La Princesa Doma Al Villano

—Está hecho.

La mujer pasó por última vez el pincel sobre mis labios.

Me entregó un pequeño espejo de mano enmarcado en oro mientras esbozó una leve sonrisa llena de orgullo.

Levanté el ostentoso espejo para echar un vistazo.

Ella dibujó espléndidos diseños florales en tonos rojos y dorados, que partían desde un extremo de la frente y acababan en mi cien.

Me agarró de la mandíbula para mantener mi cabeza quieta y puso pedrería debajo de mis ojos y párpados.

No usaron ningún tipo de maquillaje para pintar mi rostro de blanco. La piel de este cuerpo era tan pálida como una hoja de papel.

—¿Debería maquillar su marca de nacimiento?

Sus pupilas indagaron intrigadas en las mías esperando mi pedido.

Mei tenía una marca de nacimiento o una especie de tatuaje con el que nació ubicado en punta del hombro. Tenía forma de una flor de loto carmesí.

Solía cubrirlo con maquillaje para que no la tacharan de perra o concubina.

—Déjalo.

La mujer se puso derecha con una sonrisa.

—Lo que usted diga.

Giró su cabeza elegantemente, aun manteniendo su postura firme.

—Puede traerlo ahora.

Entonces, apareció una mujer.

La miré através del espejo que tenía en la mano, era una criada que conocía muy bien. Era la maldita criada de ayer.

Su boca estaba terriblemente rota, se podía notar que no había sido curada.

Mostré mis colmillos cuando reí.

Ni siquiera se atrevió a mirarme y bajó la cabeza enseguida. La almohadilla donde traía la horquilla comenzó a temblar.

Las cosas no fueran salido así de feas si fueras echado tu cabeza abajo desde el principio.

La maquillista agarró la horquilla y la arregló en mi cabello perfectamente peinado.

La criada huyó enseguida.

Bufé.

—Creí que ya no estabas interesada en el príncipe heredero.

Odette, entró haciendo ruidos a la habitación. Traía consigo un vaso hecho de cerámica.

Se paró a mi costado.

—¿Por qué asistirás a la conmemoración de su victoria entonces?

Es la misma mujer codiciosa de la novela, pero me miró con respeto. Era como un perro rabioso que está obligado a obedecer a su amo.

—No asistiré por ese hombre.

Ella levantó una ceja.

—Si tú lo dices.

Dejó el vaso de cerámica en el tocador que estaba frente a mí.

La miré.

—Es un té relajante. Creo que puedes estar cansada.

Agarré el vaso y lo removí con el dedo. Un pegajoso líquido verde se adhirió a mi dedo. Lo olí.

Esta vieja,

... intenta matarme.

—Beberlo primero.

Su fachada se cayó. Comenzó a temblar.

—¿E-Eh?

Moví las pupilas para mirarla de reojo, pero mi cabeza se quedó quieta.

—¿Crees que soy estúpida?

Se mordió los labios y frunció el ceño, sudando otra vez.

—¿Q-Qu-Quién demonios eres?—rechinó los dientes.

Agarré el vaso y me acerqué a ella.

—Has estado estresada últimamente, ¿Qué tal beber un poco de este té relajante?

No titubee y le abrí la boca, todo ese líquido que parecía vómito cayó dentro de su boca.

Ella me miró con miedo después de tragárselo.

Pronto sus pupilas desaparecieron y su cuerpo comenzó a temblar hasta caer al suelo. Comenzó a estremecerse mientras gritaba, gritos tan espeluznantes y chillones como para romper tímpanos, gritos que cesaron cuando la sangre comenzó a salir desesperadamente de su boca.

No la culpo por estas pobres artimañas. Ya que, estoy segura de que la Mei de la novela fuera bebido de ese vaso sin vacilar.

—Ocúpate de ella.

Una criada corrió rápidamente hacia Odette para ayudarla.

—No dejes que muera.

No quiero matarla de todos modos. Puede que, me sirva de algo después.

Le eché una última mirada antes de irme. La maquillista caminó detrás de mí.

—Todo está listo, por favor suba.

Dos hombres que vestían túnicas, con manos fuertes me asistieron con delicadeza para que entrara al palanquín.

—Ha arruinado su hermosa apariencia con esa cosa asquerosa verde.

Mencionó la maquillista con gran cara de asco, sentada a mi lado.

Miré mis ropas. Solo eran una cuantas salpicaduras que habían caído, arruinando la costosa tela de la túnica que traía puesta.

La miré.

—¿Puedes arreglarlo...?

Soltó una risilla orgullosa, mientras sacó una cajita.

—Confíe en mí, por favor.

Sacó aguja e hilo y comenzó a hacer bordados con hilo dorado en donde sea que se encontrara una mínima mancha.

—Está hecho.

Guardó todo lo que usó en la caja y se sentó otra vez.

La analicé con desconfianza.

¿Es un extra? Nunca leí una apariencia como esa en la novela, ¿Tengo que preocuparme por ella?

—¿Quién eres?

Abrió los ojos.

Cuando estaba por responder, el palanquín se detuvo. Suspiré y bajé, ella me siguió.

El templo imperial era altamente hecho de oro puro. El suelo, aunque también hecho de oro, estaba cubierto con una alfombra hecha de seda roja, bordada con dragones y nubes.

La poca gente estaba esparcida a los alrededores, y en el centro habían bailarinas, danzando preciosamente descalzas.

Cuando la música paró, las bailarinas terminaron su pieza elegantemente y dejaron el centro del templo lentamente, siguiendo a un hombre, que también parecía dedicarse a la danza.

Una mujer que estaba detrás me miró y esbozó una sonrisa, mientras se acercaba.

La mujer tenía un hermoso cabello rojo intenso y ondulado, trenzado y adornado con accesorios dorados y piedras preciosas. Sus ojos eran de un color rosa intenso, como jades preciosos.

Miré sus ropas. Llevaba una falda elegantemente larga de color rojo, y un mune-eri del mismo color que desprendía joyas. Su abdomen y sus hombros estaban a la vista, desnudos, haciéndola ver hermosa.

Esta escena en el libro...

Esta mujer.

—¿Princesa Mei? Me alegra poder verla aquí hoy—me sonrió—Me preguntaba, pienso que la princesa tiene una figura espléndida y hermosa, solo nos queda una danza por hoy, ¿Le gustaría participar?

La miré fijamente.

—¿Huh?

—Oh, no me he presentado, lamento eso, disculpe mi imprudencia, por favor.

Se inclinó y me miró con una risilla entre los labios. Esa risilla resultó escalofriante para mí.

—Mi nombre es Aklen Hongshu.