un juego que ninguno de los dos podría detener.