Ming ha amado a Valentina Jones, su mejor amiga, toda la vida, pero nunca se ha atrevido a decirle lo que siente. Cuando su madre, que está muriendo por un cáncer, le pide como último deseo que despose a Valentina, Ming pierde la cabeza. Esa locura temporal lo arroja a los brazos de Valentina, pero el miedo a decirle la verdad arruina todo.
Ahora su mejor amiga cree que la está usando y se niega a escuchar la verdad.
¿Podrá el destino unirlos o las dudas terminarán separándolos aún más?
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De vuelta a la vida
Ming
–¡Renji!
Despierto gritando el nombre de mi mejor amigo.
Miro a mi alrededor, tratando de buscar a Renji, pero no hay nadie.
El pitido de una máquina y el olor a antiséptico me hacen entender que estoy en un hospital.
Todo vuelve a mí como una avalancha.
Casi pierdo a mi mejor amigo a manos de esos malditos tailandeses.
Todavía puedo recordar el terror que sentí cuando vi a Renji de espaldas y a esos hijos de puta apuntando en su dirección. Me lancé contra su cuerpo para protegerlo, y lo logré.
Trato de sentarme, pero el dolor en mi abdomen me lo impide.
–Mierda –siseo.
He pasado por un infierno de dolor a lo largo de mi vida, empezando con las torturas a las que me sometió mi padre para endurecerme, pero este dolor se lleva el premio gordo.
Parece que tuviera todo roto por dentro.
–Está despierto –exclama una voz femenina sorprendida–. La doctora Jones tenía razón.
–¿Val está aquí? –pregunto tratando de incorporarme, pero un siseo sale de mi boca cuando siento de nuevo ese dolor inhabilitante–. ¿Dónde está?
–La doctora Jones está durmiendo. Estuvo operando por casi siete horas. Todo un récord para una cirugía de su tipo –explica mientras bate sus pestañas postizas–. ¿Necesita algo?
–Sí, quiero ver a Val –exijo, pero luego reculo–. Cuando despierte, por favor, dígale que quiero verla.
Asiente antes de comenzar a revisar mis vendajes y mis signos vitales.
–Hay tres hombres en la sala de espera. Todos guapísimos –agrega mientras sus mejillas se encienden.
–Son mis amigos.
–Les haré saber que ya puede verlos –dice antes de salir, evidentemente entusiasmada, por tener que hablar con mis amigos.
¿Cuánto tiempo llevo aquí?
Mierda, mi mamá. Tengo que hacerle saber que estoy bien.
Hago una mueca cuando los recuerdos comienzan a inundar mi mente.
Recuerdo ver el miedo dibujado en los ojos de Renji, casi tan claro como su obstinación por salvarme. Recuerdo escuchar por la radio que Mauro fue herido. Recuerdo que Mauro luchó para que nuestros amigos lo dejaran darme su sangre, y luego todo está en negro.
La puerta se abre y veo a Renji mirándome aliviado.
–¿Mi mamá? –pregunto con urgencia.
–Está bien –responde–. Sabe lo que pasó y también sabe que ya estás fuera de peligro.
Suspiro aliviado.
–¿Alek y Conor? –pregunto curioso. La mujer con las enormes pestañas me habló de tres amigos.
–Con Mauro –responde–. No debiste hacerlo, Ming –me gruñe.
–No iba a quedarme de pie mirando como un idiota acribillaba a mi hermano –respondo mientras lucho por sentarme–. Pero me debes una –agrego para aligerar el ambiente.
–Te debo la vida –declara culpable.
–Y yo se la debo a Mauro. Esto es así –devuelvo–. No quiero que te sientas culpable, estoy bien –le digo–. Y tú también lo hubieses hecho por mí –agrego. No tengo ninguna duda de ello.
–Sí –responde–. También lo hubiese hecho por ti. Eres más que un amigo para mí, Ming, eres mi hermano –declara y yo sonrío.
Intento sentarme para poder golpear el hombro de Renji, pero el dolor no remite.
–No puedes sentarte –regaña Val, quien viene entrando con un carro de metal lleno de instrumentos y vendas–. Tengo que cambiar las vendas –explica.
Está aquí. Val está aquí.
