Dueña De Tu Sombra

Los días siguientes al hallazgo de la carta fueron extraños. Nadie lo decía en voz alta, pero la tensión flotaba en cada rincón de la casa. Las conversaciones entre los hermanos mayores eran cada vez más privadas, los susurros más frecuentes. Alice notaba que algo importante estaba por pasar, aunque nadie le explicaba demasiado.

Fue Alan quien finalmente encontró una dirección. Julián Ávila vivía en un barrio alejado, donde las calles eran estrechas y los árboles cubrían las casas con sombras largas. No fue fácil dar con él. Ni siquiera sabían si seguía con vida. Pero el nombre de Víctor abrió puertas. Algunos aún lo recordaban.

Cuando llegaron, Julián los recibió con la cara seria y los ojos cargados de años. Tenía el cabello canoso y una cicatriz leve que le cruzaba la ceja derecha. Se notaba que no era cualquier hombre. Tenía presencia. Pero también, en el fondo de su mirada, había algo oculto. Como un peso del que no se podía deshacer.

Alan y Alex se presentaron. Él los hizo pasar a una oficina discreta dentro de su casa. Había olor a tabaco, a madera vieja, a silencio. Los miró con calma y, por unos segundos, no dijo nada. Después preguntó:

—¿Cómo están? ¿Cómo están los niños?

—Vivos —respondió Alan, sin rodeos—. Pero eso no alcanza para darles lo que merecen.

—Leímos la carta —agregó Alex—. Sabemos que usted puede ayudarnos. Por eso vinimos.

Julián suspiró. Se sirvió un vaso de whisky y les ofreció, pero ambos negaron con la cabeza.

—Su padre fue un gran hombre —dijo finalmente—. Víctor era como un hermano para mí. Uno de los mejores. Inteligente, fiel... decidido. Lo extraño cada día.

Hubo un silencio largo, casi incómodo. Julián dejó el vaso en la mesa.

—Puedo ayudarlos, claro que sí. Dinero, contactos, lo que necesiten. Pero quiero que entiendan algo… lo que les voy a ofrecer no es fácil. Ni limpio.

Alan lo miró sin parpadear.

—Estamos escuchando.

—Su padre... —hizo una pausa— no era solo un buen hombre de familia. También era uno de los pilares de una organización. Una familia. Mafia, si quieren llamarla así. Pero no una de esas salvajes. Nosotros teníamos reglas, honor. Un propósito. Y Víctor era clave en eso. Era brillante.

Alex apretó los dientes.

—¿Nuestro padre... en la mafia?

—Nadie lo sabía, excepto su madre y yo. Lo hizo todo para que ustedes crecieran sin esa sombra. Para que tuvieran una vida normal. Pero él sabía que… si algo llegaba a pasarle, yo debía estar aquí para ustedes. Y eso hago ahora.

Los dos hermanos quedaron en silencio.

Era mucho. Demasiado.

Pero también… era una oportunidad.

—No quiero que vivan como mendigos. Su padre no lo hubiera querido. Pero tienen que entender que entrar aquí… cambia todo. No hay vuelta atrás.

Alan se frotó el rostro, cansado.

—¿Qué quiere de nosotros?

—Que ocupen su lugar. No todo a la vez. Empezarán desde abajo, con tareas sencillas. Pero si hacen las cosas bien… podrán proteger a su familia. Y no solo con dinero. También con poder.

Alex lo miró con dureza, pero no con rechazo.

—¿Y Axel?

—No tiene que saber nada —dijo Julián—. Él puede seguir cuidando de los niños, siendo el rostro de la paz. Ustedes… serán la sombra que los protege.

El trato estaba implícito.

Alan se levantó primero. Estrechó la mano de Julián.

—Por Alice. Por todos.

Alex asintió, aunque su expresión era más dura. En el fondo, aún se preguntaba si su padre hubiera querido realmente eso. Pero… cuando recordó el rostro de su hermana pequeña durmiendo en sus brazos, la respuesta se volvió clara.

Haría lo que fuera por ella.

Incluso entrar al infierno si era necesario.

Esa noche, regresaron a casa sin decir palabra.

Axel los esperó en la sala, abrazando a Alice mientras Valentín dormía en el sillón. Benjamín bajó las escaleras en silencio, observando a sus hermanos con una sospecha que no se atrevía a poner en palabras.

Nadie dijo nada.

Pero desde ese momento… ya nada sería igual.