Jazmín Gómez, una joven humilde y trabajadora, jamás imaginó que su vida cambiaría al convertirse en la secretaria de Esteban Rodríguez, un CEO poderoso, reservado y con un corazón más noble de lo que aparenta. En medio de intrigas laborales, prejuicios sociales y secretos del pasado, nace entre ellos un amor tan inesperado como profundo. En una Buenos Aires contemporánea, ambos descubrirán que las diferencias no separan cuando el amor es verdadero.
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CAPÍTULO 6
El beso de aquella tarde quedó flotando en el aire entre ellos como una promesa silenciosa, pero también como una barrera invisible que ninguno de los dos se animaba a cruzar del todo. Desde entonces, cada encuentro entre Jazmín y Esteban estaba teñido de un nuevo lenguaje: miradas que se extendían más de lo prudente, silencios que decían más que cualquier palabra, y una tensión que ni siquiera el trajín de los días podía disipar.
Sin embargo, había algo que los retenía. Tal vez era el miedo, tal vez la conciencia de lo que significaba aquel vínculo en medio del entorno laboral, o quizá era simplemente la certeza de que, una vez que se entregaran del todo, ya no habría vuelta atrás.
El viernes por la mañana, el edificio entero era una olla a presión. Todo el equipo de Rodríguez Corporación se preparaba para el evento empresarial del trimestre: la presentación del nuevo programa de sustentabilidad. Estaban invitados clientes importantes, inversores extranjeros y figuras del ámbito político. La reputación de la empresa estaba en juego. Y Esteban, más que nunca, necesitaba que todo saliera perfecto.
—Jazmín, ¿tenés la lista de invitados confirmada? —preguntó él desde su despacho, mientras se ajustaba la corbata frente al espejo.
—Sí, acabo de revisarla con María. También validé las credenciales de acceso y la disposición de las mesas. Todo está cubierto —respondió ella, entrando con la tablet en la mano y una leve sonrisa.
Esteban la miró por el reflejo. Se veía distinta. Había algo en ella que irradiaba seguridad, incluso bajo presión. Vestía un traje sastre negro con una blusa color marfil que le daba un aire sofisticado, pero sin perder su esencia humilde. Era la misma Jazmín de siempre, pero más firme. Más ella.
—¿Estás nerviosa? —preguntó él, dándose vuelta.
—Un poco. Pero más por vos. Sé lo que significa este evento.
Esteban se acercó y bajó la voz.
—Lo único que me preocupa es que estés bien. Lo demás… se resuelve.
Ella bajó la mirada, pero no retrocedió. Sentía cómo las palabras de Esteban la atravesaban, cómo le calaban hondo. Quería creerle. Quería confiar, pero su mente estaba cargada de pensamientos que la inquietaban.
La noche anterior, su madre le había llamado desde Merlo, su barrio natal. Había oído cosas. Comentarios. Rumores que, como un eco distorsionado, habían llegado hasta allá.
—Dicen que estás con tu jefe… que te vieron en fotos en el centro. Que estás cambiando, Jazmín —le dijo con una mezcla de preocupación y juicio.
Jazmín intentó explicarle, pero su madre no la dejó.
—Vos no sos de ese mundo, hija. No te confundas.
Esas palabras le habían dolido más de lo que quería admitir. Como si su madre no pudiera aceptar que ella pudiera crecer, ascender, estar en otro lugar sin renegar de sus raíces.
Ahora, mientras Esteban le hablaba, esas frases retumbaban en su cabeza.
—Tenemos que irnos —dijo ella, saliendo de su ensueño—. El chofer ya está abajo.
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El evento se realizó en un centro de convenciones en Puerto Madero. Todo estaba decorado con sobriedad y elegancia: paneles de madera clara, pantallas gigantes, luces cálidas y una estética minimalista que hablaba de modernidad y compromiso ambiental. Jazmín se encargaba de supervisar cada detalle mientras Esteban recibía a los invitados principales.
En un momento, mientras ella acomodaba unos presentes institucionales sobre una mesa, alguien la llamó desde atrás.
—Jazmín… ¿sos vos?
Se giró, confundida, y se encontró con un rostro que no veía hacía años. Se le heló la sangre.
—¡Martín! —exclamó, sin poder evitar el temblor en la voz.
