Una novela ligera, con una narrativa fluida para ser comoda para el lector, Esta historia es de ciencias ficción y horror cosmico. Se forja en la vida de un joven que se tendrá que enfrentar a criaturas que sólo existen en viejos libros de demonología, en un mundo de ficción creado por el autor (yo), lleno de misterios y emociones. disfrútalo.
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"Parte 4 Cap.5"
Las llamas que cubrían el cuerpo del joven héroe se disipaban lentamente, desvanecidas por la sabiduría y ternura de la anciana sacerdotisa. La luz dorada que brotaba de su palma se apagó como una vela al fin del viento, dejando sólo el tibio resplandor de la habitación. Alex yacía en la cama, aún inconsciente, su respiración profunda pero serena. Sobre su pecho, vigilante y solemne, se encontraba Kuro. Sus ojos dorados reflejaban una mezcla de preocupación, orgullo... y fe.
—Tienes que ir por el rey e informarle de lo que debemos hacer —dijo Eleonora con voz suave, como si cada palabra fuera una caricia al viento.
Kuro no apartó la mirada del rostro dormido del joven. Sus orejas se movieron, incómodas.
—Tú eres la más indicada para darle ese tipo de noticias al rey. —respondió con un tono burlón, sin mirar a la anciana—. A mí no me gusta estar ante la realeza, sus arcaicas costumbres y su pomposa sumisión me aburren. Soy un gato libre, ocupado... y no puedo perder el tiempo informándole cosas a ese ridículo rey.
Eleonora entrecerró los ojos con una expresión exasperada, girándose hacia la puerta.
—En ese caso... ya me voy. —anunció con resignación fingida—. Como tú no quieres ir, te quedarás a cuidar a los niños que están por despertar.
Kuro levantó la cabeza como si le hubieran arrojado agua fría. Su cola se erizó.
—¡¿Qué?! ¡Eso no es justo! Temerio debería encargarse. Él es el director de este orfanato, no yo. Yo soy un guía celestial, ¡un gato sagrado!
Un suave resplandor verde emergió frente a Eleonora. Un portal de luz sagrada se abrió con la elegancia de un velo alzándose al viento. Antes de entrar, la anciana le lanzó una sonrisa sarcástica al gato.
—Entonces, maestro celestial, cuida bien de tu rebaño. —y desapareció entre las luces.
Kuro quedó solo. Volvió a mirar a Alex, suspirando con fastidio.
—Tch... maldita bruja adorable. —murmuró, chasqueando los dientes con resignación mientras las primeras voces de niños despertando empezaban a resonar en el fondo.
EN LA ENTRADA SUR DE REINDHART.
El sol de la mañana iluminaba las ruinas de la ciudad. La luz revelaba con crudeza los rastros de la masacre: muros destrozados por garras monstruosas, sangre seca entre las grietas de las piedras, y casas que alguna vez fueron hogares ahora eran tumbas abiertas.
Los caballeros de ReindHart se alineaban con herramientas en mano, listos para iniciar la reconstrucción. Pero el peso de lo que veían congelaba sus espíritus.
Desde la cima de las escalinatas del distrito sur, apareció el Primer Ministro Salazar. Su presencia era tan impecable como su porte. Vestía su tradicional abrigo negro con ribetes dorados, manos cruzadas tras la espalda, y una expresión serena en su rostro curtido por años de liderazgo.
Observó a los soldados en silencio por un momento, y luego habló con voz firme como el acero:
—No podemos dejar que esta imagen nos congele. —Hizo una pausa, clavando sus ojos en cada uno de los hombres y mujeres allí reunidos—. —Nuestro deber es hacer todo lo necesario para devolverle la calma a los ciudadanos y reconstruir sus hogares destruidos. ¡Manténganse firmes, soldados de ReindHart! —Su voz se volvió un rugido—. ¡Estamos heridos... pero no derrotados!
Un estruendo de picos, cubos y escudos alzados respondió como un trueno. Los caballeros gritaron al unísono, renovando su juramento con voz desafiante:
—¡Por ReindHart! ¡Por la paz!
Fue entonces que el sonido de cascos al galope rompió el clamor. Franchesca, la Primera Princesa, apareció montando un corcel negro de crin plateada. Su capa ondeaba como una llama al viento, y su mirada era tan determinada como su linaje.
—Tío, exclamó con voz de mando mientras tiraba de las riendas. —Debo dirigirme a la academia. No puedo quedarme aquí. Guiaré a los estudiantes para que ayuden desde el otro extremo de la zona afectada. Así podremos avanzar más rápido.
Salazar no se volteó. Siguió observando las ruinas, con las manos aún tras la espalda.
—Ve, tráelos. —respondió con voz grave—. Pero prepáralos para lo que verán entre los escombros... No será algo bonito de ver.
Franchesca asintió con solemnidad. Sus ojos brillaban, no de miedo, sino de decisión. Giró a su caballo y partió al galope, rumbo a la academia.
Continuará...
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