"No todo lo importante se dice en voz alta. Algunas verdades, los sentimientos más incómodos y las decisiones que cambian todo, se esconden justo ahí: entre líneas."
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Sin importar qué, la vida sigue.
A pesar del vacío que me carcomía, esos años después de convertirme en fiscal fueron algunos de los más felices de mi vida. Tenía una relación hermosa con Heather, una conexión que había florecido a través de cada sacrificio, cada noche sin dormir, cada lágrima que derramé por ella. Verla crecer, convertirse en una joven brillante y fuerte, me llenaba de un orgullo que no podía describir. La casa que construimos juntos, aunque modesta, era un refugio lleno de risas y recuerdos: las tardes en las que cocinábamos juntos, quemando accidentalmente el pan mientras Heather reía hasta que le dolía el estómago; las noches en las que veíamos películas viejas en el sofá, con el olor a palomitas llenando el aire y su cabeza apoyada en mi hombro; los días en los que me ayudaba a plantar flores nuevas en el jardín, aunque siempre terminábamos cubiertos de tierra y riendo como niños. Ella era mi mundo, y por un tiempo, sentí que todo el dolor del pasado valía la pena.
Pero entonces, las cosas comenzaron a tornarse extrañas, casi irreales, cuando él apareció.
Era el verano de 2023, y yo estaba en casa, descansando en un día que parecía como cualquier otro. El calor de julio se colaba por las ventanas abiertas, trayendo consigo el aroma dulce de las flores del jardín y el zumbido perezoso de las cigarras. Tenía 36 años, y mi vida era un paisaje completamente distinto al que había sido en mi juventud. El trabajo como fiscal me había consumido durante años, con largas horas en tribunales que olían a madera pulida y a tensión, enfrentándome a casos que me dejaban emocionalmente exhausto. No socializaba más allá de lo estrictamente necesario; mis interacciones se limitaban a colegas y clientes, y la idea de hablar con desconocidos me llenaba de una ansiedad que no sabía cómo manejar. Había cambiado tanto con el tiempo, veía el mundo desde un lente diferente, uno empañado por la melancolía y la carga de un pasado que nunca me dejaba del todo.
Estaba sentado en el sofá de la sala, con un vaso de agua helada en la mano, el frío del vidrio condensándose contra mi piel. La casa estaba silenciosa, salvo por el tic-tac del reloj en la pared y el sonido lejano de un cortacésped en el vecindario. Heather me había dicho esa mañana que quería presentarme a alguien, y aunque intenté no darle demasiada importancia, no podía evitar sentir un nudo en el estómago. Me pasé una mano por el cabello, que ahora llevaba más corto pero igual de desordenado, y traté de calmar los nervios que me recorrían el cuerpo. No estaba listo para esto, para conocer a alguien nuevo, para fingir que era un hombre sociable y estable cuando por dentro me sentía como un desastre.
El sonido de la puerta principal abriéndose me sacó de mis pensamientos. Me puse de pie, ajustándome la camisa blanca que llevaba, con los primeros botones desabrochados porque el calor era insoportable. Mis manos temblaban ligeramente mientras me preparaba para recibir a quien fuera que Heather quería presentarme. Escuché sus pasos rápidos en el pasillo, y luego su voz, llena de entusiasmo, resonó en la casa. —¡Papá, ya llegamos!— anunció, su tono tan alegre que casi me arrancó una sonrisa, a pesar de la tristeza que me pesaba como una losa.
Entraron a la sala, y mis ojos se posaron de inmediato en el hombre que acompañaba a mi hija. Era alto, con cabello rubio natural que caía en mechones desordenados sobre sus hombros, un tono claro que brillaba bajo la luz del sol que entraba por la ventana. Sus ojos eran de un ámbar intenso, un color que parecía arder con una mezcla de curiosidad y cautela. Había algo en su postura, en la forma en que se movía, que desprendía una energía contenida, como si siempre estuviera listo para salir corriendo o para enfrentarse al mundo.
