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Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Status: En proceso
Genre:CEO / Aventura de una noche / Posesivo / Mafia / Maltrato Emocional / La mimada del jefe
Popularitas:547
Nilai: 5
nombre de autor: Damadeamores

Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.

Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.

¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?

OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.

NovelToon tiene autorización de Damadeamores para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 14

— ¿Y si te enamoro?

Carl aligeró su mirar. Esperar a llegar a Las Venturas no le serviría de nada si su objetivo era detener las cosas desde ya. La juzgó mal. Kindl tenía razón, Abby era más sensible que todas las otras.

— Es muy difícil que ocurra eso. Por no decirte que imposible.

— Pero no es imposible... —le acarició el rostro, su barba bajita, y en un atrevimiento extendió la palma de su mano por su mejilla, acunándola.

— No te hagas esto.

— Me gustan los retos... —llevó el dedo índice a sus labios para callarlo y él sintió un corrientazo en su pecho, un calor desconocido en sus mejillas— ...y creo que te tengo atrapadito de pensamientos.

Se paró de puntillas para estar a su altura y terminarlo de atrapar en un beso vehemente al cual no se negó. Él lo reforzó y mantuvo al llevar una de sus manos a la nuca de ella, al seguirle y robarle todo el aliento de vainilla.

Dos. Tres. ¡Qué bien sabían sus labios!

La razón retornó a su mente y la detuvo en un apretón de cabellos. Ella estaba sonriente. Bien dicen que quién por su gusto muere, la muerte le sabe a gloria.

Eso pasa con las mujeres, según Carl. Unos días de atención, de mimos, las confunden. Les lleva a creer en eso que llaman "amor a primera vista", amor a quién sabe cuántos inventos más. Y si sus suposiciones eran ciertas, la ingenuidad de Abby solo era un accesorio de la verdadera terquedad que se escondía entre sus cejas.

— No seas terca, Abby. —le dijo, curveando sus labios riente ante el desafío que se le imponía— No saldrás bien de esto.

— ¿No me crees capaz?

Él saboreó sus labios, el aroma a vainilla seguía en los aires. Era un soborno a sus creencias.

— ¿De verdad quieres eso?

Ella asintió y él la soltó, perdiendo todo el contacto de sus manos con ella. Si eso tenía que hacer para que se diera cuenta ella misma, no se lo impediría. Tenía la oportunidad de deleitarla unos días más.

— No digas que no te advertí.

— ¿Eso es un sí?

— A mi también me gustan los retos y, sobre todo, ganarlos.

Ella hizo morritos con sus labios. No se lo iba a decir, pero si su corazón estaba en lo cierto, él tenía que irse preparando para perder.

...***...

A la hora de almuerzo, pasaron por una pizzeria que le llamó la atención a Abby cuando visitaron el barrio chino. Estaba a unas cuadras. Desde sus asientos en la terraza, con una pizza familiar y cervezas, las canciones del Dragón se escuchaban como ecos. La armonía de las personas no era tan vivaracha como en Las Venturas. Era calmado, disciplinado. Aunque el aroma no siempre fuera perfumado, le estaba encantando su viaje por San Fierro.

Al regresar del baño, vio a una chica joven, de melena negra y lisa como lianas, coquetear con Carl. No notó respuestas de parte de él, solo aquella mirada frívola que le tiraba a todas las personas que lo molestaran mientras comía. Sin importar quien fuera.

La chica parecía ser una de las meseras. Se le insinuó de hombros, pavoneando sus caderas. Abby sintió una rabia interna, unas ganas de golpearle en las piernas para que no le quedaran más ganas de pavonearse ante desconocidos.

Llegó a la mesa con paso consistente y la vista de Carl se enfocó en los iris y pupilas absorbidas por los celos de Abby. La mesera entendió y se marchó, tirando sus cabellos hacia atrás.

La castaña tomó la decisión de sentarse a su lado, no como cuando llegaron que se sentaron uno frente al otro. Ahora sería a su lado para que a la del mostrador le quedara claro.

— Come. —le dijo Carl, manteniendo su postura imparcial con su brazo estirado a todo lo largo del respaldo del mueble booths— El mal humor no hace bien a tu frente.

Ocultó su sonrisa tras una mordida y ella bufó, cruzándose de brazos y piernas, moviendo la punta de su pie. Un tic nervioso que reflejaba su impaciencia.

No pasó mucho para que se le pasara el mal humor con él, después de todo no le vio seguirle el juego. Aunque tampoco lo vio detenerlo.

Mordida tras mordida, deleite tras deleite. Su manera de comer era muy expresiva. A los ojos de Carl parecía ser que esa pizza era la mejor que había probado en su vida.

