No soy una mujer que siga reglas o estereotipos, odio que pretendan gobernarme.
A mis cuarenta y tres años soy la soltera más feliz que existe, no tuve hijos por elección propia. No consideré que para sentirme mujer debería ser madre.
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Gaby
Flor Inés Villamizar
—¿Se siente bien jefa?— Me interroga Amalia, con su tono de preocupación, sacándome de ese estado de ensimismamiento.
—Me encuentro bien, no te afanes, sigue trabajando mientras yo atiendo al caballero —expreso en un tono gentil y casi susurrando, no quiero que él me escuche. Giro sobre mis talones y me dispongo a saludar, quedando de frente a mi exmarido.
—Buenos días, señor Anderson. No sabía que había regresado al país ¿Qué lo trae por aquí? —Lo observo, este hombre, con el paso de los años, se ha colocado como el vino “entre más años más bueno y exquisito”. Su cuerpo ha ganado masa muscular, sus ojos verdes, siempre expresivos.
Sus casi dos metros de estatura lo hacen ver imponente. Su piel canela hace que no demuestre los años que posee, es un año mayor que yo, pero se ve realmente muy bien. Y yo en este verano de casi tres años
—¡Desde cuándo es tan formal la señora Villamizar! —Me habla mientras levanta una de sus cejas, sé que también me ha escaneado, de la misma forma que lo hice.
—Vamos al grano que no tengo tiempo para perder y estoy esperando al fotógrafo —me niego a pensar que Karla sea tan desgraciada y lo haya recomendado precisamente a él.
—¡Perfecto!, soy el fotógrafo que estás esperando. ¿Dime por donde iniciamos? —Indaga con su sonrisa de medio lado.
«¡Juro por Dios que mataré a Karla!»
Lo peor es que no tengo opciones. Sí, ofrecí mi alma al diablo, pero estar a su lado es habitar el mismo infierno. Él es un fantasma de mi pasado, que aún duele, ¡maldita sea! “Ni modo Flor Inés respira profundo y vamos”.
—¿Desde cuándo eres fotógrafo de moda y accesorios? ¿Acaso te aburriste de los documentales? ¿Hasta dónde recuerdo detestabas el mundo del glamur y el espectáculo? —Como el hombre que recuerdo mantiene esa inconfundible sonrisa en sus labios, desquiciándome.
—Los tiempos cambian, las necesidades también, tú necesitas un fotógrafo, yo un trabajo, no hay nada más que decir. —Su respuesta no es del todo convincente, algo oculta.
—Entiendo, entonces hablaremos en la oficina, por favor sigue y me esperas un momento, voy por algunos documentos que necesito. —Miento. —Amalia por favor acompáñalo. —La señalo.
—Yo… —Ella quiere decir, algo, siempre tan servicial, sin embargo, la asesino con la mirada para que mantenga su boca cerrada y haga lo que le pido.
Me dirijo a los sanitarios, necesito refrescarme y poder pensar. Ingreso y coloco el cerrojo de la puerta principal. A esta hora siempre están vacíos, no quiero que nadie más entre. Coloco pañitos de agua sobre mi cuello. "¿Por qué él?" Me indago.
—¿¡A qué has venido RENÉ ANDERSON!? —Grito, frustrada.
—¿Por qué gritas el nombre de mi papá? ¿Lo conoces, por qué yo a ti no? —aparece de la nada una niña casi adolescente; interrogándome. Le promedio que tenga tal vez unos doce años. Suspiró hondo. Creo que mi día no puede estar peor.
—¿René es tu padre? ¿Qué haces aquí, no sabes que no está permitido que haya niños en este lugar? —Le pregunto, pero ella se cruza de brazos.
—¿Yo pregunté primero y por educación debes contestarme?, antes de hacer mil preguntas. — Dice la chiquilla. Al mirarla descubro que tiene el mismo color de ojos del hombre, por el que más he llorado, aunque no sus facciones. René tiene la piel canela y la niña trigueña, más como la mía, debe ser que se parece a su madre. A él siempre le han gustado las mujeres de piel clara.
—Te vas a quedar ahí examinándome sin responder —Contraataca la señorita. Mirándome muy mal.
—Lo que pasa aquí pequeña, es que yo soy la dueña de este sitio. Visto de ese modo, soy quien hace las preguntas, así que respóndeme. —Le habló en un tono de voz autoritario.
—Usted quiere decir que el ser la dueña le da el derecho de ser maleducada. — Me recalca la escuincla que ya me tiene al borde de un colapso mental. Sonrió irónicamente.
—¡Sabes qué niña, ¡no respondas nada! Hablaré con tu padre, al final él es un irresponsable al traerte aquí. —Ella me regala una mirada de odio ante mis palabras. Pero no me importa en lo más mínimo lo que una chiquilla pueda pensar o quiera.
—¿Usted siempre es así de amargada y grosera? Debe ser una mujer muy solitaria —Termina diciendo la muchachita a la que ahora detesto. Quién sonríe burlonamente, veo la misma sonrisa de su padre, en ella, ¡no hay duda! ¡Es su hija! Le regalo una mueca de fastidio.
—Sígueme, niña y no digas nada. —Pienso “Dios, aún me tienes alguna otra sorpresa”.
Regreso a mi oficina junto con la intrusa.
—Gaby mi amor, ¿por qué no me esperaste un momento más? —Ella me mira con furia, antes de responder. Me cruzo de brazos esperando las respuestas a las preguntas de su padre.
—¿Papi, estás seguro de que quieres trabajar para esta señora? Mira que es una maleducada, no sabe nada de respeto hacia los demás. — Dice esa pequeña sangrona, ¡Ay, eso sí que no!
—¿¡Qué!? — pregunto asombrada. —Disculpe, como sabrá señor Anderson, este es un lugar de trabajo, no una guardería, por tal razón no se admite que haya niñas por ahí. —Si la chiquilla deseaba asesinarme antes ahora, sí que se prendió.
—Tengo 12 años, casi trece y no necesito una guardería o una niñera, me sé comportar, no como otras. —Remata la insolente, parece una guerra de miradas y palabras, pero lo que más me saca de quicio es verlo a él sin decir nada, solo mueve su cabeza y ríe.
—¿Por qué no la dejaste en casa con su madre? —Interrogó. Sus rostros han cambiado, ahora René me quiere matar con su mirada y la chiquilla se torna triste.
—Vamos, Gaby creo que este trabajo es una mala idea, tenías razón —dice él. La toma de la mano, dirigiéndose hacia la puerta, no puedo quedarme sin fotógrafo.
—René, lo siento, por favor, no renuncies.