El hombre dio un paso adelante y extendió una mano hacia mí, con una sonrisa confiada que mostraba un poco de arrogancia. —Hola, soy Damon Montgomery, el novio de Heather— dijo, su voz firme pero con un toque de nerviosismo que no podía esconder. Luego, con un brillo de confusión en sus ojos, añadió: —¿Tú eres su hermano?—.
Me quedé helado, mi mano suspendida en el aire mientras lo miraba directamente a los ojos. No me reí, no dije nada de inmediato. Mi rostro se mantuvo serio, casi rígido, mientras procesaba sus palabras. Heather, a su lado, hizo una pausa, y luego estalló en una carcajada tan fuerte que apenas podía respirar. Se dobló hacia adelante, cubriéndose la boca con las manos, sus hombros temblando de risa. —¡Ay, Damon, no!— logró decir entre risas, su voz entrecortada mientras intentaba recuperar el aliento. —¡Es mi papá!—.
Damon se quedó en silencio, el color subiéndole a las mejillas hasta que su rostro adquirió un tono rojizo de pura vergüenza. —Oh, lo siento mucho, señor Marshall— murmuró, bajando la mirada mientras se rascaba la nuca con una mano. —No quise... de verdad, lo siento—.
—No te preocupes— respondí, mi voz baja y algo apagada, mientras finalmente tomaba su mano para estrecharla. Su agarre era firme, pero noté que sus dedos temblaban ligeramente, probablemente por el bochorno. No me molestó su comentario, no realmente. Era confuso, sí, pero entendía por qué lo había dicho. El trabajo me había comido vivo todos estos años, pero de alguna manera, mi rostro no reflejaba el desgaste que yo sentía. En el espejo, yo veía a un hombre acabado, con ojeras profundas y una mirada vacía, pero los demás siempre decían que me veía joven, que no aparentaba mis 36 años. Supongo que la genética había jugado a mi favor, aunque por dentro me sentía como si tuviera el doble de mi edad.
—Un gusto conocerte, Damon— dije, forzando una sonrisa que no llegaba a mis ojos. —Soy Blake Marshall, el padre de Heather. Pasen, pónganse cómodos, así podemos hablar mejor—. Mi voz sonaba pesada, cargada de una tristeza que no podía explicar. Les señalé el sofá, y mientras ellos se sentaban, yo tomé una silla y me coloqué frente a ellos, mis manos apoyadas en las rodillas, los dedos entrelazados con fuerza para ocultar el temblor que no podía controlar.
Ese día, en particular, estaba sumido en una tristeza que no entendía. No había un motivo claro, solo uno de esos periodos que me golpeaban sin aviso. Podía estar bien una semana entera, sintiéndome casi humano, y luego pasar las siguientes dos hundido en un pozo del que no sabía cómo salir. Intenté poner mi mejor cara, como siempre hacía por Heather, pero mi cuerpo me traicionaba. Mis hombros estaban encorvados, como si cargaran un peso invisible, y mi mirada se perdía constantemente, enfocándose en algún punto lejano mientras ellos hablaban. Cada palabra que salía de mi boca parecía costarme un esfuerzo inmenso, como si hablar fuera un acto físico que me agotara.
Heather, ajena a mi tormenta interna, charlaba con Damon sobre algo que había pasado en su trabajo, su risa llenando la sala como un rayo de sol. Verla tan feliz me calentaba el pecho, pero al mismo tiempo hacía que el vacío dentro de mí se sintiera aún más profundo. Me pasé una mano por la cara, intentando sacudirme la melancolía, pero solo logré que mis dedos se detuvieran en mi mandíbula, apretándola con fuerza mientras intentaba mantener la compostura. Damon me miraba de vez en cuando, con una mezcla de curiosidad y cautela, pero yo apenas podía sostenerle la mirada. Estaba consternado, atrapado en mi propia cabeza, y aunque quería estar presente para Heather, una parte de mí seguía perdida en el pasado.