Era su exnovio. El único novio formal que había tenido. Habían salido cuando ella tenía diecinueve y él veinticinco. La relación había terminado mal: con mentiras, celos y un dolor que Jazmín creía haber enterrado.
Martín vestía un traje oscuro, llevaba una copa de vino en la mano y sonreía con esa misma soberbia que ella tanto detestaba.
—No puedo creerlo… La nena de Merlo ahora está en traje, rodeada de millonarios. ¿Trabajás acá?
—Sí. Soy asistente ejecutiva —respondió, intentando mantener la compostura.
—¿Y del mismísimo Esteban Rodríguez? Mirá vos… —dijo, con tono burlón—. Siempre supiste acomodarte bien, ¿no?
Jazmín sintió una punzada en el estómago. Quiso marcharse, pero justo en ese instante apareció Esteban, que se acercó con paso firme al notar la tensión en su expresión.
—¿Todo bien, Jazmín?
Martín lo miró con una sonrisa fingida.
—¿El CEO? Un gusto. Soy Martín Ríos, del grupo Investra. Vinimos a ver la propuesta de sustentabilidad. Veo que tiene buen gusto para elegir asistentes.
Esteban lo estudió en silencio. Luego giró hacia Jazmín.
—¿Querés acompañarme al backstage? Necesito revisar el orden del discurso.
Ella asintió sin dudar y se alejó junto a él, sin mirar atrás.
—¿Quién era? —preguntó él, ya en la sala de descanso.
—Un error del pasado —dijo ella, respirando hondo—. No quiero hablar de él.
Esteban le puso una mano en el hombro.
—No tenés que explicar nada. Pero si te hace sentir incómoda, puedo pedir que lo retiren del evento.
—No. No quiero armar un escándalo. Solo… solo quiero concentrarme en esto.
Él asintió. Pero sus ojos ardían con una furia contenida.
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Horas después, el evento transcurría con normalidad. Las exposiciones fueron un éxito. Los medios presentes hablaban maravillas del enfoque ambiental de Rodríguez Corporación, y los inversores mostraban entusiasmo por los proyectos presentados.
Pero entre toda esa perfección, Esteban notaba que algo en Jazmín había cambiado. Estaba más seria. Más reservada. Como si aquella aparición del pasado le hubiera removido algo muy hondo.
Cuando terminó la última ponencia, y ya entrada la noche, Esteban la invitó a dar un paseo por los muelles antes de regresar.
Caminaron en silencio, hasta que ella, sin que él dijera nada, soltó:
—Martín fue mi primer amor. Pero también fue quien más me hirió. Me manipulaba, me celaba, me decía que nunca iba a lograr nada. Cuando me inscribí en la universidad para estudiar administración, se burló. Me decía que era un gasto innecesario.
Esteban la escuchó en silencio.
—Una vez… me gritó en la calle. Me dijo que si no me arreglaba, nadie me iba a tomar en serio. Yo lo dejé. Pero me costó. Me hizo sentir que no valía nada. Que nadie me iba a mirar como mujer, menos alguien de tu nivel.
Esteban se detuvo. Le tomó la mano con suavidad.
—Miráme bien, Jazmín. Nunca más permitas que alguien te haga sentir así. Sos valiente, capaz, y tenés una dignidad que muchos desearían tener.
Ella lo miró, con los ojos húmedos. Algo en su interior se derrumbaba, pero era un derrumbe liberador. Como si por fin se estuviera quitando un peso de encima.
—Te juro que cuando te conocí… me prometí que no me iba a enamorar. Que no iba a confundir las cosas. Pero ahora… no sé cómo evitarlo.
Esteban acarició su mejilla con ternura.
—No tenés que evitarlo. Porque yo estoy en la misma. Y no me da vergüenza decirlo.
Y esta vez, el beso no fue un secreto robado. Fue una confirmación. Fue profundo, decidido, real.
Un beso en medio del río, de las luces de la ciudad y de un futuro que apenas comenzaba a dibujarse.
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Lo que ninguno de los dos sabía, mientras se besaban a orillas del agua, era que desde lejos, oculto entre las sombras, Martín los observaba. El celular en su mano brillaba con la pantalla encendida. Había capturado el momento exacto del beso.
Y sonrió con malicia.
—Ahora sí, querida Jazmín… vamos a ver cuánto dura tu cuento de hada.
Martin llegó tu hora de pagar por extorsión a más de una mujer eres un vividor y estafador.
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