La Sombra De Ashfall

El camino hacia el mirador se hizo más estrecho y empinado, obligándolos a dejar los caballos atados a unos robustos árboles y continuar a pie. Gareth cargaba la canasta con la comida y la manta, su paso firme y seguro. Cecil, sin embargo, pronto encontró que sus delicados zapatos de corte no eran adecuados para la ascensión, con un suspiro de exasperación y una repentina impulsividad, se los quitó. Sus pies descalzos tocaron la tierra fresca, sintiendo la hierba y las pequeñas piedras bajo las plantas. Una profunda satisfacción la invadió, una libertad inesperada que Gareth no podía comprender, ajeno a la vida de encierro y el final brutal que ella había experimentado.

Sin dudarlo, Cecil acortó la distancia que los separaba y tomó la mano de Gareth, su piel cálida contra la de él envió un escalofrío por su brazo. Para Gareth, todo aquello parecía un sueño: el sol en el cielo, la brisa en sus rostros, y la mano de Cecil, la mujer de la que había estado enamorado durante años, en la suya. No sabía si ella lo había hecho sin darse cuenta, en un simple gesto de apoyo, o si había algo más. Fuera como fuese, quería conservar ese momento en su corazón, guardarlo como un tesoro preciado. Lo más probable, pensó con un nudo en el estómago, era que en cuanto volvieran al Ducado, nunca más volverían a estar tan cerca como ahora. Lysander regresaría para reclamar el centro de atención de Cecil, y él volvería a ser solo una figura en las sombras.

Al llegar al mirador, Cecil soltó un grito de asombro, el lugar era impresionante, una cornisa rocosa se abría a un valle exuberante, donde el Río Hondo serpenteaba como una cinta plateada bajo el sol. Los bosques se extendían hasta donde la vista alcanzaba, y en la distancia, las cimas nevadas de las montañas se alzaban majestuosas, el aire era fresco y puro, y la inmensidad del paisaje la dejó sin aliento.

Gareth sonrió, feliz de la reacción de Cecil, desplegó la manta sobre una zona plana de hierba y comenzó a sacar la comida: pan recién horneado, queso, frutas dulces y una botella de vino. Se sentaron, disfrutando de la comida sencilla y de una conversación amena. Lejos de las presiones de la corte, de los títulos y las expectativas, hablaron con una naturalidad que ambos apreciaban. Cecil encontró consuelo en la honestidad de Gareth, en su sinceridad desinteresada, algo que Lysander, en su posición, no había podido ofrecerle.

Mientras tanto, a kilómetros de distancia, en la capital, Lysander llegaba. El estruendo de los vítores de la multitud era ensordecedor, pero el rey apenas los registraba, su mente estaba consumida por la angustia. ¿Cómo reaccionaría Cecil al verlo llegar con Orlaith, su ahora esposa, a su lado? Apenas bajaron del carruaje, y mientras extendía su mano a Orlaith para ayudarla a descender, sus ojos buscaban desesperadamente el rostro familiar de Cecil entre la multitud. No había rastro de ella, su corazón dio un vuelco. Él sabía que algo le había pasado, de lo contrario al enterarse de su llegada habría corrido a su encuentro, ajena a las formalidades. Su ausencia era un golpe más doloroso que la propia mano de Orlaith en la suya. En ese momento, no pudo hacer nada más que fingir tranquilidad, con el rostro inexpresivo, y seguir el camino hacia el palacio, arrastrando una pesada carga de culpa y preocupación.

De vuelta en el mirador, Cecil y Gareth habían terminado de comer, se sentaron uno al lado del otro, observando el vasto paisaje que se extendía ante ellos. El sol, ahora más alto, pintaba el valle con una luz vibrante. Cecil se apoyó suavemente en el hombro de Gareth, sintiendo la solidez de su presencia, la calma que él le transmitía era un bálsamo para su alma atormentada. Mientras el destino se desarrollaba de nuevo en la capital, Cecil se aferraba a la esperanza de que, al lado de Gareth y con el conocimiento de su vida pasada, pudiera cambiar los sucesos de su trágico destino.

-Cecil debemos volver, de lo contrario no llegaremos temprano.

- Está bien – respondió Cecil con una sonrisa.

El sol ya comenzaba a descender ligeramente cuando Gareth sugirió un pequeño desvío antes de regresar.

