Por Siempre Mío.

El sol de la mañana pegaba directamente en sus ojos, y el constante zumbido de los aviones le molestaba profundamente a los oídos. Seis meses habían transcurrido desde la última vez que contempló los cielos italianos. Adrien apretó con fuerza el asa de la maleta y se colocó los lentes oscuros sobre sus ojos. Su cabello oscuro había crecido un poco y le cosquilleaba los oídos. Inhaló profundamente, llenando sus pulmones con la ligera humedad reconfortante.

—¿Vamos? —Cedric, detrás de él, puso una mano en su espalda y le hizo una señal con la barbilla para que subieran al Uber que habían llamado previamente.

—Iremos a la casa de mi abuelo; estará muy feliz de verte.

Dijo Adrien mientras ajustaba el cinturón de seguridad. Cedric asintió y colocó la dirección en el GPS para dar indicaciones.

—Duerme un poco; seguramente tendrás jet lag por la diferencia horaria. Te despertaré cuando lleguemos.

—Está bien. —Adrien, como solía hacer en su adolescencia, recostó su cabeza sobre el hombro de su amigo y se dejó envolver por los brazos de Morfeo.

Había regresado al país donde vivía, de nuevo bajo el mismo cielo, el mismo sol y respirando el mismo aire que la persona a la cual amaba. De alguna manera, era un consuelo para su corazón resignado.

A pesar de haberse resignado a la posibilidad de ser amado por Carlo, aún dolía cuando lo pensaba detenidamente. Afortunadamente, durante ese medio año en el extranjero, Cedric siempre lo había acompañado y no lo dejó sumergirse demasiado en los intensos pensamientos de pérdida. Aunque solía enredarse en el sufrimiento interno durante las noches, Cedric siempre estaba allí, dándole el hombro para que se recostara y liberara sus penas.

Sin embargo, sabía que el proceso sería mucho más doloroso. Después de años de negación, de convencerse de que Carlo no podría dejarlo, Adrien se había aferrado a sus propias mentiras e ilusiones. En ese momento, no estaba seguro en qué etapa se encontraba, ¿había superado la ira ya? Tal vez... incluso rompió la cristalería de su departamento en Miami hace dos días.

En ese momento, había bebido demasiado, sus ojos estaban húmedos mientras miraba las fotografías que había mandado a imprimir con un tamaño de dieciséis pulgadas. Era una imagen tortuosa, pero le ayudaba a no seguir aferrándose a Carlo Mancini. Aun así, el proceso de liberarse de ese amor no correspondido se revelaba como un camino lleno de espinas que Adrien estaba destinado a recorrer tarde o temprano.

Habiendo pasado por esas dos etapas, ¿estaba deprimido? No lo sabía a ciencia cierta, porque aún se negaba a soltarlo, pero estaba convencido de hacerlo. La lucha interna seguía latente, como una sombra que se aferraba a su corazón, pero Adrien estaba decidido a enfrentarla.

—Hemos llegado, Adrien. —El suave golpe de Cedric sobre su hombro lo hizo despertar. Miró hacia la izquierda y vio la hermosa casa de su abuelo. La entrada estaba adornada con un majestuoso árbol de olivo, con ramas enormes y una sombra reconfortante. Adrien no pudo evitar esbozar una sonrisa al verlo; por fin, estaba de vuelta en casa, donde los recuerdos de su infancia y los lazos familiares lo abrazaban con amor.

Al entrar, el aroma a comida italiana inundó sus fosas nasales, despertando recuerdos de momentos felices. Su abuelo había pedido el día libre y seguramente estaba en la cocina. A pesar de su edad avanzada, el hombre disfrutaba cocinando, y Adrien, aunque no había heredado ese talento, sí había heredado el amor por la buena comida.

Dejaron su equipaje en el hall y se dirigieron directamente hacia la cocina. El abuelo estaba de espaldas, tarareando una vieja canción romántica. Adrien se acercó por detrás y le tocó suavemente el hombro. Al girarse, la sonrisa del anciano se amplió aún más.

—Adrien, Cedric, qué gusto tenerlos en casa. —Aunque el abuelo era consciente de lo renuente que podía ser Adrien para mostrar afecto en público, lo abrazó con fuerza. Para su sorpresa, su nieto no solo no evitó el abrazo, sino que también le correspondió. Tal vez su estadía en el extranjero y su reencuentro con Cedric habían cambiado algunas cosas en ese medio año.

Por otro lado, Cedric sabía que ese abrazo era necesario para el consuelo interno de Adrien. El abuelo era la única familia que tenía y el único refugio en medio de cualquier tormenta, un ancla de amor y comprensión en un mar de incertidumbre. Cedric haría todo lo posible por proteger ese vínculo, consciente de que su amigo necesitaba apoyo más que nunca. Sin embargo, también sabía que debía ser cuidadoso, evitando cruzar límites que pudieran hacerle daño a Adrien en su vulnerabilidad emocional.

Mientras el aroma tentador de las delicias italianas llenaba la cocina, Adrien se sentía transportado a su infancia, cuando pasaba horas en ese mismo lugar, observando a su abuelo preparar platos tradicionales con maestría y pasión. Era reconfortante estar de vuelta en ese entorno familiar, rodeado de amor y cuidado.

El abrazo del abuelo había sido un bálsamo para el alma de Adrien, un recordatorio de que, a pesar de los desafíos y las tormentas emocionales, siempre habría un refugio seguro en el seno de su familia. Cedric, observando la interacción entre Adrien y su abuelo, sintió un profundo alivio al ver a su amigo encontrar un momento de paz y conexión.

Mientras disfrutaban de una exquisita cena preparada por el abuelo, la conversación fluyó de manera natural entre risas y anécdotas compartidas. Adrien se sentía reconfortado por la presencia de su abuelo, cuya sabiduría y calidez llenaban la habitación.

Después de la cena, mientras el abuelo se retiraba a descansar, Adrien y Cedric se quedaron en la cocina, sumidos en un silencio cómodo. Cedric miró a su amigo con preocupación, sabiendo que aún quedaba un largo camino por recorrer en su proceso de sanación.

—¿Cómo te sientes, Adrien? —preguntó Cedric con ternura, rompiendo el silencio que había caído entre ellos.

Adrien suspiró, buscando las palabras adecuadas para expresar la complejidad de sus emociones. Se sentía abrumado por una mezcla de tristeza, resignación y una chispa de esperanza.

—Es extraño estar de vuelta aquí, Cedric. Todo es tan familiar y a la vez tan diferente. Siento que estoy en un punto de inflexión en mi vida, como si estuviera en un cruce de caminos y no supiera hacia dónde dirigirme.

Cedric asintió con comprensión, colocando una mano reconfortante sobre el hombro de Adrien.

—Estoy aquí para ti, amigo. No importa cuánto tiempo tome, estaremos juntos en este viaje. Y recuerda, siempre hay luz al final del túnel, incluso en los momentos más oscuros.

Adrien asintió, sintiendo un destello de esperanza iluminando su corazón. Sabía que el camino hacia la sanación sería difícil, pero con el apoyo de su amigo y el amor de su familia, estaba listo para enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino.

Listo para renunciar a Carlo Mancini.