Cuando el demonio egocéntrico Dashiell termina atrapado en el mundo humano, conoce a Brooke, una estudiante de arte que oculta sus propios secretos. Transformado en un husky que ella rescata, se convertirá en su inesperado protector. Pero, con Noche Buena acercándose y donde la luna se convertirá en carmesí, Dashiell deberá decidir si volver a su mundo o quedarse junto a la humana que ha empezado a significarlo todo.
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UN ENCUENTRO BAJO LA LUNA (parte 2)
La mañana siguiente, Brooke despertó con una expresión de calma que no había visto antes. Su respiración era estable, su rostro, aunque cansado, mostraba una serenidad extraña después de lo sucedido la noche anterior. Sin perder tiempo, se puso de pie y comenzó con una rutina apresurada. En cuestión de minutos, ya estaba fuera, con una bolsa colgando de su hombro, rumbo a otro lugar.
Dudé un instante. Después de todo, había intervenido más de lo que debería. Mi instinto me decía que debía mantenerme al margen, pero algo más... algo desconocido, me empujó a seguirla.
La vi dirigirse a una construcción inmensa, mucho más grande que otras. En su interior, humanos como ella iban y venían, cargando objetos rectangulares con hojas dentro, hablando entre ellos, y sentándose frente a un humano mayor que parecía estar dándoles instrucciones. Brooke estaba entre ellos, tomando notas y garabateando con una concentración admirable.
—Interesante... Así que aquí es donde vienen a absorber información. No parece muy eficiente, pero cada especie con sus métodos… —suspiré, recordando las academias de enseñanza en mi mundo.
Al salir de ese lugar, Brooke caminaba rápidamente mientras mordisqueaba algo pequeño envuelto en un papel, claramente con prisa. Su siguiente parada fue otro sitio donde humanos entraban y salían constantemente, pidiéndole cosas y ella las entregaba con una sonrisa suave.
Este lugar era diferente. Había mesas, sillas y un aroma peculiar que envolvía el aire. No entendía mucho de lo que hacían allí, pero parecía ser un lugar importante para estos humanos. Brooke se movía con agilidad, cambiando su vestuario a algo más formal y atendiendo a las personas con una paciencia que me resultaba intrigante.
Su rutina era constante. Entre notas, sonrisas forzadas y pasos apresurados, su vida transcurría sin descanso. Yo, sin nada mejor que hacer, decidí quedarme observándola, aunque de vez en cuando mis ojos se desviaban hacia otros humanos. Pero ninguno parecía tener algo especial.
La noche llegó rápido, y Brooke fue la última en salir de ese lugar, cerrándolo con cuidado. Justo cuando comenzó a caminar, pequeñas gotas de agua comenzaron a caer desde el cielo.
«¿Qué es esto?», pensé, mirando hacia arriba. Era como si el aire llorara, lanzando gotas frías que empapaban todo a su paso.
Brooke comenzó a correr, intentando cubrirse, pero este fenómeno la alcanzaba sin piedad. Su ropa se mojaba cada vez más, y para cuando llegó cerca de donde vivía, sus pasos se hicieron más torpes. Fue entonces cuando algo cambió.
En una esquina oscura, unos hombres se acercaron a ella con intenciones claras y nefastas. Había algo en sus gestos, en sus risas bajas y malintencionadas, que no dejaba lugar a dudas. Brooke se detuvo en seco, con la mirada llena de miedo, mientras uno de ellos le arrancaba uno de esos pequeños dispositivos de las manos.
—Dame tu bolso también —dijo uno, con un tono áspero que no admitía discusión.
—Por favor, no tengo nada más... —respondió Brooke, con la voz rota, dando un paso atrás.
Otro hombre se rió, empujándola hacia la pared mientras le rebuscaba los bolsillos.
No lo pensé mucho, y antes de darme cuenta, ya estaba interviniendo nuevamente. Algo dentro de mí se agitó, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que mi poder regresaba a mí como una corriente cálida y familiar que recorría mi ser. Decidido a invocar mi arma, esa espada mágica que tantas veces había empuñado para impartir justicia divina. Sin embargo, en el momento preciso de canalizar mi magia, algo extraño ocurrió.
Una imagen fugaz apareció en mi mente: aquel objeto inanimado de Brooke, el esponjoso ser blanco que ella siempre abrazaba con tanto fervor. ¿Por qué pensaría en eso en un momento como este? No tuve tiempo para buscar respuestas porque, de repente… mi cuerpo cambió.
El cielo nocturno se encendió con un brillo carmesí, bañando la calle en una luz sobrenatural que detuvo la lluvia por completo. La luna, oculta hasta entonces, emergió majestuosa y plateada entre las nubes. En medio de este espectáculo, me di cuenta de que algo estaba muy mal.
Todo mi ser desapareció y al intentar alzar una mano para inspeccionarla, lo que vi fue una pata... blanca, redondeada, cubierta de un pelaje esponjoso con garras. Mis ojos descendieron por mi nuevo cuerpo y confirmé lo que era imposible. ¡Era un canino!
«¡¿Qué mierda... qué es esto?!», pensé moviendo con torpeza mis patas mientras intentaba adaptarme a esta nueva forma. Era un ser pequeño, pero imponente en su extraña simplicidad: blanco como la nieve, con orejas erguidas y una cola que se alzaba con fuerza. Mis sentidos cambiaron de inmediato. Podía escuchar los latidos acelerados del corazón de Brooke, sentir el miedo de los hombres frente a ella, y distinguir olores que jamás había percibido antes.
