Tercer libro de la saga colores
El Conde Lean se encuentra en la búsqueda de su futura esposa, una tarea que parecía sencilla al principio se convierte en toda una odisea debido a la presión de la sociedad que juzga su honor y su enorme problema con las damas, sin pensar que la solución está más cerca de lo que cree cuando asiste a un evento de dudosa reputación.
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LA CHICA DE OJOS CELESTES
...LEAN:...
Tenía planeado marcharme un tiempo a la hacienda de los viñedos, al menos allí tendría suficiente tiempo para hallar una solución a mi situación y aprovecharía de ver como iba la producción de vino.
— Volveré a la hacienda, quedas a cargo de la mansión — Le dije a mi madre después de desayunar.
— ¿En serio? ¿Qué vas hacer allá tan lejos?
— Ver como va la producción de vino, tal vez el aire del campo me siente bien.
— No, Lean, allí tendrás menos de suerte — Protestó y negué con la cabeza.
— No me iré para siempre.
— Bueno, espero que cambies de opinión, no aflojes en tu búsqueda — Insistió y resoplé.
— Solo necesito un respiro.
— Está bien — No estaba de acuerdo, pero yo no era un niño y ella lo sabía.
— Voy a bañarme — Me levanté de la mesa.
— Marta está limpiando, espera a que termine.
— ¿Marta? ¿Quién es esa?
— Otra sirvienta que contraté — Dijo, llevándose un trozo de fresa a la boca.
— Ya tenemos suficientes sirvientes.
— Lo sé, pero la chica necesitaba el trabajo, llegó aquí y me lo pidió, la pobre no tenía más ropa que la que cargaba puesta, definitivamente, la delincuencia cada día ésta peor, pensé que con el nuevo rey, eso se solucionaría.
— La delincuencia siempre existirá, me parece bien que le hayas dado trabajo a esa chica — Dije, tocando su hombro.
— Eres muy generoso.
— Lo aprendí de ti.
— Ve a bañarte — Me ordenó.
— ¿Pero no dijiste que la nueva sirvienta estaba limpiando allí?
— Sí, pero no quiero que salgas tardes, ve — Me apuró, empujando mi brazo.
Tan contradictoria, definitivamente, ella también necesitaba un esposo.
Subí a mi habitación y entré.
Allí estaba la susodicha, sosteniendo una escoba, de espalda a mí.
— Prepare el baño, voy a salir.
Se sobresaltó, inmóvil, como si la hubiera asustado, ni siquiera se movió.
— Oiga, ¿No me oyó?
La escoba se le resbaló, no se preocupó en recogerla y caminó apresuradamente hacia la puerta del baño, con la cabeza agachada, evitando observarme.
Fruncí el ceño, tal vez era tímida.
Busqué la ropa en el armario, solo la que me colocaría, no me hacía falta empacar, ya que en la hacienda tenía suficientes prendas.
Me percaté de la máscara, estaba cerca de la escoba, seguramente la sirvienta la había encontrado al barrer. La dejé sobre la cómoda y caminé hacia el baño.
Allí estaba sirvienta, llenando la bañera, pero seguía dándome la espalda. Tal vez su pasado patrón era de esos que abusaban de sus puestos para someter y humillar, yo no era de esos.
Buscó las esencias en la vitrina que estaba en la pared.
— La de corteza — Ordené, la tomó, me percaté de que su mano temblaba tratando de destapar el frasco — Le ayudo — Me acerqué, pero se alejó.
Asustadiza y muda.
Fruncí el ceño, era muy rara.
Se apresuró a cerrar la llave y destapó el frasco, vertió.
— Así está bien — Dije, quitándome las botas y desabotonando mi camisa — Ya puede volver a sus labores.
Apenas lo dije se marchó casi a trote, cubriendo su rostro de mí.
Cerré la puerta.
Me terminé de desnudar y me bañé.
Salí con una toalla alrededor de la cintura.
La sirvienta estaba quitando el polvo de la pared.
— ¿Marta? — Se sobresaltó cuando pronuncié su nombre, me ignoró por completo — Señorita Marta, mi madre me dijo que se llamaba así — Siguió sacudiendo el plumero, necesitaba que se fuera para poder vestirme — ¡Marta!
Se le resbaló, tan torpe y tonta, intentó agacharse, pero tropezó con la falda y cayó al suelo.
— Tenga más cuidado.
Me apresuré, tomándola del brazo para ayudarla a levantarla, intentó zafarse y huir.
— Oiga, no le haré nada.
Insistió, agachando su rostro de mí mientras la levantaba, pero tomé su mandíbula de forma impulsiva cuando su perfil llamó mi atención.
Le levanté el rostro y no pude creerlo.
Esos ojos que no había olvidado.
Tenía las mejillas sonrojadas ante mi agarre, la piel bajo mis dedos era tan suave, que me provocó un extraño cosquilleo en el estómago.
— Usted — Pronuncié, retrocediendo.
— Yo — Dijo, tirando de su gorro, como si eso pudiera ocultar su apariencia.
— Está aquí.
— Si — Susurró.
No comprendía, parecía un sueño, uno bonito donde todo es posible.
— ¿Cómo supo quién era yo y dónde encontrarme? — Pregunté, sin despegar mis ojos de ella, me observó el rostro, detenidamente.
Tomó aire.
— Fue casualidad, yo solo me acerqué para pedir trabajo, tampoco sabía que usted era el hombre enmascarado, lo supe cuando hallé la máscara.
— ¿Me va a decir qué todo se trata de una casualidad?
