EL TRONO DE CENIZAS

El amanecer asomaba entre los árboles cuando finalmente lo vieron: un castillo esculpido directamente en la montaña, con torres que se perdían entre la niebla y murallas cubiertas por enredaderas doradas que brillaban bajo la luz del sol.

—El Bastión —murmuró Kael—. Último refugio de lo que queda del Reino Eterno.

Lyra apenas podía mantenerse en pie. El fuego dentro de ella se había calmado, pero seguía sintiendo ese calor constante, como si su cuerpo contuviera un volcán.

La puerta del Bastión se abrió con un sonido grave. Dos figuras salieron a su encuentro. Una mujer de piel oscura, ojos de cristal y una lanza de energía azul. Y un anciano con una capa bordada en símbolos antiguos que Lyra no podía leer, pero que de algún modo, entendía.

—No puede estar aquí —dijo la mujer, mirando directamente a Kael—. No después de lo que hizo.

Kael sostuvo la mirada sin inmutarse.

—No tenemos opción. Si no la ayudamos, todo caerá.

El anciano la observó detenidamente.

—¿Recuerdas algo?

Lyra negó lentamente con la cabeza.

—Solo… sensaciones. Voces. Sombras. Fuego.

El anciano asintió.

—Entonces será más difícil de lo que imaginamos.

Kael entró primero, pero cuando Lyra cruzó el umbral, algo la golpeó en el pecho. Una visión fugaz: ella misma, en ese mismo lugar… pero vestida como reina, rodeada de fuego, y con Kael arrodillado ante ella.

La imagen desapareció al instante.

—¿Qué fue eso? —susurró, llevándose una mano al pecho.

El anciano la miró con gravedad.

—Bienvenida a tu pasado, Lyra. El Bastión te recordará… aunque tú aún no recuerdes quién fuiste.

El Bastión era más que una fortaleza: era una reliquia viviente. Las paredes hablaban en susurros antiguos, las antorchas encendían solas al paso de Lyra, y los retratos colgados en los pasillos parecían seguirla con la mirada.

Kael caminaba detrás de ella, silencioso como una sombra. No le había hablado desde que entraron.

—¿Por qué me miran así? —preguntó Lyra, sintiendo el peso de cada mirada.

—Porque todos aquí conocen tu historia… menos tú.

Llegaron a una sala circular, con un techo de cristal desde el que caía una luz azulada. En el centro, un espejo enorme, cubierto por una tela negra.

La mujer de la lanza apareció detrás de ellos.

—Tarde o temprano tendrá que ver. —Su voz era firme, casi cruel—. No podemos protegerla si no acepta lo que fue.

Kael se acercó al espejo y, sin decir nada, retiró la tela.

Lyra se quedó sin aliento.

No era un espejo normal. No reflejaba el presente. Reflejaba otra versión de ella: más fuerte, más segura, vestida con una capa roja, rodeada de fuego, y con un ejército detrás. Una versión que dominaba su poder… y lo usaba sin piedad.

—¿Esa soy yo?

—Esa fuiste —dijo Kael.

—Esa podrías volver a ser —añadió la mujer de la lanza, más dura—. Si no te consume antes.

Lyra retrocedió. El reflejo sonrió con malicia y alzó la mano… y el cristal del espejo se agrietó.

Kael desenvainó su espada de inmediato.

—¡Esto no es una visión! ¡Aléjate!

Pero ya era tarde. Una grieta en el aire se abrió como un portal y, por un segundo, la sala se llenó de fuego y susurros. Una figura salió parcialmente del espejo, la misma réplica oscura de Lyra… esta vez más nítida, más real.

—Gracias por abrirme la puerta —susurró con una sonrisa torcida.

Y desapareció entre las sombras.

Lyra cayó de rodillas, temblando. Esta vez no fue el fuego lo que la hizo temer. Fue la certeza de algo mucho peor:

La oscuridad ya estaba dentro del Bastión