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Cap 24
Deseo Concedido ❣️
Capítulo 24
Sofía cruzó el patio de la fortaleza agarrándose el brazo con lágrimas en sus
mejillas. Le latía con un profundo dolor y como un rayo salió por la arcada, dejando a
los vigilantes sin palabras, mientras la observaban desaparecer entre los árboles.
Mael, al verla correr de aquella manera, intentó ir tras ella, pero Shelma le paró. Su
hermana no permitiría que nadie la viera llorar, por lo que, tras cruzar unas palabras
con él, comenzó a correr hasta que la vio agotada junto al lago. Sofía maldecía en
voz alta una y otra vez, hasta que Shelma llegó y la abrazó.
—Creí que no podría alcanzarte —dijo Shelma mientras unos curiosos ojos las
observaban.
—Shelma, ¡le odio! —gritó con todas sus fuerzas roja de rabia—. ¡Le odio con
toda mi alma! ¡Le odio con todo mi ser! ¡Le odio! ¡Le odio! Y no pienso volver junto
a ese, ese, ese…
—Ése… —forzó a su hermana para que la mirara— te quiere y es tu marido.
—¿Qué me quiere? ¿Te lo ha dicho a ti? Porque a mí te aseguro que no —gritó
mientras gesticulaba de dolor agarrándose el brazo.
—¿Qué te pasa?
—El brazo —sollozó dolorida, mientras maldecía y comenzaba a andar de un
lado para otro sin parar—. Oh…, Dios. ¡Cómo me duele! Maldito sea el día que te
conocí, Duncan McRae. Maldito sea el día que accedí a casarme contigo. Te odio. ¡Te
odio tanto que te mataría!
Shelma, asustada, pues nunca había visto tan fuera de sí a su hermana, intentó
calmar los chillidos que daba. Si alguien la escuchaba decir aquellas cosas contra su
marido, habría más problemas. Pero, como era incapaz de hacerse con ella, comenzó
a chillar como nunca la había chillado.
—Escúchame. ¡Maldita sea, Megan! —Gritó más alto para que callara y la mirara
—. Por favor, serénate, ¿vale? Comprendo tu rabia, tu frustración y tus ganas de
matarle, pero, aunque te enfades por lo que te voy a decir, también le comprendo a él,
y te voy a explicar por qué. —Sofía la miró—. El abuelo y Mauled nos han criado
como a muchachos en vez de cómo a mujeres, y estamos tan acostumbradas a hacer
lo que queremos, cuando queremos y como queremos, que no nos hemos dado cuenta
de que ya no somos aquellas jóvenes solteras y libres que vivían con dos ancianos
que les permitían hacer todo lo que querían, sin reglas, ni normas. Nos hemos casado,
Sofía —dijo cogiéndole la barbilla con la mano para mirarla directamente a los ojos
—. Y ahora, aunque no nos guste, ya nada puede ser como antes. Lolach y Duncan
son dos buenos hombres que nos quieren y que han aceptado nuestro pasado con
naturalidad, mientras que nosotras no paramos de sorprenderles con nuestra particular
manera de tomar la vida. Además, y aunque nos cueste aceptarlo, son nuestros maridos y les debemos un respeto.
—¡Venga ya, Shelma! —se quejó enfadada, ajena a unos curiosos ojos que la
vigilaban tras los árboles—. No me hables de respeto, cuando ese bruto me ha
destrozado el brazo. No me hables de él porque yo creo que…
—Te hablaré de lo que tenga que hablarte —murmuró mirándola a los ojos, y
Sofía de nuevo calló y escuchó—. Hoy tuve una conversación con Lolach en la
cama. Me dijo que le encantaba mi naturalidad, pero que delante de otros guerreros
intentara comportarme a la hora de responderle o desafiarle, porque no quería ser el
hazmerreír de todos ellos. ¿Sabes por qué me comentó eso?
Sofía negó con la cabeza.