Me aparto de la ventana con un suspiro pesado, el reflejo de mi rostro desapareciendo mientras me giro hacia la sala. El ambiente cálido de la tarde sigue envolviendo la casa, pero mi interior sigue siendo un torbellino de emociones que no puedo controlar. Heather y Damon están sentados en el sofá, sus voces suaves y llenas de complicidad mientras charlan sobre algo que no alcanzo a escuchar del todo. Me frote las manos contra los pantalones, intentando calmar los nervios que me recorrían el cuerpo, y decidí hacer algo para mantenerme ocupado. No quieria que notaran lo perdido que estaba ese día, no quería que Heather se preocupe.
Me dirijo a la cocina, mis pasos lentos y algo torpes, como si el peso de mis propios pensamientos me arrastrara hacia abajo. El suelo de madera cruje bajo mis pies, y el aroma a lavanda que Heather siempre insiste en mantener en la casa se mezcla con el olor a tierra que entra desde el jardín. Abro el refrigerador, el zumbido del motor llenando el silencio, y busco algo que pueda ofrecerles. Mis ojos se detienen en una jarra de té negro helado que preparé hace un par de días, el líquido oscuro brillando bajo la luz de la nevera. Agarro la jarra con cuidado, el frío del vidrio quemándome las manos, y busco un par de vasos limpios en el armario. Los coloco en el mostrador con un tintineo suave, mis dedos temblando ligeramente mientras sirvo el té, asegurándome de no derramar ni una gota. El líquido cae con un sonido cristalino, y el aroma cítrico del té sube hasta mi nariz, mezclado con un toque de dulzura que me recuerda a los días en los que Heather y yo hacíamos limonada juntos.
Busco una bandeja vieja de madera que está algo desgastada en las esquinas y coloco los vasos encima. Luego, abro un cajón y saco un par de bolsas de papas fritas y unas galletas que Heather compró la semana pasada, su envoltura crujiendo bajo mis dedos. No es gran cosa, pero es lo mejor que tengo para ofrecer en este momento. Mientras preparo todo, siento un nudo en el estómago, una mezcla de ansiedad y tristeza que no puedo sacudirme. Estoy hecho un desastre, lo sé. Estoy nervioso, más de lo que debería, pero Heather ha estado hablando tanto de este chico últimamente que no quiero arruinarlo. No es el primer novio que me presenta, pero hay algo en la forma en que habla de Damon, en cómo sus ojos se iluminan cuando menciona su nombre, que me hace pensar que este es diferente. Quiero verla feliz, y tampoco quiero caerle mal al novio de mi hija. Ella se merece lo mejor, y yo... yo solo quiero estar a la altura.
Regreso a la sala con la bandeja en las manos, mis pasos cuidadosos para no derramar nada. El sol ya casi se ha puesto, y la luz anaranjada ha dado paso a un brillo dorado que baña la sala, haciendo que las paredes blancas parezcan más cálidas. Coloco la bandeja en la mesa de centro con un movimiento lento, el madera rozando contra la madera con un sonido apagado. —Tomen con confianza— digo, mi voz más ronca de lo que esperaba, mientras señalo los vasos de té y los snacks. Me siento en la silla frente a ellos, mis manos apoyadas en las rodillas, los dedos entrelazados con fuerza para ocultar el temblor que no se va. Mis hombros están encorvados, y siento un peso en el pecho que me hace respirar con dificultad, pero me obligo a alzar la mirada y encontrarme con los ojos ámbar de Damon.
Me aclaro la garganta, intentando sonar más seguro de lo que me siento, y finalmente me animo a hablar. —Heather me ha contado mucho sobre ti, Damon— comienzo, mi voz baja pero firme, aunque cada palabra parece costarme un esfuerzo. —Dice que eres un caballero, muy detallista, que siempre buscas hacerla feliz. Me alegra escuchar eso—. Mientras hablo, miro a Heather, que está sentada junto a Damon con una sonrisa suave en los labios, sus manos descansando sobre su regazo. Ella asiente ligeramente, sus ojos brillando con una mezcla de orgullo y felicidad.
