Emma Varela, una joven de 18 años, ha pasado los últimos cinco años de su vida intentando olvidar el trauma de un accidente automovilístico que no solo dejó cicatrices físicas, sino que también le arrebató a su mejor amiga, Sofía. Emma se ha refugiado en los estudios y la natación, evitando a toda costa recordar aquella noche fatídica.
Su mundo comienza a tambalearse cuando Gabriel Muñoz, un joven misterioso y reservado, llega a su escuela. Gabriel, con una mirada cargada de secretos y una actitud distante, se convierte en el centro de atención de todos, pero es a Emma a quien él parece observar más detenidamente.
A medida que Emma y Gabriel se van conociendo, ella descubre que él también tiene su propio pasado doloroso. Ambos empiezan a apoyarse mutuamente, y una conexión profunda surge entre ellos. Sin embargo, emma pronto se da cuenta de que Gabriel sabe más del accidente de lo que el admite.
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Capitulo 4: Miradas Cargadas
Los días siguientes pasaron en una extraña mezcla de rutina y expectativa para Emma. Su vida diaria continuaba como siempre: clases, prácticas de natación, y tardes en la biblioteca. Pero ahora, todo tenía un nuevo matiz. Gabriel Muñoz se había convertido en una presencia constante en su mente.
Emma no podía evitar buscarlo con la mirada en los pasillos y en el aula. Siempre encontraba a Gabriel solo, con una expresión pensativa que le daba un aire de misterio. Había algo en su mirada que la atraía, como si escondiera secretos que ella deseaba descubrir.
Una mañana, mientras Emma se dirigía a su casillero, sintió una mirada fija en ella. Al voltear, se encontró con los ojos de Gabriel. Estaba apoyado contra la pared, observándola con una intensidad que hizo que su corazón se acelerara. No había palabras entre ellos, solo una conexión silenciosa y profunda que parecía comunicar más de lo que cualquiera de ellos podría expresar.
Más tarde, en clase de historia, Emma se sentó en su lugar habitual y comenzó a sacar sus libros. Notó que Gabriel había elegido una mesa cerca de la suya. A lo largo de la clase, sus miradas se cruzaron varias veces, cada encuentro visual cargado de una tensión palpable. Emma se dio cuenta de que Gabriel parecía estar observándola con la misma curiosidad que ella sentía por él.
Después de clase, Emma se quedó rezagada, organizando sus apuntes. Cuando finalmente se levantó para irse, Gabriel la estaba esperando en la puerta del aula.
—Hola, Emma —dijo con una leve sonrisa.
—Hola, Gabriel —respondió ella, sintiendo un leve rubor en sus mejillas.
—Estaba pensando... —comenzó Gabriel, mirando alrededor como si buscara las palabras correctas—. Me preguntaba si te gustaría estudiar juntos alguna vez. Me gustó nuestra conversación en la biblioteca.
Emma sintió una oleada de alegría ante la invitación. Gabriel no solo quería hablar con ella, sino que también buscaba su compañía.
—Me encantaría —respondió, tratando de mantener la calma.
Acordaron encontrarse en la biblioteca después de la escuela. Emma pasó el resto del día con una mezcla de nervios y anticipación. Cuando llegó la hora, se dirigió a la biblioteca y encontró a Gabriel esperándola en la misma mesa donde se habían conocido.
Pasaron la tarde estudiando, pero también hablando de sus vidas, sus sueños y sus miedos. Emma se dio cuenta de que Gabriel era mucho más que el chico misterioso y reservado que había imaginado. Era inteligente, reflexivo y tenía una profundidad emocional que la atraía cada vez más.
Al final de la tarde, mientras salían de la biblioteca, se encontraron con un grupo de estudiantes que se dirigían al gimnasio. Uno de ellos, un chico del equipo de fútbol llamado Marcos, se detuvo al verlos juntos.
—Vaya, Muñoz, no sabía que te gustaban las chicas invisibles —dijo Marcos con una sonrisa burlona.
Emma sintió un nudo en el estómago, pero antes de que pudiera responder, Gabriel dio un paso adelante.
—A veces, Marcos, las cosas más valiosas son las que no se ven a simple vista —respondió Gabriel con calma, sus ojos fijos en el chico.
Marcos pareció sorprendido por la respuesta y se alejó murmurando algo entre dientes. Emma miró a Gabriel, sintiendo una mezcla de gratitud y admiración.
—Gracias por eso —dijo ella suavemente.
Gabriel sonrió, una sonrisa sincera y cálida que iluminó sus ojos.
—No hay de qué, Emma. Eres mucho más de lo que los demás pueden ver.
Mientras se despedían y tomaban caminos diferentes, Emma sintió que algo había cambiado entre ellos. Las miradas cargadas de significado y las palabras no dichas habían creado un vínculo que solo se fortalecía con el tiempo. Emma no podía evitar preguntarse qué más descubriría sobre Gabriel y sobre sí misma en los días venideros.