—Porque anoche, en el viaje de vuelta, escuchó a unos hombres mofándose de
Duncan, por cómo le contestas. Y lo que más le dolió fue ver cómo Duncan lo
escuchó y, sin decir nada, lo aceptó. Sé que no va a ser fácil retener nuestros
impulsos, pero tenemos que intentarlo porque nos hemos casado con el laird
McKenna y el laird McRae, y nosotras no podemos consentir que la gente o su clan
se ría de ellos por nuestro exaltado comportamiento. Lolach me ha pedido que no
cambie nada en mi manera de ser, le gusto tal y como soy, pero sí me ha suplicado
que intente no dejarle en ridículo con mi comportamiento o mis contestaciones
porque de él dependen muchas personas a las que nunca, nunca podría decepcionar,
ni abandonar.
—¿Y a ti te puede Lolach decepcionar o abandonar? —preguntó Sofía que
sintió correr un líquido por su brazo. Al mirarse maldijo cuando vio la manga de su
vestido manchada de sangre—. ¡Maldita sea, se me abrió la herida!
Con rapidez Shelma miró el brazo de su hermana. No tenía buena pinta.
—Te dije que necesitaba un par de puntos —la regañó al ver la fea herida abierta
—. Volvamos a la fortaleza.
—Aún no me has respondido. ¿Él puede decepcionarte o abandonarte?
Shelma, bajando el tono de voz, contestó:
—Él no puede decepcionarme porque desde un principio está siendo sincero
conmigo, y me advirtió que, si alguna vez su gente se siente avergonzada por mi
comportamiento, tendría que abandonarme por muy doloroso que le resultara. Es el
laird Lolach McKenna y su clan depende de él.
—¿Qué me estás queriendo decir? —susurró Sofía al ver la angustia reflejada
en la cara de su hermana.
—Que no quiero que te pueda pasar eso a ti. ¡Piensa qué sería de ti y de Zac! Yo
me moriría de pena si no os pudiera ayudar, y me volvería loca si tuviera que
abandonar a Lolach. ¡Por favor, Megan! Tienes que intentar cambiar y dejar de
enfadar a Duncan. ¡Por favor! —sollozó Shelma, angustiada por esos miedos.
Sofía sabía que aquella tarde su manera de dirigirse a su esposo delante de todos había sido humillante. Sabía que aquello le traería terribles consecuencias, pero nunca
esperó que Duncan se pusiera así.
—Escúchame —dijo tomándole las manos con cariño—. Sobre tus miedos sólo te
puedo decir que intentaré con todas mis fuerzas ser mejor, pero si por algún casual
Duncan me rechaza y me tengo que marchar, quiero que tengas clara una cosa. —
Shelma la miró—. Tanto Zac como yo querríamos que fueras feliz con Lolach. Por lo
que nunca te pediríamos que volvieras con nosotros —susurró limpiándole las
lágrimas—. Mira, Shelma, tu camino está junto a tu marido, y si mi matrimonio no
funciona y me tengo que marchar, no quiero que te preocupes. Tú mejor que nadie
sabes que soy fuerte, que estaremos bien y sabré cuidar de Zac.
Los sollozos de Shelma hicieron ver a Sofía cuánto amaba su hermana a su
marido, algo que indudablemente Duncan no sentía hacia ella. Pasado un rato en el
que se tranquilizó, Sofía aceptó ante su hermana que no debía haber hablado así a
su marido delante de McPherson, Kieran, James, Niall, Myles, Lolach, Axel,
Magnus, Gelfrid e infinidad de guerreros, y llevándose las manos a la cara asumió
por primera vez todo lo que había hecho mal.
—Ahora no es momento de lamentaciones —susurró Shelma—. Ahora es
momento de demostrar a todos que eres la mejor mujer para el laird McRae.
Cogidas de la mano, llegaron a la fortaleza. Myles, que esperaba inquieto junto a
Mael, sonrió al verlas regresar. James, con gesto áspero, dio órdenes a sus hombres
para iniciar la marcha. Las miró al pasar, pero decidió no hacer ningún comentario y
abandonar las tierras de McPherson antes de que éste se lo pidiera.
Al pasar junto a las cuadras, Sofía tuvo que contener las lágrimas al escuchar
relinchar a Stoirm y lord Draco, pero con paso decidido entró junto a su hermana en
el salón donde se encontraban los hombres. Al verlas aparecer, todos las miraron y
Shelma, tras dar un apretón en la mano a su hermana, la soltó y se reunió con su
mando, quien, dándole la mano, sonrió. Megan, en un principio, se quedó paralizada
y, reuniendo valor, observó a Duncan, que no se dignó a mirarla. Tragando saliva, se
dirigió a McPherson.
