¿Crees en el destino? ¿Alguna vez conociste a alguien que parecía tu alma gemela, esa persona que lo tenía todo para ser ideal pero que nunca pudiste tener? Esto es exactamente lo que le ocurrió a Alejandro… y cambió su vida para siempre.
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Sombras en el espejo
El anticuario estaba lleno de objetos antiguos, cada uno con una historia oculta tras el polvo de los años. Alejandro y Luna se movían con cautela entre los estantes, su atención capturada por libros de cuero desgastado, relicarios y espejos que parecían observarlos desde su lugar en la penumbra.
—¿Estás segura de que es aquí? —preguntó Alejandro, rompiendo el silencio.
—Sí, fue en mi sueño. Este lugar... lo reconocí al instante —respondió Luna, sin apartar la mirada de una vitrina.
El dueño del anticuario, un hombre encorvado con lentes gruesos, apareció de repente desde las sombras.
—¿Buscan algo en particular? —preguntó con una voz grave pero amable.
Luna intercambió una mirada con Alejandro antes de responder.
—Algo que hable de... destinos cruzados. Amantes separados.
El anticuario levantó una ceja, como si supiera exactamente lo que querían, y señaló un estante al fondo.
—Ahí. Quizá encuentren lo que buscan.
Caminaron hacia el lugar indicado y, entre una pila de papeles amarillentos y libros desgastados, encontraron una carta sellada con cera roja. Luna la tomó con manos temblorosas y rompió el sello. Al abrirla, la caligrafía elegante y precisa parecía susurrarles secretos desde el pasado.
"A los amantes predestinados," comenzaba. El texto relataba la historia de dos almas unidas por un amor prohibido, separadas por un sacrificio necesario para salvar a quienes amaban. Los detalles eran inquietantemente específicos: una noche de tormenta, un bosque con un claro, y los collares idénticos que llevaban en el presente.
—Esto no puede ser una coincidencia —murmuró Alejandro, sintiendo un escalofrío.
—Es como si alguien estuviera guiándonos —dijo Luna, sus ojos fijos en la carta.
Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, Isabel se sentaba frente a un hombre de apariencia discreta pero con una mirada penetrante. El investigador privado que había contratado tomaba notas en una libreta mientras ella hablaba.
—Quiero que sigas a mi esposo —dijo Isabel con firmeza.
—¿Algún detalle en particular que deba buscar? —preguntó el hombre.
—Está... distraído últimamente. Hay alguien más. Quiero saber quién es, dónde se ven y qué planean.
El hombre asintió.
—Considerelo hecho.
De vuelta en el anticuario, Luna señaló una línea en la carta que mencionaba un espejo como la clave para entender el sacrificio.
—¿Un espejo? —preguntó Alejandro, frunciendo el ceño.
—Sí, pero no cualquier espejo. Habla de uno que revela verdades ocultas, un vínculo entre el pasado y el presente.
El anticuario, que había estado observándolos desde una esquina, intervino.
—Lo que buscan podría estar en la trastienda, pero les advierto: no todo lo que muestra un espejo es fácil de aceptar.
Sin dudar, Alejandro y Luna lo siguieron. La trastienda era aún más sombría, llena de reliquias cubiertas por mantos de tela pesada. En el centro, un espejo de marco dorado y detalles intrincados parecía brillar con una luz propia.
—¿Es este? —preguntó Alejandro.
—Así es —respondió el anticuario, con un tono solemne.
Luna se acercó al espejo y, al mirarlo, su reflejo cambió. En lugar de verse a sí misma, apareció una versión de ella vestida con ropas antiguas, llorando mientras sostenía una daga. A su lado, el reflejo de Alejandro, ensangrentado, caía al suelo.
—¡Alejandro! —exclamó Luna, dando un paso atrás.
—¿Qué viste? —preguntó él, alarmado.
Luna lo miró, pálida.
—Creo que... fui yo quien te sacrificó.
El silencio se volvió insoportable. Alejandro no supo qué decir, pero el brillo en el espejo se intensificó, revelando más imágenes. Esta vez, Isabel apareció, sosteniendo la nota que Luna había dejado accidentalmente en su abrigo. Su rostro estaba descompuesto por la ira y la determinación.
—Nos están observando —dijo Alejandro, señalando la imagen de Isabel en el espejo.
De repente, un ruido fuerte rompió el momento. Desde la puerta del anticuario, el investigador privado tomaba fotos con su teléfono.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —dijo en voz alta, atrayendo la atención de todos.
El anticuario se movió con rapidez, pero el hombre ya había salido corriendo.
—Esto es solo el principio —dijo el anticuario con voz sombría.
—¿El principio de qué? —preguntó Alejandro, sintiendo un nudo en el estómago.
El hombre lo miró con gravedad.
—De la verdad. Y la verdad siempre cobra un precio.
Luna tomó la mano de Alejandro, y ambos salieron apresuradamente, conscientes de que habían desatado algo que no podían controlar. En el fondo, el brillo del espejo se extinguió lentamente, pero su energía seguía impregnando el aire.
Isabel, mientras tanto, sostenía las fotos que el investigador le había enviado. Sus labios se curvaron en una sonrisa fría mientras murmuraba:
—Creíste que podías engañarme, Alejandro. Pero esto... esto no lo voy a perdonar.
El destino había puesto todas las piezas en el tablero. Ahora, la partida comenzaba.