Se distrajo con la sensual forma de morder la porción de la mitad de su pizza. El queso corrió por sus labios rosados, arrasó con su lápiz labial. Luego fue capturado por su lengua. Volvió a caer con otra mordida, como plumas cayendo en un lado tranquilo, pero causando ondas fuertes. Olas de excitación arrasantes.

— ¿Podemos hacerlo en el auto? —soltó él por lo bajo— En plan ahora mismo.

Ella mostró una expresión de no entender del todo.

— Claro que no.

Esa respuesta fue como cortar cabello, no se vuelve a unir jamás. Él se tragó los reclamos y apartó la mirada. Se dedicó a ver el cielo diurno. Las nubes. Un rostro pensativo que la ignoró a toda costa para acabar con sus ganas momentáneas. Estaba seguro que no rendiría como de costumbre, lo habían hecho hacía muy poco; pero igual nunca le era suficiente con ella.

Pasado unos minutos, ella se acercó a su cuerpo con lentitud. Se corrió como culebra silenciosa. Disimuló mirar a otro lado, estar distraída cuando él la vio. No se movió, no la apartó. Se quedó quieto hasta que ella decidió comprobar si ya se había girado para el otro lado. La pilló con las mejillas rojas.

Ella se llevó por sus impulsos y cogió el trozo de pizza que quedaba. Le brindó.... no, mejor. Se lo acercó a los labios sin consentimiento. Él mordió sin apartar los ojos de ella.

La dejó mirarle todo lo que quisiera, tocarlo cuantas veces le fueran necesarias. Eso sí, sin intenciones de dar otro paso más que la rutina que ya llevaban y que terminaría muy pronto.

— Si quieres besarme, hazlo. —le dijo y ella se ruborizó tres niveles más.

— Quiero que me beses tú.

Un desafío de miradas los unió. Él no se inmutó en moverse. Aprovechó su brazo por detrás de los hombros de ella —sin tener contacto— y la agarró por los cabellos, besándola tal y como había descubierto que le gustaba. Violento y sofocante.

Le gustaba ver como sus labios se llevaban tan bien entre si. En cambio, al sentir una vista pesada y subió la mirada en medio beso. Kate estaba en la entrada. Había olvidado que ella frecuentaba esa pizzeria.

La mano de Abby encontró el momento perfecto para subir por el pecho de él, pero se detuvo al mismo tiempo que Carl terminó el beso. Dejándola con ansias.

Carl bebió de su cerveza, impávido ante la mirada confundida de su acompañante. Le dio su perfil como único campo visual hasta que Kate se marchó y pudo aminorar su estado de alerta.

Una brisa le llevó una esencia conocida, un olor familiar. La colonia que le sintió en la noche. Lo asimiló como casualidades de la vida. La hermana de Carl no tenía porqué ser la única mujer en San Fierro con esa colonia. Claro, asumía que era de ella.

La tarde siguió con intenciones vacacionales. Ella se estaba divirtiendo, él estaba pasando bien el rato a su lado. Era divertida, sabía hacer buenos chistes. Tenía conocimiento de muchos temas para hablar de cualquier cosa que él quisiese. Le gustaban los autos, algo raro en una mujer.

Le impresionó su conocimiento sobre ello y el fanatismo con Formula 1. Más tarde se enteró que era más por los pilotos sexys que por el tema, pero igual sabía e identificaba bien un buen auto deportivo.

Quiso volver al barrio chino, recorrer la mitad de las calles que le habían quedado por descubrir a pie.

En uno de los juegos del Dragón, ella se alejó a una calle dónde habían puestos de juegos. Varios niños correteaban por el lugar, saltaban la cuerda en el centro de la calle. Los autos se limitaban a pasar por esos rumbos. Las lámparas redondas colgando de cordeles clavados de un lado a otro por toda la calle brindaban naraja a la decoración grisácea de las casas.

Se alejó de él para jugar un juego que le encantaba jugar en las ferias de su pueblo. Carl mantuvo la distancia, sin relacionarse mucho con el ambiente. Le gustaba mostrar porte firme de nariz alta y lentes oscuros a los demás. Aunque muy pocos percibieran su presencia.

Al rato Abby volvió con un peluche en sus manos y se lo obsequió. Él no supo cómo recibirlo y solo lo agarró en manos y vio por ciertos segundos. Parecía estar sopesando la información a maquinaria lenta.

— ¿Y por qué un ogro? —fue lo único que dijo en tonos ofendidos.

Ella llevó sus manos por detrás de su espalda, tal cual niña feliz por el recibimiento de su regalo. Un ogro de pieles oscuras, chaleco carmelita parecido al de Shrek. De mirada flematica, pero corazón rosado resaltado en su pecho. Parecía estar hecho justo para él, a ideas de la castaña.

— Porque te cubres bajo esa fachada de rudo, pero en realidad es una protección para ese corazón de fresita que tienes encerrado ahí. —llevó uno de sus índices a la pecho de él, señalando la zona hablada.

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