—Laird McPherson —consiguió decir atrayendo la mirada de todos, excepto de
Duncan—, quisiera pediros disculpas por mi comportamiento, y deciros que mi
marido no se merece que yo le avergüence ante sus amigos de esta manera. Espero
ser castigada en el momento que él decida.
Al decir aquello, Duncan la miró. La respuesta de McPherson no tardó en llegar.
—Milady, tenéis la suerte de que mi buen amigo Duncan no sea como yo, porque
yo nunca os hubiera consentido que me hablarais así ante nadie, y os puedo asegurar
que mi castigo sería doloroso —manifestó con seriedad, pero al ver la cara con que
Niall y Kieran le miraron tras toser añadió—: De todas formas, milady, todos
tenemos momentos en los que hacemos cosas que no deberíamos hacer —Os agradezco vuestra comprensión, laird —asintió y volviéndose hacia su
cuñado, que la miraba extrañado, prosiguió—: Niall, estoy segura de que te has
sentido mal por mis palabras y mis acciones en más de una ocasión, espero que
puedas disculparme.
—Por favor, Sofía —dijo levantándose al ver lo pálida que estaba, y señalando
la manga del vestido indicó—: No tengo nada que disculparte, pero ¿tu brazo?
Intentando soportar el terrible dolor que sentía en el brazo lo escondió, momento
en el que Kieran habló.
—Milady, creo que deberíais miraros ese brazo, por vuestro gesto deduzco que os
debe de doler.
—Oh…, no es nada, es sólo un rasguño. Kieran —dijo al hombre que la miraba
con tristeza—, a vos también os perdí el respeto. Pido disculpas si alguno de mis
actos o mis palabras os han ocasionado algún mal. De verdad, lo siento.
—Milady, aparte de un terrible dolor de cabeza, no tengo nada que perdonaros, en
todo caso agradeceros. —Sonrió apenado por verla en aquel estado. Aquella mujer
era vida y alegría. A pesar de la dura mirada que Duncan le dedicó, continuó—: Sois
una mujer excepcional y espero que esa fuerza que poseéis la utilicéis para seguir
adelante y nunca olvidéis que los amigos os apreciamos tal y como sois, a pesar de
que algunos —dijo mirando a McPherson— sean incapaces de entender las relaciones
de pareja.
Al escuchar aquello, un ligero atisbo de sonrisa iluminó su cara. ¡Había ganado
un buen amigo!
—Lolach —dijo volviéndose hacia él. La miraba muy serio—. Gracias por cuidar
a mi hermana y, si en algún momento me he comportado de una manera inadecuada,
te pido encarecidamente que me perdones.
Lolach, al escucharla, sonrió a pesar del gesto adusto de su amigo Duncan.
—Megan, yo tampoco comparto la opinión de McPherson, pero creo que debes
medir tus palabras y tus actos porque a veces son desafortunados —dijo mirando a
los guerreros que comían en silencio tras ellos—. Sabes que te aprecio, ¿verdad? —
Ella asintió y comprobó con sus propios ojos cómo los guerreros cuchicheaban entre
sí—. Entonces no hace falta que digas nada más. Pero sí te pido que vayas a curarte la
herida del brazo.
—Lo haré, Lolach, pero todavía no he terminado —susurró mirando hacia
Duncan, que no la miraba y tenía un gesto terriblemente enfadado—. Duncan, a ti te
tengo que pedir tantas disculpas que no sabría ni por dónde empezar —dijo mientras
los ojos de éste seguían sin mirarla. Estaba tan enfadado y humillado por su culpa que
era incapaz de escucharla.
—Te está hablando, Duncan —bufó Kieran ganándose una feroz mirada de él—.
¿Podrías hacer el favor de mirarla cuando te habla?
—¡Kieran! —vociferó Duncan asustando a Sofía y a alguno más—. Si no
quieres morir, ¡cállate!
—¡Por todos los santos! —exclamó Niall al ver la sangre que caía desde la mano
de Sofía hasta el suelo. Rápidamente Shelma se levantó junto con Niall, que
plantándose ante Sofía dijo—: Ya hablarás más tarde con mi hermano. Ve a curarte.
—¡Por san Fergus! —susurró McPherson al ver cómo chorreaba la sangre por la
mano, al tiempo que Duncan miraba y se sorprendía.
