Katerina murió por salvar a una joven. No esperaba despertar en una historia que no era suya... con un destino aún más cruel.
Cuando abre los ojos, ya no está en su mundo. Ha reencarnado como Avery, una noble ignorada por su padre, despreciada por su hermana y condenada a morir junto a su madre en una historia que no escribió. Pero Katerina conoce ese final: lo leyó. Sabe quién mata, quién sobrevive… y quién sufre en silencio.
Solo que esta vez, ella no va a permitirlo.
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Capítulo 5
El silencio que siguió a su declaración fue tan denso que podía cortarse con un cuchillo.
El Archiduque la miró, incrédulo. La Archiduquesa apretó los labios con tanta fuerza que sus comisuras palidecieron. Y Ágata… Ágata se regocijó. Por dentro, claro. Su hermanastra acababa de sellar su destino. ¡Perfecto!
—¿Qué has dicho?
—He dicho que no me casaré con él —repitió Avery con la voz firme, la mirada erguida como una espada en alto.
Un silencio tenso se extendió por la sala. Solo se oía el tic-tac del reloj de péndulo que colgaba de la pared, como un testigo imperturbable de lo inevitable.
—Lo harás —declaró el Archiduque, con la serenidad de quien se sabe dueño del destino ajeno—, te guste o no.
—No me puedes obligar.
—Claro que puedo —dijo él, cruzando las manos tras la espalda—. Mientras vivas bajo este techo harás lo que yo ordene. ¿O quieres que eche a tu madre y a ti a la calle?
Avery sintió cómo un temblor recorría sus brazos, pero lo contuvo. El impulso de gritarle que se iría en ese mismo instante era intenso, casi físico, pero no podía permitirse ese lujo. No con su madre de por medio. Eliana ya había soportado demasiado. No podía ser ella quien la arrastrara al último peldaño de la desgracia.
“Por ahora fingiré… pero cuando me marche, lo haré con los bolsillos llenos y la dignidad intacta.”
—De acuerdo —respondió con una máscara perfectamente colocada—. Si no tengo otra opción, lo haré, Archiduque.
Él alzó las cejas. Ese tratamiento distante, cortante, fue como una bofetada inesperada. ¿Cuándo había dejado de llamarlo padre? ¿Dónde estaba la hija sumisa y complaciente de semanas atrás?
—Si eso es todo —añadió Avery, clavando sus ojos en los suyos—, me retiraré. Se me ha quitado el apetito.
Giró sobre sus talones, dejando tras de sí una estela de orgullo contenido y rabia silenciosa.
Pero no fue a su habitación directamente. Antes, desvió su rumbo hacia la cocina.
Apenas cruzó el umbral, las conversaciones cesaron. Las criadas y la cocinera la observaron con una mezcla de burla y sorpresa, como si una intrusa hubiera profanado un espacio que no le pertenecía. El desprecio era palpable. Avery lo sintió en la piel, como una corriente fría.
“¿Así de bajo la tenían a Avery? Ni siquiera la servidumbre la consideraba parte de esta familia. Patético.”
Con paso decidido, se acercó al estante, tomó un plato y se dirigió hacia la olla. Las criadas que comían en una mesa se quedaron con la cuchara a medio camino. No podían creer lo que veían.
—¡¿Qué cree que está haciendo?! —exclamó la jefa de cocina, frunciendo el ceño.
—Sirviéndome comida. ¿No es evidente? —respondió Avery, sin mirar a nadie, con su tono helado.
El silencio se hizo espeso. La cocinera, una mujer robusta y de carácter, arqueó las cejas. Era la primera vez que esa joven hablaba así. Su mirada ya no era la de una niña sumisa: ahora era gélida, decidida… distinta.
—La cena ya fue servida. Nadie me avisó que debíamos duplicar porciones. Si se requiere, debe autorizarlo la Archiduquesa.
Avery golpeó la mesa con la palma abierta. El golpe resonó como un disparo.
—¿Me estás negando un plato de comida?
La cocinera tragó saliva. La autoridad de la joven se había vuelto imponente en un instante.
—¿No me vas a responder? ¿No es mi padre quien abastece esta cocina?
—Lo… lo es.
—Entonces, haz lo obvio. ¿O debo recordarte cuál es tu lugar?
—Pero...
—¡Pero nada! —interrumpió Avery—. Desde hoy me respetarán. Soy la hija mayor de esta casa. Y si quiero servirme una porción triple, nadie me lo impedirá.
La cocinera bajó la mirada, vencida —. Entendido, señorita.
Avery terminó de servirse. La porción era generosa, simbólica. Una pequeña victoria. Colocó todo sobre una bandeja y se retiró, con una sonrisa apenas curvada, pero llena de fuerza.
Sus pasos eran ligeros, seguros. Sentía cómo algo dentro de ella despertaba. No era solo Katerina en el cuerpo de Avery… era una nueva mujer naciendo de entre las cenizas.
En una esquina del pasillo, una figura conocida captó su atención.
—¿Fania?
La joven doncella se sobresaltó, ocultando algo tras la espalda.
—¿Qué haces aquí? ¿Y por qué no cenabas con las demás?
Fania tartamudeó, nerviosa.
—¿Usted… en la cocina? ¿Fue por comida?
—Fania, no me estás respondiendo. ¿Qué escondes?
—Na-nada, señorita…
Pero su voz temblorosa la delataba. Avery dejó la bandeja en el suelo y se acercó con determinación, quitándole con suavidad el objeto que ocultaba.
Un plato. Una cuchara.
—¿Ibas a comer a escondidas?
Fania bajó la mirada, avergonzada.
—Perdóneme. No quería ocultárselo… Solo que… no puedo comer con las demás criadas.
—¿Te lo prohibieron?
—No. Es por decisión propia —dijo, bajito.
—Fania, dime la verdad.
La joven alzó la cabeza. Sus ojos estaban llenos de lágrimas que se negaban a caer.
—Ellas me insultan… y me golpean. Por servirla a usted, señorita. Por haberla elegido cuando nadie más quería hacerlo.
Avery sintió una punzada en el pecho. La furia, ese fuego que ya ardía en su interior, creció con más fuerza. Era injusto. Era cruel. Y no lo permitiría más.
—Lo sé —susurró, con la voz tensa—. Pero eso cambiará. Te lo prometo.
—¡No lo haga! —exclamó Fania, aterrada—. No podemos ganar contra la Archiduquesa… ni contra Ágata.
—Fania… no moriré. Y si eso significa destruir esta casa, lo haré. Haré que cada muro caiga, que cada piedra se vuelva polvo si hace falta. Vamos.
Fania la siguió en silencio. Sin comprender del todo sus palabras, pero con el corazón palpitando de emoción. Su señorita… al fin estaba despertando.