Mariel, hija de Luciana y Garrik.
Llego a la Tierra el lugar donde su madre creció. Ahora con 20 años, marcada por la promesa incumplida de su alma gemela Caleb, Mariel decide cruzar el portal y buscar respuestas, solo para encontrarse con mentiras y traiciones, decide valerse por si misma.
Acompañada por su hermano mellizo Isac ambos inician una nueva vida en la casa heredada de su madre. Lejos de la magia y protección de su familia, descubren que su mejor arma será la dulzura. Así nace Dulce Herencia, un negocio casero que mezcla recetas de Luciana, fuerza de voluntad y un toque de esperanza.
Encontrando en su recorrido a un CEO y su familia amable que poco a poco se ganan el cariño de Mariel e Isac.
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Capítulo 24
Bajo la luz de la ciudad.
El evento estaba por concluir.
Las luces cálidas del salón comenzaban a atenuarse, y los últimos brindis entre inversionistas, clientes y amigos resonaban entre risas y palabras de felicitación.
Mariel había dado lo mejor de sí.
Pero su cuerpo pedía descanso.
Y su alma… un respiro.
Thierry lo notó sin que ella tuviera que decir una sola palabra.
Se le acercó con una copa de jugo en la mano y una sonrisa tranquila.
—Ven conmigo.
Solo unos minutos.
Prometo que no habrá cámaras.
Ni discursos.
Ella asintió, sin pensarlo demasiado.
Agradecida.
Curiosa.
Y quizás… un poco nerviosa.
La terraza del piso superior del edificio estaba casi vacía.
Solo el murmullo lejano del tráfico y las luces de la ciudad acompañaban el silencio.
Era una vista imponente: el horizonte abierto, el cielo profundo, y las estrellas… tímidas pero constantes.
Thierry se quitó el saco y lo colocó suavemente sobre los hombros de Mariel.
Ella lo miró de reojo, sintiendo el calor del gesto más que el de la prenda.
—Lo lograste. —dijo él en voz baja, apoyándose en la baranda junto a ella—No solo la presentación… sino ganarte el respeto de todos.
Y también el mío.
Aunque eso ya lo tenías desde hace mucho.
Mariel bajó la mirada, una leve sonrisa en los labios.
—No habría sido posible sin ti. Y sin tu abuela…
Thierry la miró entonces.
De frente.
Sin evasivas.
Sus ojos, usualmente tranquilos, tenían ahora un brillo distinto.
Como si algo que había guardado durante días, meses incluso, estuviera por cruzar sus labios.
—No me importan las razones que te trajeron a mi vida.
Solo me importa que estás aquí.
Y que no quiero que te vayas.
Mariel lo miró, sorprendida por la franqueza.
Pero no dijo nada.
Porque a veces, el silencio es el mayor de los acuerdos.
Él dio un paso hacia ella.
Y otro.
Hasta que sus manos rozaron su cintura, como esperando un permiso que ella no negó.
Sus rostros quedaron tan cerca que el aire entre ellos temblaba.
Y entonces… Thierry la besó.
Despacio.
Con ternura.
Sin prisa.
Como si hubiera esperado exactamente ese momento desde el primer día.
Y Mariel… no se apartó.
Sus manos se aferraron suavemente a su pecho, dejando que el beso hablara por ellos.
Y por todo lo que aún no se atrevían a decir.
Cuando se separaron, sus respiraciones aún eran compartidas.
Y Thierry, con la frente apoyada contra la de ella, susurró: —No fue impulso.
Fue decisión.
Mariel sonrió, sin necesidad de palabras.
Porque a veces… los comienzos no hacen ruido.
Solo laten.
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Los meses habían pasado más rápido de lo esperado.
Dulce Herencia se había convertido en una marca sólida, respetada, buscada.
Y Mariel…
Mariel brillaba.
No solo por el éxito de su trabajo, sino porque en cada gesto, en cada paso, se notaba que era amada.
Cuidada.
Deseada.
Thierry, con su estilo elegante y discreto,
había hecho del cortejo un arte.
Flores frescas en su escritorio cada lunes.
Pequeñas cajas con dulces franceses artesanales.
Una libreta con tapas de cuero bordada con su nombre.
Y una carta escrita a mano que aún dormía en la mesita de noche de Mariel.
No la había leído más de una vez, pero la recordaba de memoria.
El equipo no solo lo aceptaba.
Lo alentaba con sonrisas cómplices, bromas suaves y comentarios del tipo: "Hoy sí le gana otra sonrisa, jefe."
Y aunque Mariel se sonrojaba con facilidad, sus ojos no mentían.
Ella también lo veía.
Lo elegía.
Poco a poco.
A su ritmo.
En esos meses, Caleb no había vuelto a aparecer.
Ni en persona, ni en palabras.