—¡Lolach! —ordenó Shelma furiosa por no haberse percatado antes—. Que
alguien suba a nuestra habitación y me traiga la talega de potes y ungüentos. Tengo
que curar a mi hermana antes de que se desangre.
Sofía seguía con la vista clavada en Duncan. No reaccionó ni para bien ni para
mal, hasta que de pronto, asustándoles a todos, se desmayó. Niall actuó con rapidez y,
tras asirla entre sus brazos, desapareció seguido por Shelma, aunque antes miró a su
hermano con expresión atroz.
Todos desaparecieron, excepto Kieran y Duncan, que se quedaron clavados en el
salón. La rabia se apoderó de Duncan, que levantándose dio una patada a la silla para
estamparla contra una pared. El dolor le consumía: sabía que se había comportado
como un animal con ella y que el culpable de aquella sangre era él.
—¿Sabes cuántos hombres matarían por que sus mujeres tuvieran las cualidades
de la tuya? —preguntó Kieran sin importarle las consecuencias de aquellas palabras.
—¿De qué hablas? —siseó Duncan con el ceño fruncido.
Kieran, sin amilanarse ante aquel valeroso highlander que por norma le miraba
con cara de odio, respondió:
—Hablo de que privas a tu mujer de un caballo, cuando ella ha demostrado ser la
única capaz de controlar a ese semental. Hablo de que anoche se hizo cargo de una
situación que hoy hubiera traído muchos problemas. —Al escuchar eso Duncan le
miró mientras apretaba los puños—. Hablo de que esta mujer vale mucho más que la
que en un pasado te destrozó la vida, y aunque te moleste que lo diga jamás vi que la
trataras con tanta dureza y frialdad como has tratado hoy a Megan. Cuando tú, yo y
todos sabemos que por lo que te hizo se merecía que la hubieras matado.
—¿Tienes ganas de pelea, O'Hara? —bramó acercándose a él con gesto
intimidante. No le gustaba que nadie le hablara de Marian—. Llevo años soportando
que tú o James queráis ocupar mi lugar junto a Robert de Bruce. Estoy harto de tus
comentarios y del imbécil de tu hermano y…
—Yo hablo por mí —aclaró Kieran al ver cómo le miraba—. ¡No quiero tener
nada que ver con mi hermano!
—¿Acaso ahora envidias también a mi mujer? ¿A qué viene que tú me indiques
cómo trato a las mujeres?
Kieran, consciente del peligro que aquellos ojos verdes le hacían saber, no se movió del lugar y volvió a contestar.
—Seré sincero. En ocasiones me hubiera gustado ser el que estaba a la derecha de
Robert de Bruce, pero eso fue hace tiempo. Si me atrevo a decir que Sofía es mejor
que la francesa —dijo en tono despectivo— es porque lo pienso y porque estoy
seguro de que ella nunca te haría lo que te hizo aquella estúpida mujer —gritó al ver
cómo la cara de Duncan se contraía de dolor—. ¿Me preguntas si te envidio? Mi
respuesta es sí. Ojalá hubiera encontrado yo antes a Megan, así podría disfrutar de esa
maravillosa luz que desprende y que tú te empeñas en apagar. —Tras decir esto,
Duncan le dio un puñetazo que le hizo caer hacia atrás ruidosamente encima de una
mesa. Kieran, levantándose, se quitó la sangre de la boca y se tocó el ojo que
comenzaba a hincharse—. Gracias por el golpe. Me lo merecía por lo idiota que a
veces he sido contigo.
—¿Qué? —susurró Duncan, desconcertado.
—Déjame decirte una última cosa —susurró acercándose a él, preparado para un
nuevo golpe—. No permitas que esa mujer cambie —dijo sonriéndole con
compañerismo por primera vez en su vida—. Si permites eso, ten por seguro que
serás el hombre más tonto que haya conocido en mi vida.
—¡¿Qué ocurre aquí?! —vociferó Lolach al entrar en el salón y ver a Kieran
sangrando y con el ojo amoratado.
—Nada, Lolach —respondió Duncan al entender las palabras de Kieran, y
tendiéndole la mano, que éste aceptó con una sonrisa, afirmó—: Sólo hablábamos
entre amigos.