Damon sonríe, una expresión tranquila pero sincera, y se inclina un poco hacia adelante, sus manos apoyadas en sus rodillas. —Gracias, señor Marshall— responde, su voz calmada pero llena de convicción. —Realmente quiero hacer a Heather feliz. Desde que ella llegó a mi vida, siento que todo tiene más color, más vida. Es como si el mundo fuera un lugar mejor con ella a mi lado—. Sus palabras son apasionadas, casi poéticas, y aunque para mí suenan un poco superficiales—como un bla bla que he escuchado antes en otros novios de Heather—no puedo evitar alegrarme. Hay una sinceridad en su tono que me hace creer que realmente ama a mi hija, aunque sea un amor diferente al que yo le tengo, un amor que no lleva el peso de los sacrificios que yo cargué por ella. Me alegra que alguien pueda quererla de esa manera, que pueda darle una felicidad que yo, con toda mi tristeza, a veces no logro ofrecerle.
Asiento lentamente, mi mirada perdida por un momento en el vaso de té que tengo frente a mí. —Me alegra escuchar eso— digo, mi voz más suave ahora, aunque sigue cargada de esa melancolía que no puedo sacudirme. —Heather es lo más importante para mí. He pasado toda mi vida esforzándome por ella, asegurándome de que tuviera todo lo que necesitaba, todo lo que yo nunca tuve—. Hago una pausa, mis dedos apretándose contra mis rodillas, y respiro hondo antes de continuar. —Cuando su madre murió, yo tenía solo 14 años. Desde entonces, fui yo quien la crió, trabajando día y noche, estudiando hasta que mis ojos no podían más, todo para darle un futuro mejor. No fue fácil llegar aquí. Hice cosas que nunca pensé que podría hacer, solo para que mi princesa tuviera un techo, comida, una vida digna. Lo único que quiero es lo mejor para ella, Damon, y espero que tú también lo quieras—.
Mis palabras cuelgan en el aire, pesadas pero honestas, y siento un nudo en la garganta mientras hablo. Mis manos tiemblan ligeramente, y las bajo para tomar un vaso de té, el frío del vidrio contra mi piel un contraste con el calor que siento en el pecho. Heather me mira con ojos brillantes, una mezcla de admiración y cariño que me desarma. —Papá, siempre has sido increíble— dice, su voz suave pero llena de emoción. —Todo lo que has hecho por mí... nunca voy a poder agradecértelo lo suficiente—. Se inclina hacia mí y toma mi mano, sus dedos cálidos contra los míos, y siento un nudo en la garganta que me hace tragar con dificultad.
Damon asiente, su expresión más seria ahora, como si mis palabras lo hubieran tocado de alguna manera. —Entiendo, señor Marshall— dice, su voz baja pero firme. —Le prometo que siempre voy a buscar lo mejor para Heather. Ella se merece el mundo, y yo quiero dárselo—. Hay una determinación en su tono que me hace mirarlo con un poco más de respeto, aunque todavía no estoy seguro de cuánto confiar en él.
El ambiente en la sala se vuelve más cálido, más familiar, mientras seguimos charlando. Heather cuenta anécdotas de su infancia, como la vez que intentamos hacer un pastel para su cumpleaños y terminamos con harina por toda la cocina, y su risa llena el espacio, un sonido que me envuelve como un abrazo. Damon escucha con atención, riendo de vez en cuando, y yo me esfuerzo por participar, aunque cada palabra que digo parece costarme más de lo que debería. Me paso una mano por el cabello, un gesto nervioso que no puedo evitar, y bebo un sorbo de té, el sabor cítrico refrescándome la garganta. A pesar de mi tristeza, de este día que me tiene por los suelos, encuentro una chispa de esperanza en la felicidad de Heather. Ella está bien, está rodeada de amor, y eso es lo único que importa.