Todo el mundo reconoce que existen diez mandamientos. Sin embargo, para Connor Fitzgerald, héroe de la CIA, el undécimo mandamiento es el que cuenta:
" No te dejaras atrapar"
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CAPITULO 4
Una vez más la alarma se activó cuando Fitzgerald entró en el edificio. Solo que en esta ocasión no le preocupó que un auto patrulla llegara de inmediato. La mayor parte de la policía seguramente estaría muy ocupada, ya sea en el estadio, donde el partido de fútbol se iniciaría en media hora, o arrestando a cualquiera que hubiera estado un kilómetro o dos de la plaza de Bolívar.
Fitzgerald cerró la puerta trasera al entrar. Por segunda vez en ese día recorrió de prisa la casa de empeño, y devolvió el estuche de cuero maltratado a su lugar original en el escaparate. ¿ Cuánto tiempo pasaría antes de que Escobar descubriera que una de las seis balas aerodinámicas había sido disparada y que solo quedaba el casquillo ? E incluso entonces ¿ se tomaría la molestia de informar a la policía ?
Fitzgerald estaba de regreso al volante del Volkswagen en menos de noventa segundos. Aún oía el ruido estridente de la alarma cuando empezó a seguir los letreros que conducían al aeropuerto.
Una vez que Fitzgerald llegó a la autopista, permaneció en el carril central, sin exceder ni por un momento el límite de velocidad. Abandonó la autopista en la salida hacia el aeropuerto, y después de cuatrocientos metros giró su súbitamente a la derecha y se dirigió al estacionamiento del hotel San Sebastián. Abrió la guantera y sacó un pasaporte sudafricano que tenía muchos sellos de ingreso. Con los fósforos que había tomado del Belvedere, encendió el documento que identificaba a Dirk van Rensberg. Cuando estaba por quemarse los dedos, abrió la portezuela del auto, dejó caer los restos del pasaporte al suelo y los pisó para apagar las llamas, asegurándose de que el escudo sudafricano pudiera identificarse. Puso los fósforos en el asiento del pasajero, tomó su maleta que había guardado en la parte de atrás y cerró la puerta de golpe. Se dirigió a la entrada principal del hotel y depositó los restos del pasaporte de Dirk van Rensberg en el cubo de basura que se hallaba al pie de los escalones.
Fitzgerald entró por la puerta giratoria detrás de un grupo de hombres de negocios japoneses, y permaneció a la zaga cuando estos fueron guiados hacia un asensor abierto. Fue el único pasajero que bajó en el tercer piso. Se encaminó directo a la habitación 347, donde sacó otra tarjeta de plástico que abría un cuarto reservado bajo otro nombre. Arrojó la maleta sobre la cama y vio el reloj. Faltaba una hora y diecisiete minutos para el despegue.
Se quitó la chaqueta y la arrojó sobre la única silla antes de desaparecer en el baño para afeitarse la barba crecida de una semana. Tardó veinte minutos en salir de una ducha tibia para devolverle al cabello su condición ondulado natural y su color rubio rojizo.
De vuelta en la habitación, Fitzgerald se puso un par de pantalones cortos Jockey limpios. Se dirigió a la cómoda, abrió el tercer cajón y palpó el interior hasta que encontró un paquete adherido al fondo del cajón superior. Aunque no había ocupado el cuarto durante varios días estaba seguro de que nadie había irrumpido en su escondite.
Rasgó el sobre marrón y verificó rápidamente su contenido. Se trataba de un pasaporte con otro nombre, quinientos dólares en billetes usados y un boleto de primera clase a Ciudad del Cabo. Los asesinos que huyen no viajan en primera clase.
Cinco minutos después, Fitzgerald se paseó por el vestíbulo del hotel, confiado en que nadie repararía en un hombre de cincuenta y un años, vestido con camisa de algodón grueso azul, chaqueta deportiva y pantalones grises. No intentó registrar su salida. Cuando llegó, ocho días antes, había pagado la habitación en efectivo y por adelantado.
Solo tenía que esperar unos cuantos minutos a que el autobús quedaba servicio al aeropuerto se estacionará frente a la entrada del hotel. Consultó el reloj. Faltaban cuarenta y tres minutos para el despegue.
No le sorprendió que en el aeropuerto le informaran que el vuelo 63 de aeroperú, con destino a Lima, estaba retrasado más de una hora. Varios policías apostados en el edificio de salidas, abarrotado y caótico, inspeccionaban con desconfianza a todos los pasajeros; y, aunque lo detuvieron e interrogaron varias veces, a la larga le permitieron proceder a la puerta cuarenta y siete para abordar el avión, que haría conexión con un vuelo a Buenos Aires para continuar después a Ciudad del Cabo.
Cuando Fitzgerald se incorporó a la fila que conducía hacia el control de pasaportes, repitió su nuevo nombre en voz muy baja. El policía de uniforme azul que se hallaba en el pequeño privado abrió el pasaporte de Nueva Zelandia y miró con detenimiento la foto en las primeras páginas, que mostraba un parecido innegable con el hombre elegantemente vestido que estaba de pie frente a él. Devolvió el pasaporte y permitió Alistair Douglas, ingeniero civil originario de Christchurch pasar a la sala de salida. Después de otro retraso, por fin fue anunciado el vuelo. Una azafata condujo el señor Douglas a su asiento en la sección de primera clase.
-- ¿ Le gustaría tomar una copa de champaña, señor?
Fitzgerald movió la cabeza.
-- No, gracias. Un vaso de agua estaría bien -- repuso, poniendo a prueba su acento neozelandés
Se abrochó el cinturón de seguridad, se retrepo en el asiento y fingió leer la revista de la línea aérea cuando el avión comenzó su lento avance por la pista. Cuando los neumáticos del jet 727 al fin se despegaron del suelo, Fitzgerald empezó a relajarse por primera vez en ese día.
Una vez que el avión alcanzó la altitud de crucero, Connor se deshizo de la revista, cerró los ojos y comenzó a pensar en lo que tenía que hacer cuando aterrizara en Ciudad del Cabo.
-- Señoras y señores, les habla el capitán -- se oyó una voz compungida --. Tengo que informarles algo que provocará tristeza en algunos de ustedes -- Fitzgerald se enderezó de su asiento. Lo único que no había previsto era un regreso inesperado a Bogotá.
-- Amigos míos, hoy ocurrió una tragedia nacional en Colombia -- anunció El capitán con solemnidad --. Lamento informarles que el equipo colombiano fue derrotado por Brasil por dos goles a uno.