Entre El Amor Y El Odio

Ariana se despertó con el primer rayo de sol que se filtró por la ventana de su pequeña habitación. El dolor de haber perdido a su padre aún estaba allí, un peso constante en su pecho que la acompañaba desde hacía un mes. Durante ese tiempo, había llorado hasta quedarse sin lágrimas, enfrentándose a una soledad que parecía infinita. Pero hoy, algo había cambiado. Sentía una nueva determinación, una necesidad de avanzar y de reconstruir su vida a pesar del vacío que sentía.

Se levantó lentamente de la cama y se dirigió al pequeño espejo sobre la cómoda. Su reflejo mostraba un rostro pálido y cansado, pero había una chispa de resolución en sus ojos que no había estado allí antes. Sabía que su padre no habría querido que se quedara atrapada en el dolor. Él siempre le había enseñado a ser fuerte y a enfrentar los desafíos con valentía.

Ariana se vistió con ropa sencilla pero limpia y ordenada. Hoy tenía un propósito: encontrar trabajo. Necesitaba algo que le diera estructura y sentido a sus días, algo que la ayudara a salir del ciclo de tristeza en el que había estado atrapada. Después de un desayuno rápido, salió de su casa y se dirigió al centro de la ciudad.

La caminata por las calles concurridas la hizo sentir un poco más viva. Observaba a la gente a su alrededor, cada uno inmerso en sus propias vidas, y eso le daba una sensación de normalidad. Quería ser parte de ese flujo, contribuir de alguna manera. Había leído un anuncio en el periódico el día anterior sobre un lujoso restaurante que buscaba personal. No tenía mucha experiencia, pero estaba decidida a intentarlo.

Al llegar al restaurante, sus nervios empezaron a aparecer. Era un lugar imponente, con una fachada elegante y clientes que entraban y salían constantemente. Tomó un profundo respiro y cruzó las puertas de vidrio, sintiendo el aroma delicioso de la comida que se preparaba en la cocina.

Se acercó al mostrador y una mujer de aspecto profesional la recibió con una sonrisa. —Buenos días. ¿En qué puedo ayudarte? — preguntó la mujer.

—Buenos días. Soy Ariana y vi el anuncio en el periódico. Estoy aquí para solicitar el puesto de lavaplatos— respondió Ariana, tratando de sonar segura.

La mujer asintió y le pidió que esperara un momento mientras iba a buscar al gerente. Ariana aprovechó ese tiempo para observar el lugar. Todo estaba impecablemente limpio y ordenado, y los empleados se movían con precisión y eficiencia. Sentía que podía aprender mucho en un lugar así.

El gerente apareció después de unos minutos. Era un hombre alto, de mirada seria pero amable. —Hola, soy el señor Martínez. ¿Eres Ariana? — preguntó.

—Sí, soy yo— respondió ella, estrechando la mano que él le ofrecía.

—Vamos a mi oficina para hablar un poco más— dijo él, guiándola por un pasillo hasta una pequeña pero bien organizada oficina. Se sentaron frente a frente, y el señor Martínez la miró con atención. —Cuéntame un poco sobre ti, Ariana. ¿Tienes experiencia trabajando en un restaurante? —

—No, no tengo mucha experiencia— admitió ella, sintiéndose un poco insegura. —Pero soy una persona muy trabajadora y aprendo rápido. Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para hacer bien el trabajo—

El gerente asintió, apreciando su honestidad. —Eso es bueno de escuchar. Aquí valoramos mucho la actitud y la disposición para aprender. El puesto de lavaplatos no es fácil, pero es esencial para el funcionamiento del restaurante. ¿Por qué estás interesada en este trabajo? —

Ariana tomó un momento para ordenar sus pensamientos. —Perdí a mi padre hace un mes, y necesito algo que me ayude a seguir adelante. Necesito trabajar, no solo por el dinero, sino para tener una razón para levantarme cada día. Creo que este trabajo podría ser una buena manera de empezar—

El señor Martínez la observó en silencio durante unos segundos, luego asintió. —Entiendo. Apreciamos tu honestidad y tu motivación. Estoy dispuesto a darte una oportunidad. Puedes empezar mañana. Llegarás a las ocho de la mañana, ¿está bien? —

Ariana sintió un alivio inmenso y asintió rápidamente. —Sí, claro. Muchísimas gracias, señor Martínez. No le decepcionaré—

El gerente sonrió levemente. —Confío en que harás un buen trabajo. Bienvenida a nuestro equipo, Ariana—

Salió del restaurante con una sensación de logro que no había experimentado en mucho tiempo. Había dado el primer paso hacia una nueva vida, y aunque sabía que no sería fácil, estaba lista para enfrentar los desafíos que vinieran. Esa noche, durmió un poco más tranquila, con la esperanza renovada.

Al día siguiente, Ariana se despertó temprano, sintiendo una mezcla de nervios y entusiasmo. Se preparó rápidamente y se dirigió al restaurante, ansiosa por empezar. Al llegar, fue recibida por el señor Martínez y por algunos de sus nuevos compañeros de trabajo. La llevaron a la cocina, donde conoció a María, la encargada de enseñarle sus nuevas tareas.

María era una mujer amable y paciente que le mostró a Ariana cómo lavar los platos eficientemente, cómo manejar los utensilios de cocina y cómo mantener todo en orden. A pesar de la simplicidad del trabajo, había mucho que aprender, y Ariana se dedicó a absorber cada detalle. Sentía que cada plato limpio, cada tarea completada, era un pequeño triunfo, una señal de que estaba avanzando.

—Lo estas haciendo bien— María la ánimo con sus palabras.

Esas palabras resonaron en el corazón de Ariana, la joven alegre que estaba a media vida.

—Gracias, espero poder aprender cada día más—

—Solo has tu trabajo tan bien que hagas feliz a todos acá—

Ariana escuchó las palabras con atención y siguió su trabajo, ella tendría una jornada de ocho horas en el mismo lugar, de regreso a casa ella sintió el peso de su primer día de trabajo, estaba agotada y solo basto de un baño con agua caliente y ella cayó molida sobre la cama, con solo la compañía de su despertador quien era su aliado para despertarla de ahora en adelante en esta nueva etapa de vida.

Las facturas empezarían en llegar y ella tendría que pagar una a una de ellas.