Y aunque el lazo entre ellos aún palpitaba con fuerza en algunos momentos —una punzada en el pecho, un suspiro inexplicable al atardecer— Mariel había aprendido a respirar hondo… y seguir adelante.
Isac, como siempre, permanecía firme a su lado.
Y su relación con Ailín se volvía cada vez más cercana.
Tanto, que ni Ciel ni Valen se burlaban ya… solo sonreían con aire protector.
Sus hermanos seguían explorando la ciudad, aprendiendo las costumbres del mundo humano, e incluso ayudando en la producción y distribución de los productos de Dulce Herencia.
Pero no todos se quedarían para siempre.
Esa mañana, mientras el desayuno llenaba la cocina de aroma a pan horneado y café, Rhazan se sentó junto a Kael y Mariel, sus dedos entrelazados con los de su hija.
—Hija… —dijo con voz grave, pero serena—Hemos decidido regresar.
Tu madre nos necesita.
La casa se siente muy vacía sin nosotros, y sabes cómo es cuando no tiene a alguien que la detenga al planear fiestas inesperadas para los bebés.
Kael asintió con una sonrisa suave.
—Nos quedaremos solo dos días más.
Pero queremos pasar ese tiempo contigo, con calma… sin prisas.
Mariel los miró, conteniendo un nudo en la garganta.
Sabía que debía dejarlos ir.
Que su madre también los necesitaba.
Pero no podía negar que ese hogar se sentiría un poco más vacío sin sus abrazos protectores.
—Está bien.
En dos días abriré el portal… pero hasta entonces, quiero pasar tiempo con ustedes.
Ambos hombres la abrazaron al mismo tiempo, rodeándola como cuando era niña.
Y en ese instante, con los aromas del desayuno aún flotando, con los murmullos de sus hermanos de fondo, y con Thierry esperando por ella al otro lado de la empresa… Mariel se sintió completa.
Y lista para todo lo que vendría.
Incluidas las despedidas.
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Esa tarde, el sol comenzaba a teñir el cielo de un naranja profundo cuando Mariel salió del edificio D’Argent.
Su cabello se movía con gracia con cada paso, su expresión mostraba el cansancio normal de una jornada larga, pero también el orgullo que solo se gana construyendo con las manos y el alma.
A diferencia de los días anteriores, Thierry no la esperaba junto al auto.
No la acompañaba con su típica frase cálida de: "Hoy también brillaste."
Y ella lo entendía.
Porque esa tarde, Thierry tenía una cita importante…una reunión que él mismo le había descrito como:
"Pesada, tensa… y necesaria."
Se trataba de una junta con el comité de inversores principales de la empresa.
Un grupo selecto que rara vez intervenía de forma directa… salvo cuando algo o alguien ponía en duda su estabilidad o intereses.
Lo que Mariel aún no sabía era que el padre de Estela, el mismo hombre que había intentado intimidarla en el evento, era parte de ese comité.
Y que en las últimas semanas, había comenzado a mover hilos por debajo de la mesa, insinuando que la marca de Mariel no era lo suficientemente rentable a largo plazo, que su conexión emocional con Thierry podía ser peligrosa para el enfoque empresarial, y que tal vez… era hora de cortar vínculos antes de que fuera “demasiado tarde”.
Thierry había recibido el aviso esa mañana: una cita extraordinaria con los siete inversionistas clave.
El tono del mensaje era formal.
Pero entre líneas… se respiraba presión.
Mariel, mientras tanto, caminaba tranquila hacia la estación más cercana.
No se había molestado en pedir transporte privado.
Quería caminar un poco, despejarse, pensar en qué haría de cena esa noche con sus padres antes de su partida.
Sus pensamientos giraban en torno a recuerdos…
......................
Thierry, solo frente a los rostros fríos del comité, preparaba sus argumentos para defender no solo a Mariel…sino todo lo que habían construido juntos.
—¿Estás dispuesto a poner en riesgo nuestra reputación… por una mujer? —dijo uno de los inversionistas, mientras el padre de Estela sonreía apenas, en la penumbra.
Thierry no respondió de inmediato.
Se levantó con lentitud, apoyó ambas manos sobre la mesa, y con la mirada fija, respondió sin temblar:
—Estoy dispuesto a arriesgar todo… por el talento que ella representa.
Por la marca que ustedes aún no han comprendido.
Y sí, también por la mujer que confió en mí, cuando otros solo buscaban imponer condiciones.
Así que si están aquí para derribar a Mariel, primero tendrán que derribarme a mí.
Silencio.
Tensión.
El comienzo de algo más grande.
Y allá afuera, una Mariel aún ajena… seguía caminando con el corazón abierto, sin saber que una batalla había comenzado por ella.
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La sala de juntas del piso 45 estaba diseñada para inspirar respeto: paredes de madera fina, ventanales que mostraban la ciudad desde arriba, y una mesa larga donde los rostros más influyentes de D’Argent tomaban decisiones.
