"Ash, cometí un error y ahora estoy pagando el precio. Guiar a esa alma era una tarea insignificante, pero la llevé al lugar equivocado. Ahora estoy atrapada en este patético cuerpo humano, cumpliendo la misión de Satanás. Pero no me preocupa; una vez que termine, regresaré al infierno para continuar con mi grandiosa existencia de demonio.Tarea fácil para alguien como yo. Aquí no hay espacio para sentimientos, solo estrategias. Así es como opera Dahna." Inspirada en un kdrama. (la jueza del infierno)
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Soy dahna
Dahna se deslizó por la entrada de la casa como una sombra, el clic de la puerta cerrándose detrás de ella resonó apenas. Subió las escaleras con la misma sigilosidad, no porque temiera a Carmen, su madrastra, o a su padre, sino porque deseaba evitar a la bola de entusiasmo y dulzura que la llamaba hermana: Amara. "Más bien, la llamaba", se corrigió con una sonrisa torcida en los labios. Ahora, Dahna era la dueña de ese cuerpo, de esos recuerdos, de ese rostro angelical que tanto detestaba. Amara ya no existía, solo Dahna, disfrazada con su apariencia.
"Pobre ingenua, si tan solo hubiera sido un poco más fuerte", pensó con desdén mientras abría la puerta de su habitación y se encerraba en la penumbra. Las compras que había realizado durante el día terminaron sobre la cama, y Dahna, con una eficiencia casi mecánica, empezó a deshacerse de la ropa vieja y simple que antes había usado Amara. "Si voy a permanecer en este cuerpo, al menos que tenga algo de estilo", se dijo mientras colocaba los nuevos atuendos: vestidos elegantes, blusas de seda, y zapatos que parecían tan delicados como su nuevo rostro humano.
La sonrisa de la estilista de aquel centro comercial seguía siendo repugnante para Dahna, un recordatorio de lo ridículo que podía ser el mundo de los humanos. "Sonríen por nada, como si sus vidas fueran algo digno de celebrar", pensó con disgusto, aunque había logrado disimular su desagrado mientras aquella mujer adulaba su transformación. Ahora, sola en su habitación, no necesitaba ocultar su verdadero rostro. La mueca de desprecio le cruzó la cara mientras lanzaba la última prenda de Amara a la basura.
"Al menos en este aspecto, ya soy alguien más decente", murmuró para sí misma, observando el nuevo guardarropa. Aún quedaba mucho por hacer, pero esto era solo el principio. Con un suspiro, se dejó caer en la cama, y cerró los ojos, dejando que la oscuridad la envolviera. La cena no le interesaba, ni tampoco escuchar las conversaciones insípidas de su madrastra y su padre. "Mañana continuaré con mi plan", se dijo, mientras se deslizaba en un sueño superficial.
En la sala de la casa, la conversación entre Carmen y su esposo, el padre de Amara, se volvía más tensa. Carmen, con su rostro endurecido y su mirada fría, sostenía una copa de vino mientras miraba con desdén al hombre frente a ella.
—Tienes que hacer algo con Amara, ya basta de que siga comportándose como una rebelde sin causa —exigió Carmen, su tono lleno de veneno—. Esa niña se cree con derecho a desafiarme. Debes controlarla.
El hombre, un hombre de semblante cansado y algo encorvado por el peso de los años, tomó un sorbo de su whisky antes de responder, evitando la mirada de su esposa.
—Carmen, ya te lo dije. Pronto arreglaré todo. Solo necesito que firme esos papeles y la propiedad será mía... —dijo en un tono más bajo, como si susurrar sus intenciones las hiciera menos crueles—. En unos días la haré firmar, sin que se dé cuenta de que estará cediendo todos los derechos sobre la casa. Una vez tenga el control, no habrá nada que pueda hacer.
Carmen esbozó una sonrisa satisfecha, acariciando el borde de su copa con los dedos.
—Perfecto. Espero que la pongas en su lugar de una vez por todas. Estoy harta de sus actitudes. Esa casa siempre debió ser mía, y no de una mocosa que no sabe valorar lo que tiene.
El hombre asintió lentamente, pero una sombra de inquietud lo atravesó. Sabía que Amara había cambiado. Había algo extraño, algo más oscuro y peligroso en su mirada que le ponía los nervios de punta.