- Hay una cascada no muy lejos de aquí - dijo, su voz resonando con la calma de la naturaleza -. Podríamos dar de beber a los caballos y, si lo deseas, podrías refrescarte los pies.

La idea de un lugar tranquilo, íntimo, lejos de la inminente llegada del rey, le pareció perfecta a Cecil. Al llegar, el sonido del agua cayendo era un murmullo suave y constante, Gareth guio a los caballos hacia la orilla de la pequeña poza que se formaba bajo la cascada. Cecil, sintiendo el impulso de una libertad recién descubierta, se sentó en la hierba y, con una exhalación satisfecha, se quitó el vestido de zafiro. No había necesidad de formalidades aquí, no con Gareth, quien se dedicaba a sus caballos de espaldas a ella. El camisón que llevaba debajo era de lino fino, sencillo y práctico. Descalza, sus pies buscaron el agua fría, y sin dudarlo, comenzó a caminar hacia el interior de la cascada, el velo de agua la envolvió, un abrazo refrescante y purificador.

Gareth, una vez que se aseguró de que los caballos estuvieran bien saciados y atados con seguridad, se giró. La vio, una silueta etérea bajo el velo de agua, y una sonrisa se dibujó en sus labios, con una ligereza en su corazón que no recordaba haber sentido en mucho tiempo, se unió a ella. El agua fría le dio la bienvenida, y el mundo pareció desvanecerse a su alrededor, dejando solo el sonido de la cascada y la presencia de Cecil.

- Pensé que nunca entrarías - le comentó Cecil, su voz elevada por el suave rugido del agua.

Gareth se acercó, el agua le llegaba hasta las rodillas, sus ojos brillaban con una intensidad gentil.

-A donde vayas, Cecil, yo te seguiré.

Sus palabras, simples y directas, resonaron en el corazón de ella. La experiencia de su vida anterior le había demostrado la inquebrantable verdad de esa promesa. Él había sido el único que luchó por ella, el único que arriesgó todo, junto a su familia. Cecil acortó la distancia entre ellos, el agua bailando alrededor de sus piernas, sabía que sus palabras eran reales, tan reales como el agua que caía sobre ellos. La certeza del amor de Gareth era un ancla en el caos que se avecinaba. Él levantó una mano, sus dedos rozando su mejilla, y colocó su frente contra la de ella, sus respiraciones mezclándose con el vapor de la cascada.

- Lamento que esto termine así - murmuró Gareth, sus ojos llenos de una tristeza resignada, creyendo que este momento de libertad era el preludio de su inevitable regreso a la sombra de Lysander.

Pero Cecil levantó la vista, una chispa de acero en sus ojos, negándose a aceptar el destino preescrito.

- Esto no terminará así - corrigió, su voz clara y llena de una nueva convicción.

-Cecil…, yo te amo, pero entiendo que tú no correspondes a mis sentimientos, y solo deseo tu felicidad incluso si eso significa verte junto a otro - una lágrima solitaria se abrió camino por su mejilla -. Esta es nuestra despedida, debo soltarte.

-No, no nos despediremos, Gareth. No está vez - sus ojos, llenos de una intensidad que él nunca le había visto, se fijaron en los suyos -. Entiendo que creas que mi corazón pertenece a Lysander. Y sí, lo amé, lo amé con la ingenuidad de la juventud, con una ceguera que casi me cuesta todo, pero he visto la verdad, Gareth. Una verdad que tú, con tu lealtad y tu valor, nunca traicionarías.

La confusión y una cautelosa esperanza comenzaron a reemplazar la resignación en el rostro de Gareth.

-Tú fuiste el único que luchó por mí - continuó Cecil, su voz apenas un susurro cargado de emoción -. El único que arriesgó su vida, su libertad, cuando todos los demás... cuando él... me abandonaron - sus dedos se deslizaron de su rostro a sus manos, apretándolas con fuerza -. No voy a dejarte ir esta vez, Gareth Thylas. Has sido mi luz en la oscuridad que vendrá, y la única promesa verdadera que tuve. Necesito tu ayuda, necesito tu fuerza. Por favor, quédate, quédate conmigo.

El mundo de Gareth se detuvo. Suspiró, no de tristeza, sino de un alivio abrumador, de una esperanza tan vasta que lo mareó. Cecil no lo estaba soltando, ella lo estaba eligiendo. En la vida de Gareth, rara vez se había permitido soñar con algo tan imposible, y ahora, bajo el velo de la cascada, el sueño cobraba vida.