En un mundo donde la magia y la naturaleza están entrelazadas, Kael, un poderoso lobo beta, es desterrado de su manada por desafiar las reglas impuestas por su Alfa, Darian, un líder tirano que busca explotar a su gente. Mientras deambula por los bosques prohibidos, herido y solo, Kael encuentra a Selene, una bruja exiliada por su propio pueblo, temida por su inmenso poder.
Ambos, marginados y perseguidos, encuentran en el otro una razón para luchar y sobrevivir. A medida que su vínculo crece, una pasión ardiente nace entre ellos, desafiando las leyes de sus mundos. Pero el peligro los acecha: Darian ha hecho un pacto con fuerzas oscuras para mantener su dominio, y el consejo de hechiceros busca eliminar a Selene antes de que su poder se descontrole.
Juntos, Kael y Selene deben enfrentar enemigos implacables, descubrir los secretos de sus propias naturalezas y decidir si su amor es suficiente para desafiar el destino. En un juego de traición, magia y deseo, la batalla por la libertad.
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Capitulo 6
La noche seguía envolviendo el bosque con su manto de sombras cuando Kael y Selene retomaron su camino. El aire olía a humedad y electricidad, un indicio claro de la tormenta que se acercaba. Entre el crujir de hojas y ramas bajo sus pies, se escuchaba el murmullo lejano del viento, como si el bosque mismo susurrara advertencias.
Kael inhaló profundamente, dejando que los aromas de la noche inundaran sus sentidos. Tierra mojada, musgo, corteza de árboles antiguos y, entre todo eso, el inconfundible rastro de un ciervo cercano. Su estómago rugió de hambre.
Selene lo observó con una sonrisa apenas perceptible.
—¿Lo hueles? —preguntó en un murmullo.
Kael asintió. Sus músculos se tensaron con la anticipación. La fiebre de la transformación aún ardía en sus venas tras el enfrentamiento con los cazadores, pero en esta ocasión, la invitación era instintiva, natural.
—Ve —susurró Selene, con una chispa traviesa en sus ojos.
Kael no necesitó más. Cerró los ojos por un instante, concentrándose en el latido de su corazón y en la energía que recorría su cuerpo. Su piel se estremeció, sus huesos crujieron y su carne se transformó con una rapidez impresionante. En cuestión de segundos, su figura humana dio paso a la de un lobo majestuoso de pelaje oscuro como la noche, con ojos de un azul intenso que brillaban bajo la tenue luz de la luna.
Sin perder más tiempo, se lanzó a la carrera.
El bosque se convirtió en una vorágine de sombras y movimiento. La brisa nocturna revolvía su pelaje mientras sus patas se deslizaban con gracia sobre la hojarasca húmeda. Su presa no estaba lejos. Lo sentía en cada fibra de su ser: el latido acelerado de su corazón, el sonido de su respiración entrecortada mientras intentaba huir.
Kael aumentó la velocidad, sus músculos contrayéndose con precisión letal. El ciervo zigzagueaba entre los árboles, pero él lo seguía sin esfuerzo, calculando cada giro, cada paso. Un salto certero fue suficiente. Sus colmillos se hundieron en la garganta de su presa y, en un instante, el cuerpo del animal se desplomó sobre la hierba mojada.
Respiró hondo, su pecho subiendo y bajando con la emoción de la cacería. La sangre caliente se filtraba entre sus colmillos, el sabor metálico despertando su lado más primitivo.
Detrás de él, Selene emergió de entre los árboles con una sonrisa satisfecha.
—Bien hecho —dijo, acercándose con pasos elegantes.
Kael se apartó del ciervo y la miró con sus ojos brillantes. Selene se arrodilló junto a él y deslizó una mano por su grueso pelaje. Sus dedos eran cálidos, y su toque, inesperadamente suave.
—Eres el lobo más bello que he visto —murmuró con admiración genuina.
Kael sintió un calor distinto arder en su pecho. Si hubiera estado en su forma humana, se habría sonrojado sin remedio. Selene sonrió al notar cómo sus orejas se movían, como si intentara disimular su reacción.
—Oh, ¿acaso te sonrojaste? —bromeó, acariciando su cabeza con más intención.
Kael gruñó suavemente, pero no de molestia, sino con una mezcla de vergüenza y satisfacción. Selene rio, divertida por su reacción.
—Vamos, lobo bonito. Tenemos que llevar esto a la cabaña antes de que la tormenta nos atrape.