No tuve tiempo para admirarme más. Los hombres, aunque aturdidos por el cielo rojizo y la chispa que iluminó la noche, recuperaron la compostura rápidamente y avanzaron hacia Brooke con intención de atacarla. Sin más, comencé a correr, mis patas golpeando con fuerza los charcos que salpicaban a mi alrededor mientras el aire frío me rozaba el rostro.
Llegué a tiempo para interponerme entre ellos cuál depredador y Brooke que aún estaba paralizada por el miedo. Emití un ladrido fuerte, grave y feroz que resonó por toda la calle. Mi instinto, ahora claramente el de un animal, me llevó a mostrar los colmillos. Los hombres se detuvieron un momento, retrocediendo de golpe, aunque uno de ellos intentó disimular su miedo.
—¡Es solo un perro! —dijo, dando un paso hacia mí y recogiendo una piedra con la mano.
Gruñí con más fuerza y, cuando uno de ellos intentó lanzarme la piedra, salté hacia él y mordí su brazo con toda la fuerza que mi nueva forma me permitía. Gritó de dolor, soltando el objeto y tropezando hacia atrás.
—¡Maldito animal! —gritó el otro, intentando atacarme con un palo que había recogido del suelo. Pero esquivé con agilidad y gruñí nuevamente, lanzándome hacia él hasta morder su pierna.
Brooke, mientras tanto, aprovechó mi distracción para escapar, corriendo sin mirar atrás. Al verla fuera de peligro, me aseguré de dar el golpe final: un ladrido tan potente que los hombres decidieron finalmente huir, cojeando y maldiciendo entre dientes. La calle quedó en silencio. Respiré profundamente, aun sintiendo la adrenalina correr por mi cuerpo. Mis patas estaban cubiertas de agua, y mi nuevo cuerpo temblaba por el esfuerzo.
Intenté seguí el rastro de Brooke como mejor podía con mi nueva habilidad para olfatear. Aunque era extraña y desconcertante, no me detuve. Sin embargo, la tarea no era fácil; esas cosas que transportaban a los humanos me rodearon por todas partes. Algunos lanzaban luces cegadoras hacia mí, y otros emitían sonidos estridentes, obligándome a dar giros bruscos para evitar que me lastimaran.
Finalmente, en mi intento por huir de aquel caos, llegué a una esquina abarrotada de desperdicios. Una desagradable mezcla de olores me invadió, pero no tenía tiempo para ser quisquilloso. La lluvia, tal como escuché decir a un par de humanos, caía ahora con más fuerza otra vez y me empapó hasta los huesos. Entonces, encontré refugio bajo un par de tablas de madera que alguien había abandonado junto a las bolsas de basura.
—¡Qué humillación! —murmuré, sacudiendo el agua de mi pelaje mientras intentaba calmarme.
En ese momento, un brillo familiar iluminó la oscuridad bajo mi improvisado refugio. Mi comunicador apareció frente a mí, flotando y emitiendo su tenue resplandor cristalino. Antes de que pudiera siquiera procesarlo, la figura de Lynne se materializó en él, y lo primero que hizo fue soltar una carcajada tan fuerte que me hizo rechinar los dientes.
—¡Por las llamas del abismo! —exclamó entre risas—. ¿Eres tú, Dashiell? ¿Qué te pasó? Pareces un… ay no, ja, ja, ja qué divertido.
—¡Cállate, Lynne! —gruñí, mostrando los colmillos por puro reflejo, aunque mi forma no era precisamente intimidante—. Esto no tiene gracia.
Lynne se llevó una mano al estómago mientras intentaba calmar su risa.
—No puedo... no puedo creerlo. Es tan ridículo que ni siquiera puedo creer que eres tú. ¿Qué hiciste ahora?
—¡Yo no lo elegí! —repliqué, sacudiéndome nuevamente mientras gotas de agua salpicaban el comunicador—. Fue un accidente, algo... algo extraño ocurrió.
Lynne arqueó una ceja, divertida.
—A ver, ilumíname. ¿Qué clase de "accidente extraño" te llevó a esto?
Suspiré, sintiéndome más humillado que nunca, pero comencé a relatar lo que había ocurrido.
—¿Un resplandor carmesí? —repitió Lynne, entrecerrando los ojos con un destello de interés. Su tono dejó atrás las burlas por un momento—. Eso suena como...
—¿Como qué? —la interrumpí, irritado—. ¿Sabes algo de esto?
—Tal vez. —su expresión cambió a una mezcla de curiosidad y cautela. Luego volvió a reírse suavemente, como si no pudiera evitarlo—. Pero, sinceramente, no puedo concentrarme mientras te veo je, je…
Bufé, sin dignarme a responder al insulto.
—Esto es serio. Algo raro está pasándome. Mi magia está regresando, pero de una forma completamente impredecible. ¡Necesito respuestas!
Ella asintió, aunque su sonrisa burlona no desapareció del todo.
—De acuerdo, nubecita. Dime exactamente qué sentiste antes de que ocurriera.
—¡No me llames así! —grité, pero luego me forcé a calmarme. Cerré los ojos y traté de recordar…