— Si, al parecer así es — Dijo, entrelazando sus manos y mi corazón se aceleró — Supongo que ahora debo encontrar otro trabajo.
— ¡No! — Solté muy a prisa y alzó sus cejas, me sentí avergonzado y nervioso ¿Qué rayos me sucedía? — No hace falta, usted quédese a trabajar, si quiere.
— Es que con lo que sucedió, yo no quisiera darle problemas— Sus mejillas tomaron más color, haciéndola ver tan preciosa, incluso con ese uniforme de sirvienta se veía fantástica.
— Olvidemos eso, usted no me dará problemas — Confesé y se sorprendió — Ahora es mi empleada y esa situación desafortunada a quedado en el pasado.
Asintió con la cabeza — Tiene razón — Bajó su mirada a mi pecho y se tornó más roja, fue entonces que me percaté de que estaba semi desnudo, ahora era yo el avergonzado — Saldré para que pueda vestirse.
— No, continúe con lo que está haciendo, yo me vestiré en el baño.
Tomé la ropa de la cama y volví al baño.
Cuando cerré la puerta enterré las manos en mi cabello. Estaba aquí, cielo santo, debía agradecerle tanto a mi madre por darle empleo, esto era lo mejor que me había pasado, esa señorita podía ser mi solución.
De solo verla, me sentí como una adolescente.
Espera ¿Qué estaba pensando? Descarté la idea.
No iba a marcharme a la hacienda, no con ella estando en mi mansión. Al fin tenía un poco de suerte y no la desaprovecharía, yéndome.
...MARTA:...
Era él y era como lo imaginé, hermoso.
Tenía un rostro varonil, con cejas pobladas y pestañas espesas. Una nariz aguileña y unos pómulos marcados.
Hermoso.
Me ardía el rostro y me sudaban las manos, estaba tan nerviosa frente a él.
Más al notar su cuerpo, ese pecho bronceado con músculos marcados, no era lo único, también sus piernas tonificadas y su espalda ancha.
Me sentí a acalorada, preguntándome mientras volvía al baño ¿Qué eran aquellas sensaciones? Se me cortó la respiración.
Tomé la escoba y él volvió, su camisa holgada con pantalones negros ajustados y los pies descalzos.
El cabello húmedo le rozaba la frente y fijó sus ojos en mí mientras se terminaba de abrochar los botones del cuello.
— Señorita Marta ¿Es así qué se llama?
— Sí, Marta Ladino.
— Yo soy el Conde Lean Roster, aunque eso ya lo sabe, me gusta presentarme yo mismo — Inclinó su cabeza en una reverencia.
— Es un gusto, mi lord.
— Le pido que no mencione a mi madre que ya nos conocíamos — Ordenó amablemente, mientras caminaba al armario, su altura me gustaba.
Sacó unas botas.
— Descuide, no lo haré.
No me agradaría hablar de eso.
— No tiene que dejar el trabajo, lo necesita — Insistió, cerrando el armario.
— No lo dejaré, me gusta trabajar aquí.
Parecía que quería sonreír.
— Me alegra que le guste.
Tomó unas medias de la cómoda y se sentó con la cama para colocarlas.
Sus pies eran varoniles, grandes.
"Ya deja de observarlo y trabaja, es tu patrón"
Se colocó las botas y se levantó.
Tal vez con su influencia de conde podría hallar a Roguina, pero no me atrevía a pedirle nada, bastante había hecho por mí. Yo le debía mucho.
— Escuche, trabajaré, pero sin pago — Dije y me observó desconcertado.
— ¿Por qué?
— Me prestó unas piezas y me sacó de ese lugar, es lo justo.
De hecho había pagado una suma grande para sacarme de ese sitio, jamás podría terminar de pagar todo lo que había hecho por mí, ni siquiera con mil años de trabajo sin paga.
— No, usted merece ganarse su sustento, no va a trabajar por nada.
— Le debo mucho, las cien piezas de oro...
— No, no me debe nada — Me interrumpió — Lo hice de corazón, no buscando un pago, de hecho, no tenía idea de que ese evento fuera una subasta de vírgenes, el hombre que estaba conmigo me llevó bajo engaños y cuando estuve allí quise salir huyendo, no quiero que piense que soy un abusivo.
Era tan lindo, tan caballeroso.
— No, dejé de pensar eso cuando me sacó de ese burdel y me dejó marcharme.
Se acomodó las mangas y me observó detenidamente.
Causando un revoloteo en mi estómago.
La puerta se abrió y volví mi vista a la escoba con rapidez.
— Lean ¿Te irás en el carruaje o vas a cabalgar? — Preguntó la condesa.
— No, no voy a marcharme — Dijo y me desconcerté, pero seguí barriendo.
— ¿Y ese cambio de parecer? — La condesa se oía sorprendida.
— Recordé que tengo asuntos de trabajo que atender.
Hubo un silencio.
— Oh, entonces olvídalo.
La puerta volvió a cerrarse y elevé mis ojos hacia el conde.
Él giró su vista hacia mí.
Era como un sueño ese hombre, jamás obtuve tanta atención y cortesía de un noble, siempre fui rechazada e ignorada por mi sangre común.
¿Qué hay de tu sueño de ese monja? Estando frente a ese hombre no provocaba entregarse al servicio de Dios.
¿Qué? Ay, no. Estaba pensando como Daila. Me debía controlar ¿Qué hay de mi desconfianza hacia los hombres? Claro, seguía allí, pero ese hombre, me hacía sentir diferente.
¿Por qué eligió salvarme a mí, entre tantas chicas? No sabía la razón, pero esa acción me hizo sentir especial.
gracias por no poner fotografías de los personajes!!