Quisiera levantarme de esta cama y besarla hasta que nos volvamos viejos, pero sé que tengo mucho camino por delante antes de poder hacer eso.
–Vuelvo en unos minutos –dice Renji y quisiera besarlo por dejarme a solas con la mujer que hace latir mi corazón.
Trato de tomar su mano, pero la aparta de inmediato.
–Lo siento –digo porque es lo que debí decir esa mañana en cuanto esas horribles palabras salieron de mi boca–. Lo siento tanto, Val.
–¿Qué es lo que sientes? –pregunta sin mirarme–. ¿Lo que me dijiste o dejar que casi te mataran? –agrega levantando su mirada.
Jadeo al ver tanto miedo en sus preciosos ojos.
–Por todo –digo tomando su mano.
Val mira nuestras manos unidas y rompe en llanto.
–Casi te pierdo –susurra–. Casi pierdo a mi mejor amigo en todo el mundo. Tú y Mei son todo lo que queda de mi familia, y casi los pierdo a ambos.
Tiro de ella con fuerza y suspiro en cuanto puedo abrazar su menudo cuerpo, que tiembla contra mi torso.
–No vas a perderme, Val. Venceré a todos, incluso a la muerte, para poder volver a tu lado –susurro porque es la verdad.
No pienso irme a ninguna parte sin ella.
–Tuve tanto miedo –susurra–. Pensé que…–calla y niega con su cabecita–. No vuelvas a hacerme algo así.
–Nunca –juro–. Te amo, Val.
Valentina se tensa en mis brazos y se incorpora antes de que pueda retenerla.
–No –es todo lo que dice antes de colocarse guantes y comenzar a preparar las vendas.
–¿No qué?
–No me mientas, Ming. Estoy tratando de perdonar lo que pasó entre nosotros, porque puedo entender por qué lo hiciste, quieres hacer feliz a Mei. Yo haría lo mismo, pero por favor, detente.
–No quiero engañarte, Val. Te amo. Te he amado siempre.
Suelta una bolsa con suero y me fulmina con la mirada.
–Estás siendo cruel, Ming. Solo… basta.
–Val –la llamo. Trato de coger su mano, pero se aparta–. Por favor.
–Tengo trabajo que hacer, Ming. Tengo que revisar a Mauro también, le dio un paro cardiaco mientras lo estaban operando.
–¿Qué? –pregunto asustado por mi amigo.
–Que te haya dado su sangre fue lo que probablemente te salvó, pero casi pierde su vida en el proceso.
–Quiero verlo –digo mientras lucho por sentarme, pero Val me retiene.
–No puedes moverte –me regaña–. No podemos arriesgarnos a que se te abran los puntos y sufras una infección. Tu cuerpo está muy debilitado y necesitará tiempo para sanar.
–Pero Mauro…
–Está bien ahora –me aclara–. De hecho, está coqueteando con cualquier mujer que se le acerca.
–¿Te dijo algo? –pregunto molesto.
Les he dejado claro a todos mis amigos que Val está fuera de su alcance. Por suerte solo queda soltero Mauro, aunque es el peor de todos. Conquistar es un deporte para él, un deporte que le ha dado muchas medallas.
–Coquetear es parte de su esencia –devuelve mientras levanta mi bata de hospital.
Pasa sus dedos delicadamente por la piel de mi vientre y no puedo evitar que un gruñido salga de mi boca. Eso se siente demasiado bien.
–Lo siento –se disculpa.
–No lo hagas. Me gusta que me toques.
Sus ojos violetas se disparan a los míos. –Ming –advierte.
Me encojo de hombros. –Estoy siendo sincero, Val, y creo que sabes muy bien lo que tu tacto provoca en mi cuerpo –digo cuando recuerdo esa noche, la mejor noche de toda mi puñetera vida.
–No quiero hablar de eso –dice antes de comenzar a cortar la gasa que envuelve mi vientre.
–Yo sí quiero.
–Ahora no es el momento –me corta.
Suelto un suspiro, cansado. –Está bien, Val. Te daré el tiempo que necesites, pero no hemos terminado.
Claro que no. Val tendrá que aceptar que la amo, aunque eso nos lleve al mismo infierno.
Espero que esto no cambie nada los resultados🥺😬