LA DINÁSTIA DE LA SERPIENTE

...NATHANIEL DEVERAUX ...

Las copas tintineaban, las risas de mi equipo resonaban como música de fondo y la euforia por la victoria me rodeaba. Ganar era un vicio del que nunca me cansaba. Estábamos celebrando con varios socios del automovilismo cuando, entre una sonrisa y otra, noté que Antonella llevaba demasiado tiempo desaparecida.

Fruncí el ceño, disimulando. Me excusé con un brindis rápido y empecé a recorrer los pasillos del casino. Nada en los tocadores. Nada en el área del bar. Finalmente llegué al balcón lateral, estaba vacío, con el viento nocturno jugando con las cortinas.

Mis ojos recorrieron el espacio, buscando alguna pista, pero no había ni rastro de Antonella… ni de Anne.

Genial.

El mal presentimiento me golpeó de inmediato. Si algo había aprendido en esta vida era que si Anne no estaba por ahí molestando, andaba haciendo de las suyas.

Volví al salón con la misma sonrisa de antes, fingiendo normalidad mientras por dentro estaba armando piezas. Si Antonella estaba desaparecida y Anne también… era más que obvio que algo había pasado.

Me quedé un rato más entre copas, fotos y felicitaciones, hasta que consideré suficiente. Media hora después, salí discretamente por la puerta lateral del casino. Dos camionetas negras blindadas ya me esperaban.

Un hombre alto, de traje impecable, me abrió la puerta con una leve inclinación.

—Señor —dijo con respeto—, ya tenemos todo listo. Según mis hombres, vieron a la señorita Anne abordar un jet rumbo a Milán.

—Perfecto. —Mi voz fue seca, automática. Luego añadí—: Quiero que algunos se queden custodiando a la señorita Isabella Russo durante estos días en Mónaco.

—Entendido.

Subí al auto y, apenas la puerta se cerró, ordené con un gesto:

—Andando.

El motor rugió mientras el convoy arrancaba. Yo, en cambio, marqué un número en mi celular.

—Dante —dije cuando respondió—, necesito un favor.

La carcajada al otro lado fue inmediata.

—Déjame adivinar… Anne está haciendo de las suyas otra vez.

Puse los ojos en blanco, aunque sabía que no podía verme.

—Siempre. —Suspiré con fastidio—. El asunto es que tuve que dejar a tu querido ligue sola, y créeme, me da más vergüenza que a ti decir esto. Pero necesito que la acompañes unos días en Mónaco. Distráela. Dile que Antonella quería algo de privacidad conmigo y listo. Del resto me encargo yo.

Dante soltó un resoplido divertido.

—Ok… Estás de suerte que tengo este fin de semana libre, pero me debes una.

No pude evitar soltar una risa sarcástica.

—¿De verdad? Te estoy dejando un fin de semana entero al lado de esa belleza y ¿yo soy el que sale a deber? Tendrás sexo todo el fin de semana, más bien deberías agradecerme, Dante.

Del otro lado escuché su risa sonora.

—Buen punto. Bueno, entonces iré arreglando mis cosas para viajar a Mónaco y buena suerte con tu hermana, Nate.

La llamada se cortó y quedé mirando la ciudad nocturna por la ventana. El juego se estaba moviendo demasiado rápido, y si algo sabía, era que en esta familia nada pasaba por casualidad.

...⚜️...

Subí los escalones del jet con la seguridad de siempre, aunque por dentro mi mente era un enjambre de planes: Anne, Milán, Antonella… Todo se estaba enredando demasiado rápido.

Apenas crucé la puerta de la aeronave, mi celular vibró en el bolsillo. Miré la pantalla. El nombre que aparecía me arrancó una mueca amarga:

Manuelle.

Perfecto. Lo que me faltaba.

—Abuelo… —contesté con calma, sabiendo que no iba a servir de mucho.

La voz de mi abuelo estalló en mi oído, áspera, cargada de ira.

—¿Qué demonios has estado haciendo, Nathaniel? ¿Crees que puedes jugar con todos nosotros como si fuéramos estúpidos? ¡Has tenido a la familia engañada todo este tiempo!

Cerré los ojos un instante, apoyando la frente contra la pared del jet. Exactamente lo que temía. Ya había descubierto algo y si mi abuelo llamaba directamente, era porque estaba furioso de verdad.

—Abuelo… —suspiré, forzando un tono más sereno del que sentía—. Espera. Termino unos asuntos y mañana a primera hora voy a la villa para que lo hablemos cara a cara.

Silencio al otro lado. Luego, su voz, más fría que antes:

—Más te vale, Nathaniel. Porque créeme… estoy muy decepcionado de ti.

La llamada se cortó de golpe. Me quedé mirando la pantalla apagada, la mandíbula tensa.

Deslicé el celular en el bolsillo y dejé escapar una carcajada seca, sin humor.

—Genial… lo que faltaba.

Me dejé caer en el asiento de cuero, pidiendo whisky al asistente de vuelo mientras el jet despegaba. Una parte de mí quería reventar algo contra la pared; otra, simplemente, estaba disfrutando de la adrenalina.

El jet aterrizó en Milán pasada la medianoche. La ciudad me recibió con un aire denso. Apenas pisé la pista, marqué el número de Anne. Una vez, dos, tres… nada. Ni siquiera el buzón.

—Joder, Anne… —murmuré entre dientes, guardando el móvil con un golpe seco.

Carter apareció caminando rápido hacia mí, con esa expresión que solo significaba una cosa: ya tenía noticias.

—Señor —dijo, bajando la voz—. Ya sabemos dónde se encuentran.—Me pasó un papel con la dirección escrita—Una finca a las afueras, carretera vieja hacia Monza.

Sentí cómo la adrenalina me recorría de pies a cabeza. Saqué aire lentamente, como si eso pudiera contener la furia que me estaba devorando.

Carter, sin esperar que yo dijera nada, abrió una funda de cuero y me tendió una Glock.

—La va a necesitar.

No hubo palabras. Solo el chasquido metálico cuando la guardé en la parte trasera de mi pantalón.

—Tráeme el coche —ordené, con voz seca.

En cuestión de segundos, el rugido de mi Maserati negro rompió el silencio de la pista. Subí de un salto, cerré la puerta de un golpe y apreté el volante con ambas manos. El motor cobró vida con un bramido profundo.

—De verdad Anne…de verdad que eres un puto dolor de cabeza —murmuré para mí mismo, antes de hundir el pie en el acelerador.

Las luces de Milán se hicieron borrosas en cuestión de segundos mientras tomaba la autopista. El velocímetro escalaba sin piedad, y con cada kilómetro que dejaba atrás, la certeza se clavaba más hondo: esa noche mi hermanita iba a pagar caro por jugar conmigo y dañarme la noche.