Pero esa tarde… el aire estaba cargado.
Pesado.
Silencioso, hasta que uno de ellos se atrevió a romperlo.
—Thierry, entiéndelo… no se trata solo de ella.
Se trata de ti.
De tu enfoque.
Tu favoritismo evidente está comprometiendo la visión neutral de la marca.
Y Dulce Herencia no es más que una idea romántica que nos está atando a compromisos emocionales.
No queremos que esto… explote.
El padre de Estela, sentado al otro extremo, observaba cada palabra como si saboreara el resultado.
Creía tener la ventaja.
Creía que Thierry caería.
Pero no conocía al hombre que tenía delante.
No de verdad.
Thierry se quitó el reloj, lo colocó sobre la mesa con delicadeza… Y levantó la mirada.
Pero ya no era la de siempre.
Ya no estaba ese brillo cortés.
Ahora había hielo.
Firmeza.
Y un filo cruel que casi se podía oler.
—¿Ya terminaron con sus discursos moralistas? —su voz sonó baja, afilada como una navaja recién afilada—Porque ahora les toca escucharme.
Se puso de pie.
Sus ojos no se movían.
No parpadeaba.
—Dulce Herencia no es un capricho.
Es una de las marcas con mayor proyección en los últimos meses.
Su aceptación, sus ventas y su base de clientes fieles lo demuestran.
Y su historia… es exactamente lo que nuestra empresa necesita: autenticidad.
Corazón.
Y valor.
Algo que, con todo respeto… a varios de ustedes les falta desde hace años.
Uno de los inversionistas intentó hablar. Thierry levantó una mano.
Y todos callaron.
—Tú. —miró al padre de Estela, con una sonrisa que no llegó a sus ojos—Eres familia, lo sé.
Pero eso no te da derecho a mover influencias contra una socia registrada bajo contrato legal, menos aún con intenciones personales.
¿Quieres jugar sucio?
Perfecto.
Yo también sé jugar.
Y créeme, mis fichas son más letales.
Se inclinó un poco hacia él.
—No podrás sacar a Mariel.
No podrás frenar Dulce Herencia.
Y lo que es peor para ti… ahora me diste motivos para vigilar cada uno de tus pasos en esta empresa.
Gracias por la sorpresa.
Te enviaré un regalo.
Uno que no podrás devolver.
Y sin decir más, Thierry tomó su reloj, ajustó el saco con calma, y caminó hacia la salida.
A cada paso, el eco de su poder se hacía más evidente.
Cuando la puerta se cerró tras él, nadie se atrevió a decir una palabra.
El hielo aún flotaba en la sala.
Y el nombre D’Argent… había sido sellado con acero.
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La noche caía sobre la ciudad como un manto de terciopelo.
Las luces del tráfico serpenteaban entre los edificios, y el sonido de las ruedas del auto de Thierry sobre el asfalto era lo único constante en su silencio.
El chófer mantenía la mirada al frente, sabía que su jefe estaba procesando algo más grande de lo habitual.
Pero no preguntó.
Jamás lo hacía.
Sabía que cuando Thierry callaba, era porque estaba construyendo un nuevo orden.
De pronto, Thierry presionó uno de los botones del panel de su puerta.
Una línea segura se activó.
Solo una persona podía responder del otro lado.
Y lo hizo en segundos.
—¿Señor?
—Mi tío quiere jugar sucio… —comenzó Thierry con tono gélido, mirando por la ventanilla como si los edificios fueran peones en un tablero de ajedrez—Entonces es momento de enseñarle con quién se metió.
Captura a Estela.
No dañes al bebé, pero mantenla lejos del alcance de cualquier contacto.
Llévala a la casa de seguridad.
Quiero su móvil bloqueado, su rastreador apagado… y su desaparición tan perfectamente diseñada que hasta su sombra se pierda.
Hubo un silencio al otro lado de la línea.
Luego, la confirmación.
—Entendido. ¿Alguna instrucción adicional?
—Sí.
Haz que el coche de Estela quede abandonado en una zona secundaria.
Vidrio roto, señales de impacto…
Nada grave.
Solo lo suficiente para parecer un accidente común.
Y corta, desde ahora, la asignación mensual de todas las empresas vinculadas al apellido de mi tío.
Incluyendo su cuenta privada en Luxemburgo.
Quiero que sepa lo que es perder algo real.
—Será hecho. Esta misma noche.
Thierry colgó.
La pantalla se apagó con un suave clic.
Y el heredero de D’Argent cerró los ojos un instante.
No por culpa.
Sino por estrategia.
El coche viró a la izquierda, rumbo a la residencia de Amara.
Era momento de contarle a su abuela lo que había sucedido… y lo que estaba por comenzar.
Porque cuando alguien tocaba a Mariel, ya no solo se enfrentaba a un empresario enamorado.
Se enfrentaba al lobo más elegante de la ciudad.