A la mañana siguiente, Dahna despertó temprano. Los rayos de sol se filtraban por las ventanas de la habitación, pero ella los ignoró mientras se desperezaba con una sonrisa. "Hoy, es hora de hacer más ajustes en esta vida", pensó mientras se vestía con una de las nuevas prendas que había adquirido, un vestido oscuro que resaltaba el contraste con su piel.
Bajó las escaleras, con pasos firmes, y se encontró con una de las criadas, una joven de rostro altivo que solía tratar a Amara con desprecio, aprovechándose de la debilidad de la chica. Dahna se detuvo frente a ella y sonrió, aunque su expresión era más como la de un depredador que acaba de detectar a su presa.
—Quiero que prepares la mejor habitación disponible de la casa para mí —le ordenó Dahna, con un tono que no admitía objeciones.
La criada, que estaba acostumbrada a ver a Amara como una niña dócil y frágil, soltó una risita burlona, cruzándose de brazos.
—¿Tú, dándome órdenes? —respondió con desdén—. No eres más que una huésped aquí, así que mejor vuelve a tu habitación y deja de imaginarte cosas.
La sonrisa de Dahna se amplió, pero esta vez fue una sonrisa que no alcanzó sus ojos, una sonrisa que era puro hielo y malicia. Sin previo aviso, extendió la mano y sujetó con fuerza el brazo de la criada, apretando hasta que la chica dejó escapar un quejido de dolor.
—No parece que entiendas la situación, ¿verdad? —susurró Dahna, su voz apenas un murmullo que goteaba amenaza—. Harás lo que te dije, o descubrirás lo que significa conocer el verdadero terror.
La criada se quedó congelada, con los ojos muy abiertos, sintiendo el frío que emanaba de la mirada de Dahna. La soltó bruscamente, y la joven retrocedió varios pasos, temblando de miedo. No tardó en girarse y correr escaleras arriba para cumplir la orden, sus pasos resonando en la casa. Al pasar por el vestíbulo, se encontró con el padre de Amara y comenzó a llorar, esperando que él interviniera y pusiera a Dahna en su lugar.
El hombre frunció el ceño, mirando a su hija con desconfianza mientras se cruzaba de brazos.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con tono firme, mirando a la criada huir.
Dahna lo miró con aburrimiento, levantando una ceja antes de responder.
—Voy a cambiar los muebles de mi habitación. Pero la tarjeta que me diste se agotó, así que necesitaré más dinero.
El rostro de su padre se oscureció al escucharla. "¿Agotó la tarjeta?", pensó, recordando que le había dado una con más de ochenta mil dólares. La incredulidad y la ira lo llenaron.
—¿Cómo pudiste gastar tanto dinero tan rápido? —le espetó, su voz alzándose con furia contenida.
Dahna se encogió de hombros, sacó la tarjeta de su bolsillo y la arrojó a sus pies con una mueca de desprecio.
—Qué ridículo. Esa cantidad apenas sirvió para lo básico. Si realmente quieres que me quede aquí, será mejor que esta vez seas más generoso, sobre todo si consideramos mis gastos universitarios —replicó, su tono afilado como un cuchillo.
El hombre apretó los puños, tratando de contener su enojo, pero antes de que pudiera decir algo más, Dahna levantó una mano, deteniéndolo con un gesto altivo.
—Mira, papá, solo hay dos opciones. O me das lo que necesito, o debido a mis gastos tendré que vender la propiedad y echarlos de aquí. Tú decides, ¿me das más dinero o prefieres buscar otro lugar donde vivir?
El hombre tragó saliva, sintiendo el sudor frío correr por su espalda. No entendía cómo Amara había cambiado tanto, pero la presencia que ahora emanaba su hija le daba escalofríos. Sin más opciones, sacó una nueva tarjeta de crédito de su billetera y se la entregó con la mano temblorosa.
Dahna la tomó con una sonrisa de satisfacción, disfrutando de cada segundo de la humillación de su padre. Sin mirarlo de nuevo, se dio la vuelta y comenzó a subir las escaleras, dejando al hombre con su rabia e impotencia.
—Pronto, Amara... pronto recuperaré el control y pagarás caro por todo esto —murmuró entre dientes, apretando los puños mientras veía desaparecer a su hija por el pasillo.
Pero Dahna, no escuchó. Ya se dirigía a la nueva habitación que había mandado preparar, sabiendo que este era solo el comienzo de su venganza, y que su control sobre la familia solo aumentaría.