Kael bufó, pero asintió con la cabeza. Tomó la presa con sus mandíbulas y juntos emprendieron el camino de regreso, mientras el cielo se iluminaba con un relámpago distante. La tormenta se cernía sobre ellos, pero por primera vez en mucho tiempo, Kael sintió una extraña calidez en su interior que nada tenía que ver con el peligro que acechaba en la noche.
Por otro lado, ya los cazadores habían llegado a la manada, contándoles a su Alfa lo sucedido.
El fuego crepitaba en la chimenea de piedra, lanzando sombras por las paredes de la vasta cueva que servía como refugio para la manada. El aire estaba cargado con el inconfundible olor de la carne asada y el humo de la leña húmeda, pero ninguna de esas fragancias lograba encubrir el hedor agrio de la derrota que impregnaba a los cinco cazadores arrodillados frente al alfa.
Darian se mantenía de pie en el centro de la estancia, sus músculos tensos bajo la túnica de cuero negro. Su silueta imponente era apenas delineada por la luz del fuego, pero sus ojos dorados brillaban con una furia latente. La cicatriz que le cruzaba el pómulo derecho se crispó cuando frunció el ceño.
—¿Qué me están diciendo? —gruñó, su voz resonando con la profundidad de un trueno contenido.
El líder de los cazadores, un hombre de hombros anchos y cabello cenizo, tragó saliva antes de responder. Su ballesta seguía colgada a su espalda, pero sus manos temblaban levemente, aún impregnadas de la magia que había presenciado.
Uno de los mejores cazadores había muerto y eso a Darían no le gustaba para nada.
—Nos emboscó —admitió con una mezcla de vergüenza y terror—. No estábamos preparados para algo así.
Darian dio un paso adelante, sus botas resonando pesadamente sobre la piedra. La mirada dorada se posó en el cazador con la intensidad de un depredador a punto de lanzarse sobre su presa.
—Kael estaba herido. Lo sabíamos. Era el momento perfecto para acabar con él. Y aun así, fracasaron.
Los cazadores evitaron su mirada, sus rostros sombreados por la vergüenza.
—No fue él quien nos detuvo —intervino otro de los cazadores, una mujer de cabello corto y ojos oscuros como la noche—. Fue la bruja.
Darian se quedó en silencio un momento. La palabra resonó en su mente con un eco peligroso.
—¿Bastó una sola mujer para ponerlos en fuga? —preguntó con un deje de desprecio.
El cazador líder negó rápidamente.
—No es cualquier bruja, Alfa. Su magia... no era normal. Creó fuego azul, invocó raíces que nos atraparon como serpientes. Nos habría matado a todos si hubiera querido.
Darian exhaló pesadamente, frotándose la barbilla con los dedos. Sus garras apenas retraídas rascaban su piel, un tic involuntario cuando algo lo irritaba.
—Una bruja poderosa —murmuró, perdiéndose momentáneamente en sus pensamientos. Su mandíbula se tensó—. Como si eliminar a Kael no fuera ya una maldita pesadilla, ahora tiene a una criatura de las sombras a su lado.
El silencio en la cueva se volvió denso, cargado de anticipación. Los cazadores no se atrevieron a hablar.
Darian inhaló profundamente, llenando sus pulmones con el aire viciado de la cueva. Se giró lentamente hacia ellos, con la expresión endurecida.
—Fuera —ordenó con una voz fría.
Los cazadores no lo dudaron. Se pusieron de pie con movimientos torpes y salieron apresurados de la cueva, dejando atrás solo el crepitar del fuego y el peso de la ira de su alfa.
Darian se quedó solo, contemplando las llamas que lamían la madera con una ferocidad hipnótica.
Kael... Lo había subestimado antes, y ahora, con una aliada tan formidable, las cosas se complicaban.
Chasqueó la lengua y cerró los puños. No importaba. Kael era una espina clavada en su costado, pero no era inmortal. Ni siquiera con una bruja a su lado.
El fuego crujió con más intensidad, como si respondiera a su determinación. Darian sonrió levemente, un gesto sin alegría, sin piedad.
—Muy bien, Kael —susurró, su voz apenas un murmullo entre las sombras—. Veamos cuánto tiempo más puedes correr antes de que te atrape.
Se giró y caminó hacia las profundidades de la cueva, donde la penumbra lo devoró por completo.