¿Él O Yo?

Capítulo 6.

-Después de la llamada la seguí y entonces me di cuenta de la verdad, la verdad es que no la amas.

La tensión en la sala era palpable. El regreso de Helen, con su calma serpenteante y palabras afiladas, había resquebrajado la fachada de armonía que rodeaba la vida de Alan. Ahora, lo que parecía un pasado enterrado regresaba para desenterrar secretos y sembrar el caos.

Helen cruzó las piernas con elegancia, mirando fijamente a Alan con una mezcla de desafío y nostalgia.

—Realmente me sorprendí al verlos, Alan. Vi con mis propios ojos cómo brillaban sus ojos y cómo esbozaba una sonrisa que yo creía haber visto en algún lugar. En ese momento, entendí que ella te amaba profundamente. Quizás tanto como yo alguna vez lo hice. —Su tono era calmado, pero sus palabras eran dardos.

Alan frunció el ceño.

—¿Y qué con eso, Helen? ¿Por qué crees que no la quiero?

Helen soltó una risa amarga.

—Porque, a pesar de tu sonrisa a ella, no notaste cómo cojeaba al caminar después de ese vuelo en el que se lastimó por proteger a los pasajeros. ¿Recuerdas cómo conmigo notabas hasta el más mínimo rasguño en mi dedo? Pero con ella... no.

La madre de Alan la interrumpió con una mueca de desprecio.

—Qué tonterías dices. ¡Eso no prueba nada!

Helen negó con la cabeza y continuó.

—Observé su relación durante un mes. Y, aunque me doliera admitirlo, ella te ama, pero tú... tú no la amas de la misma forma. Tu matrimonio parece unilateral. La vi desgastarse cada día, esforzándose por complacerte, mientras tú simplemente lo dabas por sentado.

Alan golpeó la mesa con frustración.

—¿Qué demonios estás tratando de insinuar?

Helen lo miró directamente a los ojos, desafiante.

—Que si ella aún no tiene hijos, no es por su culpa. Hablé con una de sus colegas, escucho cómo hablaban de sus sueños de ser madre. Se hizo análisis, todo en ella está bien. Pero tú, Alan... tú eres el problema.

El padre de Alan intervino con el rostro tenso.

—¿Es esto cierto, Alan? ¿Qué está tratando de decir?

Helen soltó un suspiro teatral antes de dejar caer la bomba.

—Tu hijo no podrá tener hijos, no mientras no se haga una reversión de la vasectomía que él mismo se hizo. ¿Recuerdas, Alan? Fue tu promesa, que si no los tenías conmigo, no los tendrías con nadie.

El rostro de su madre se contrajo en una mezcla de asombro y rabia.

—¿Es cierto, Alan? ¿Te parece justo hacerle esto a tu esposa?

Alan apretó los puños.

—No es asunto de nadie más. Soy un hombre de palabra, y aunque amo a Susan, no romperé mi promesa. Incluso si me cuesta mi matrimonio.

Helen sonrió, triunfante.

—Entonces, Alan, ¿estás seguro de que quieres seguir con ella? Porque si decides dejarla, sabes que aquí estoy.

La madre de Alan se puso de pie, furiosa.

—¡No hay nada que pensar! Susan es mejor para ti, Alan. Helen es una manipuladora que solo vino a destruir lo que has construido.

Pero Alan no parecía convencido.

—Amo a Helen. Y aunque Susan es mi cómplice en la vida, nunca he podido amarla de la misma forma.

El padre de Alan golpeó el brazo del sillón con fuerza.

—¡Qué estupidez dices! ¿Vas a preferir a esta mujer que te abandonó, que fingió su muerte, sobre tu esposa? ¡No cuentes con mi apoyo!

El silencio se hizo pesado, y entonces Helen sonrió con suficiencia.

—Parece que la decisión está clara, ¿no, Alan?

Antes de que él pudiera responder, un sonido seco cortó el aire: un bofetón resonante que dejó a Alan congelado. Susan había entrado en la sala sin que nadie lo notara, excepto Helen.

—¡Susan! ¿Qué haces aquí? —preguntó su suegra, atónita.

Susan no apartó los ojos de Alan, su mirada llena de decepción y dolor.

—Bien, Alan. Cuando pensabas decirme que lo nuestro nunca fue real. Y tú, Helen... gracias por asegurarte de que viniera a ver este espectáculo.

El padre de Alan señaló a Helen con el dedo, furioso.

—¡Tú planeaste esto! ¡Tuviste la audacia de contactar a mi nuera para armar este drama!

Helen se encogió de hombros con una sonrisa fría.

—Lo admito. Pero tenía un propósito, aunque no sabía si Alan me elegiría a mí o a su joven y hermosa esposa. Ahora que lo sé, puedo marcharme con la frente en alto... o quedarme para recoger los pedazos.

Susan dio un paso hacia Helen, pero esta vez su mirada no era de reproche, sino de determinación.

—No te preocupes, Helen. No necesitas recoger nada, porque yo no soy de las que se dejan romper.

Alan intentó intervenir, pero Susan lo fulminó con la mirada.

—No digas nada, Alan. Tú elegiste.

La sala quedó en silencio, salvo por el eco de las palabras de Susan. Las piezas del juego habían cambiado, y ahora, nadie podía prever el desenlace.