Adrien Marlow siempre consideró a Kai Min-Fletcher un completo patán cuya actitud y personalidad dejaban mucho que desear. Era bruto, arrogante y un imbécil que a veces disfrutaba despreciar a los demás, justo el tipo de persona que Adrien detestaba. Por ello creyó que nunca se relacionarían. Pero entonces, en una noche de lluvia, descubrió algo inesperado: ¿Kai estaba llorando? Antes de que pudiera pensar con claridad, los dedos de su mano presionaron el botón de su cámara. Cuando el sonido alertó a Kai, Adrien no era consciente de que, en ese momento, su vida estaba a punto de cambiar… y que, quizá, también cambiaría la vida de alguien inesperado.
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Después de secarse, subieron al segundo piso del edificio para encontrar un lugar donde sentarse. En el primer piso de la cafetería no había lugares disponibles con tantas personas aguardando a que la lluvia disminuyera. El segundo piso también estaba lleno, pero lograron acomodarse en un banco bajo la ventana que estaba desocupado. Era cómodo, y desde allí se apreciaba claramente la tormenta: incluso los destellos provocados por los rayos tenían cierto encanto vistos desde un sitio seco.
—Casi lo olvido, se me pasó entregarte esto —dice Kai, quien había estado revisando sus cosas desde que regresaron del baño.
En su maleta deportiva, Kai había guardado un conjunto de ropa extra para cambiarse, por lo que, irónicamente, ahora es él quien está más seco de los dos. Intrigado, Adrien toma lo que Kai le ofrece: prendas envueltas en una delgada funda plástica transparente. Pronto descubre que se trata de la camisa y el pantalón negro que le había prestado. Están perfectamente doblados, con pliegues marcados, y un suave olor a detergente se percibe a través del plástico.
—Gracias. ¿Cuánto fue lo de la lavandería? —Adrien le había dicho a Kai que le pagaría una parte, y piensa cumplirlo.
—No me acuerdo, no guardé el recibo —responde Kai, despreocupado—. Si me acuerdo, te lo diré.
—Bien —Adrien guarda la ropa en su mochila sin insistir. No sabe si Kai habla en serio o si solo bromea, pero decide no darle demasiada importancia.
Acto seguido, saca un paño de microfibra justo cuando Kai termina de cerrar su maleta. Luego toma su cámara, le retira la funda impermeable y comienza a secarla con cuidado, como medida de precaución. Cuando termina, le pregunta a Kai si quiere ver las fotografías. Este asiente.
Al principio, Adrien le va mostrando las imágenes, pero al notar que el trípode aún está húmedo, prefiere que Kai sostenga la cámara por su cuenta. Antes de entregársela, le explica brevemente cómo pasar de una foto a otra, señalándole qué botones debe presionar.
—Son geniales —elogia Kai—. No hay una sola en la que no salga guapo, aunque era de esperarse, soy muy fotogénico.
Adrien ignora su comentario ególatra y se concentra en secar el trípode con el mismo paño. Debe dejarlo completamente limpio, o corre el riesgo de que se estropee. Para ser honesto, no esperaba que Kai, hace un rato, lo ayudara a cargar el trípode sin que tuviera que pedírselo. Además, cuando en el baño se quitó los calcetines empapados, Kai notó su incomodidad por tener los pies al descubierto y le prestó un par que traía en su maleta.
—Pero reconozco que, si no las hubieras tomado tú, no habrían salido igual de estupendas —al oírlo, Adrien se detiene y lo mira. Entonces Kai le sonríe—. Con este clima terrible, las nubes taparon la luz del sol. Tengo entendido que en la fotografía la cantidad de luz es importante. Y, aun así, lograste tomar estas fotos que parecen hechas por un profesional. No... más bien, yo diría que tienes el nivel de uno.
—Lo dices como si fueras un admirador de mi trabajo.
—Pues... podría decirse que lo soy —confiesa Kai.
En ese momento, Adrien lo mira con los ojos abiertos, como si le hubieran dicho que el mundo se acabará mañana o que es posible respirar bajo el agua. La sorpresa lo sacude por completo, y su expresión de desconcierto hace parecer que acabara de escuchar algo imposible.
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo?! ¡¿Cuándo?! ¡¿Dónde?!
Kai lo observa, perplejo. Por un instante, se pregunta si ha dicho algo indebido. No comprende cómo una frase tan simple pudo alterar tanto a Adrien, así que no tarda en explicarse:
—Hace meses, el equipo de nuestra universidad jugó una semifinal. Supongo que lo recuerdas. Bueno, ese día yo... no me sentía bien. Y cuando terminó el partido, un idiota me provocó. No me controlé e inicié una pelea. Después, todo fue un caos —al contarlo, Kai se muestra apenado—. Pensé que los del periódico escolar aprovecharían para amplificar la noticia y señalarme como el único culpable. Pero no lo hicieron. No usaron ni una sola foto de la pelea. En su lugar, el artículo que publicaron solo hablaba del partido. Además, las fotos eran tan impresionantes que captaron la atención de los demás, y la pelea dejó de ser el foco. Mucho después me enteré de que tú fuiste el fotógrafo.
—¿Espera, eso de verdad pasó? —pregunta Adrien, asombrado.
En aquel entonces, estaba molesto por lo que ocurrió con su cámara y no se enteró de lo que sucedió con los involucrados en la pelea, ni cuál fue la opinión del resto de los estudiantes. Si bien sabía que aquel incidente se convirtió en todo un escándalo, desconocía que sus fotos habían influido en apaciguar el impacto en la percepción pública sobre Kai. Lo que acaba de oír es, para él, toda una revelación.
—¿Sí? ¿No viste el artículo en el que participaste?
—Eso... —Adrien desvía la mirada, nervioso, sin saber bien cómo explicarlo. ¿Cómo le dice a Kai que, en el fondo, también lo culpó?— En esa pelea, mi cámara se rompió, y me enojé. No quise saber más del tema.
Hay un breve silencio durante el cual Kai observa a Adrien. Afuera, la lluvia aún persiste, pero las gotas poco a poco caen con menos intensidad.
—Lo siento. Si no me hubiera dejado provocar, eso no habría pasado.
La voz de Kai suena tranquila, cargada de una sinceridad que Adrien no esperaba. ¿Se está... disculpando? Le cuesta creerlo. Kai no rompió su cámara, y aunque en su momento lo culpó, fue solo porque necesitaba culpar a alguien. Fue irracional, lo sabe.
—No... discúlpame tú a mí.
—¿Por qué? —pregunta Kai, confundido.
“Por juzgarte como un tipo despreciable, cuando en realidad eres mucho más que eso”, piensa Adrien. Porque alguien despreciable no se habría molestado en buscarlo para cumplir su promesa, ni habría aceptado un trato tan extraño, tampoco habría mostrado esos pequeños gestos de consideración. Kai no es un santo, tiene sus defectos —como su exceso de amor propio—, pero Adrien se ha dado cuenta de que no es... una mala persona. Es un hecho que, desde el principio, lo ha malinterpretado.
—Porque me equivoqué.