Faltan once minutos para la media noche, Alejandra con el teléfono en mano espera ansiosamente que pasen esos sesenta segundos que la separan del "Hola" de su confidente desconocido. Con él puede ser ella misma, sin la máscara de estoica que desde su infancia se colocó.
Franco está en su habitación, ya ha escrito su acostumbrado Hola y cuenta regresivamente los 25 segundos para pulsar enviar. Él es un ser sensible sin saberlo, su oculta pasión por las artes lo llevó a ella, a esa mujer de la que no conoce ni su nombre, ni su rostro, ni su edad, pero que lo sensibiliza al extremo de sentir sus caricias en el alma.
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Cuatro
Franco como cada día, despierta temprano, no necesita una alarma para abrir los ojos a un nuevo amanecer; baja al gimnasio del hotel donde está hospedado para hacer su rutina de ejercicios, luego irá a recorrer la ciudad esperando tener la suerte de volver a tropezar con la misma mujer de ayer.
Alejandra tira de un manotazo el odioso reloj despertador al suelo, con los ojos entrecerrados y sin deseo alguno, camina hacia el baño obligándose a meterse debajo de la regadera para activarse, una vez aseada se dispone a preparar el desayuno para su madre, ella solo toma un café antes de ir a su trabajo. Hoy es el aniversario de la muerte de su padre y por consiguiente el día en que su madre se encierra a llorar por su viudez.
— Mamá, ven a comer — habla la chica a la mujer que está acostada en su cama abrazada a una foto de su marido.
La chica suspira, lleva cinco años viendo a su madre hacer lo mismo, los mismos cinco años que su padre, Alejandro Smith lleva muerto.
— No tengo hambre, ¿se te olvidó que tu papá cumple hoy un año más de muerto?— le dice con cierto reproche.
— Por supuesto que no lo he olvidado, pero a él no le hubiera gustado verte así — responde en tono suave, tratando de hacerla entender.
—Para ti es fácil decirlo, si tú no quieres a nadie— afirma convencida Marta.
La ponderación de la chica terminó con esa frase.
— ¿Sabes qué?, tú crees que eres la única que sufrió por la muerte de papá, ¿crees que a ti te duele más que a nosotros que somos sus hijos?, estás lejos de eso Marta Sandoval. Tú puedes conseguir otro hombre si te da la gana, pero nosotros no tenemos la posibilidad de volver a tener un padre.— deja salir todo lo que ha tenido retenido, tratando de controlar la necesidad imperiosa de llorar — Eres egoísta, no te paraste a pensar si alguno de tus hijos te necesitó, era más cómodo que todos te vieran pegando gritos como la abnegada esposa y sufrida viuda. ¿Sabías que Pedro cuando llegó a reconocer el cadáver de papá lo tuvieron que sedar?, ¿que Jesús se rompió los nudillos de las manos golpeando con sus puños una pared para amortiguar su dolor?, y ¿que Diego perdió un semestre porque se sintió sin rumbo?, ¿No crees que al menos ellos necesitaban de tu abrazo?
Alejandra no pudo continuar, salió de la habitación dando un portazo y fingiendo rabia, se encerró temblando y con la espalda pegada a la puerta de su cuarto dejó fluir silenciosamente sus lágrimas.
Un par de minutos después, respiró profundo, retocó su maquillaje y sin expresión alguna, salió rumbo al colegio. Su jornada transcurrió como cada día, entre adolescentes y compañeros de trabajo, pero sin dejar de pensar en el impase con su madre al iniciar el día.
Franco pasó gran parte de la mañana recorriendo distintas salas del museo de Arte Metropolitano de Nueva York, luego tomo rumbo hacia el lugar acordado para reunirse con su amigo Reinaldo Leiva, es el mismo café al que fue el día anterior. Deliberadamente escogió ese lugar buscando en secreto una coincidencia.
Alejandra está distraída rebuscando en su bolso unas monedas para un mendigo que está al lado del puesto de flores dónde acaba de comprar el ramo que llevará a la tumba de su padre.
— Hola, ¿me recuerdas?— Escucha la muchacha que le hablan mientras una mano toca su espalda.
Al dar la vuelta, una amplia sonrisa se dibuja en su rostro, no puede creer que sea ese artista de la fotografía tan admirado por ella.
—Por supuesto maestro — responde Alejandra con emoción, es increíble que él la reconozca. Ella ha seguido su trayectoria, pero en persona solo se vieron una vez y fue cuando él se le acercó a pedirle su permiso para exponer la gráfica que le hizo frente a la escultura de Rodin; algo a lo que ella jamás se negaría, sobretodo porque ser parte del proceso creativo de un artista lo considera un honor.
—Gracias por lo de maestro, pero mejor Reinaldo, a secas— responde con tono divertido.
La chica asiente con una sonrisa y levanta la mano para tomar un taxi. El hombre ve a lo lejos a Franco y se despide para darle alcance y ella aborda el vehículo que acaba de detenerse.
Ambos amigos entran al establecimiento y comienzan a ponerse al día con lo referente a la vida del otro, Reinaldo observa que su compañero cada cierto tiempo desplaza la mirada por el local y cada vez que la puerta suena, se fija en la entrada.
— ¿Esperas a alguien o tienes enemigos?— pregunta el fotógrafo.
Luego de un suspiro se decide a hablar.
— Ayer — hace una pausa como dudando si continuar, en tanto su amigo le anima a seguir — la vi aquí, vi a Galatea — Reinaldo frunce el entrecejo.
—¿A quién?
— A la muchacha de la fotografía que te compré, estaba en este mismo café — el fotógrafo suelta una sonora carcajada negando.
— Acabo de verla y no se llama así— dice con una sonrisa y mirada espectante.
— ¿La conoces?, ¿Cuál es su nombre?— pregunta ansioso.
— No se su nombre, pero seguro que ese no es y sólo la he visto dos veces, el día que le hice la toma en el museo y hace un momento, de hecho, hablaba con ella cuando te vi venir. — Reinaldo se cruza de brazos — ¿Ahora me dirás que eres Pigmalión?— pregunta y vuelve a reír escandalosamente.
—No te burles, la fotografía la compré, porque es una obra de arte grandiosa, me impresionó la forma en la que captaste esa interacción tan íntima entre la escultura y la chica, que va más allá de una mujer viendo un trozo de mármol tallado, pero — suspira sin darse cuenta; sin embargo Reinaldo está atento a sus gestos y emoción al hablar — ayer que la vi en persona y a los ojos por unos breves segundos, noté que son tan profundos que cualquiera podría perderse el ellos— Franco calla avergonzado por lo que acaba de decir ante la atenta mirada de su amigo.
—Guau, hermano acabas de hacer poesía — Esto lo dice sin ningún ápice de burla, pero Franco prefiere cambiar el tema. Un par de horas más tarde se despiden, pero antes de alejarse Reinaldo pregunta.
—¿Has escuchado sobre la teoría de 6 grados de separación?— el joven empresario niega —Te lo dejo de tarea — le dió una palmada en su hombro y sin agregar nada más se alejó, mientras que Franco se queda pensando en que habrá querido decir.
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(*) La teoría de los 6 grados de separación indica que, una persona puede estar conectada a cualquier otra del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más que 5 intermediarios, conectando a ambas personas con sólo 6 enlaces.