El Lobo Y La Bruja De Fuego

El bosque era diferente de noche.

La brisa nocturna no solo era más fría, sino más densa, cargada con el susurro lejano de criaturas invisibles y el olor húmedo de la tierra recién removida. La niebla danzaba entre los árboles como espectros inquietos, enredándose en los arbustos bajos y colándose entre las ramas como si quisiera escuchar. Cada paso sobre el suelo cubierto de hojas mojadas y raíces ocultas era un crujido que rompía el silencio, un recordatorio constante de que no estaban solos.

La luna seguía escondida tras nubes pesadas, pero eso no importaba. Kael no necesitaba verla. Sus sentidos —el oído agudo, el olfato entrenado y el instinto salvaje de su otra forma— lo guiaban mejor que la luz.

Se giró hacia Selene, que se abrazaba a sí misma. Sus brazos cruzados sobre el pecho temblaban ligeramente.

—Vamos a empezar con lo básico —dijo Kael con voz grave, mientras flexionaba los músculos de los hombros y giraba el cuello para liberar tensión—. Si quieres sobrevivir, necesitas aprender a defenderte sin magia.

Selene frunció el ceño, el vaho de su respiración mezclándose con la niebla.

—Ya te dije que mi magia es mi mejor defensa. No creo poder hacer nada más.

Kael negó con la cabeza, dando un paso más cerca, lo suficiente para que ella sintiera el calor que emanaba de su cuerpo.

—¿Y qué pasa si te la arrebatan? ¿Si estás agotada o si te inmovilizan antes de lanzar un hechizo? —sus ojos, azules como el Mar, se clavaron en los de ella—. No puedes depender solo de ella.

Selene suspiró, resignada, y asintió con desgana.

Kael retrocedió unos pasos y adoptó una postura de combate, con las piernas firmes y los puños relajados.

—Intenta golpearme.

Ella arqueó una ceja, cruzando los brazos con una sonrisa escéptica.

—¿En serio?

—En serio.

Selene apretó los labios, inspiró hondo y se lanzó hacia él. Su golpe fue directo al pecho, pero Kael se movió como una sombra, ágil, casi inhumano. Su cuerpo giró con gracia, esquivándola con una facilidad que rozaba la burla.

—Más rápido —ordenó, con una chispa de diversión en su voz.

Ella lo intentó de nuevo, una y otra vez. Cada ataque era desviado con una leve presión de su mano, un movimiento de cadera o un paso lateral. El sudor empezó a formarse en la frente de Selene, y su respiración se volvió más agitada. El aire se llenó del olor de la tierra mojada y de hojas trituradas bajo sus pies, del murmullo insistente del bosque que los rodeaba.

Frustrada, Selene gruñó y dejó que su energía se arremolinara en sus manos. Un viento súbito, cargado de magia, brotó de sus dedos y empujó a Kael varios pasos hacia atrás. El vendaval agitó su cabello oscuro y levantó una nube de hojas secas a su alrededor.

Kael se detuvo, sacudiéndose el cabello con una risa baja que rompió la tensión.

—Trampa —murmuró con diversión.

Selene sonrió, satisfecha.

—Tú dijiste que hiciera lo necesario para ganar.

—Eso dije —asintió él, sin perder la sonrisa—. Está bien. Si quieres usar magia, hazlo. Pero úsala con precisión. Si desperdicias energía en ataques torpes, te debilitarás antes de que la verdadera batalla comience.

Selene asintió. Cerró los ojos y respiró hondo. El aire a su alrededor vibró como si respondiera a su llamado, una leve corriente eléctrica que agitó su cabello rojizo. Al abrir los ojos, sus pupilas brillaban con un resplandor rojo, y sus manos se alzaron con elegancia. La energía tomó forma: un escudo invisible apareció frente a ella, pulsando con poder, como un corazón hecho de luz y voluntad.

Kael dio un paso adelante y lanzó un golpe. Un destello azul chispeó al contacto, y Selene contuvo el aliento.

El escudo resistió.

—Eso es —dijo él, sin ocultar su aprobación.

Selene bajó la mano, pero su mirada seguía concentrada, tensa.

—Necesitamos más entrenamiento.

Kael asintió.

—Entonces sigamos.

Se movieron por el claro, y fue entonces cuando Kael se detuvo de repente. El aire cambió: percibió un rastro metálico, viejo pero reconocible. Se agachó entre los matorrales y, tras remover unas ramas y hojas, encontró algo inesperado: dos espadas envueltas en cuero viejo, abandonadas, oxidadas pero aún funcionales. Recordó esa zona: fue donde unos cazadores intentaron tenderles una emboscada semanas atrás. Al parecer, en la huida, habían dejado parte de su equipo.

—Selene —llamó, levantando las espadas—. Mira esto.

Ella se acercó con cautela y, al ver el brillo opaco del metal, sus ojos se agrandaron con curiosidad. Kael desenfundó una de ellas y se la ofreció. Selene la sostuvo entre sus manos como si se tratara de un tesoro. El peso era perfecto. Familiar, incluso.

—¿Has usado una antes? —preguntó Kael, observándola con atención.

—No… —murmuró ella, girando la muñeca con cuidado—. Pero se siente… bien. Natural.

Probó unos movimientos lentos, como guiada por algo dormido dentro de ella. El aire silbó suavemente al ritmo del filo. Kael la observó en silencio, sorprendido por la forma en que su cuerpo se adaptaba al arma, como si la hubiera empuñado en otra vida.

Selene rio, una risa limpia, feliz, como hacía mucho tiempo no dejaba salir. Corrió hacia él y, sin pensarlo, lo abrazó. Su cuerpo se pegó al de Kael con fuerza, como si ese instante le hubiera dado la certeza que necesitaba.

Kael, desconcertado al principio, terminó rodeándola con sus brazos, cálidos y protectores.

Se quedaron así unos segundos, y cuando Selene alzó el rostro, sus miradas se encontraron. El mundo pareció detenerse. Ya no había niebla, ni frío, ni entrenamiento. Solo estaban ellos, respirando el mismo aire, compartiendo una pausa en medio del caos que los rodeaba.

—Gracias —susurró Selene, con una leve sonrisa.

Kael acarició una de sus mejillas con el dorso de los dedos, apartando un mechón de cabello rebelde.

—Te estás convirtiendo en alguien muy fuerte.

Ella bajó la mirada, sonrojada, pero sin apartarse.

La noche los envolvía, el bosque los vigilaba en silencio, y la luna, aún oculta, era la única testigo del lazo que, sin saberlo, se fortalecía entre la bruja y el lobo.

—Sigamos —dijo Kael finalmente, con voz suave.

—Sí —respondió Selene, empuñando su nueva espada—. Estoy lista.

Y así, bajo la sombra de los árboles antiguos, continuaron entrenando, como preludio silencioso de la guerra que se acercaba.