Acron Griffindoh y Cory Freud eran vecinos y fueron compañeros de escuela hasta que un meteorito oscureció el cielo y destruyó su mundo. Obligados a reclutarse a las fuerzas sobrevivientes, fueron asignados a diferentes bases y, a pesar de ser de géneros opuestos, uno alfa y otro omega, entrenaron hasta convertirse en líderes: Acron, un Alfa despiadado, y Cory, un Omega inteligente y ágil.
Cuando sus caminos se cruzan nuevamente en un mundo devastado, lo que empieza como un enfrentamiento se convierte en una lucha por sobrevivir, donde ambos se salvan y, en el proceso, se enamoran. Entre el deber y el peligro, deberán decidir si su amor puede sobrevivir en un planeta que ya no tiene lugar para los sueños, sino que está lleno de escasez y muertes.
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En los brazos de otra Omega.
Otra mañana llegó, Acron abrió los ojos. Todo estaba en silencio, excepto por la respiración pausada de Lyara, que seguía dormida a su lado.
Él la observó por un momento, su rostro estaba relajado y tranquilo, libre de las preocupaciones que parecían acosarla durante la noche. Era una imagen casi reconfortante, pero no lo suficiente como para apaciguar el tumulto en su interior. El vio sangre en las sábana lo que significaba que ella ers virgen al momento de entregarse a él.
Con movimientos cuidadosos, Acron se deslizó fuera de la cama, asegurándose de no despertarla. Necesitaba tiempo para pensar, para ordenar sus pensamientos sin la presión constante de las expectativas de los demás.
Se acercó a la ventana, donde el paisaje árido y desolado de las tierras exteriores se extendía más allá de los muros de la base. El cielo se teñía de naranja y púrpura, un contraste vibrante con el terreno gris y polvoriento. Respiró profundamente, dejando que el aire fresco llenara sus pulmones, pero el peso en su pecho no disminuyó.
Algo dentro de él no encajaba. No pertenecía a este lugar, de eso estaba seguro. Pero no podía decir a dónde pertenecía tampoco. Había algo, alguien, en su mente, un recuerdo que lo llamaba. Era una imagen fugaz, un rostro que no podía identificar claramente, pero que siempre parecía estar ahí, justo fuera de su alcance.
—Acron...
La voz suave de Lyara lo sacó de sus pensamientos. Se giró, encontrándola medio incorporada en la cama, sus ojos aún pesados por el sueño, pero llenos de algo más: esperanza.
—¿Estás bien? —preguntó ella, con su tono preocupado.
Acron asintió, aunque sabía que era una mentira.
—Sí, solo necesitaba un poco de aire.
Ella lo miró por un momento, como si pudiera ver a través de él, como si supiera que había algo que no estaba diciendo. Finalmente, se levantó de la cama y caminó hacia él, con sus pasos ligeros pero decididos.
—Acron, sé que esto no es fácil para ti —dijo, colocándose frente a él—. Pero estoy aquí para ayudarte. No tienes que enfrentarlo solo. Déjame ser tu Omega. La madre de tus hijos.
Él apartó la mirada, incapaz de sostener su intensidad.
—Lo sé, Lyara, y lo agradezco. Pero hay cosas que ni siquiera yo entiendo. No puedo darte lo que necesitas. No debiste entregarme algo tan valioso anoche. Me siento incompleto y roto.
Ella frunció el ceño, herida, pero intentó ocultarlo.
—¿Y qué es lo que necesito, según tú?
—Algo más de lo que puedo ofrecerte —respondió, con su voz baja—. Siento que ya pertenezco a alguien más, aunque no puedo recordar quién ya te lo dije, no es por molestarte.
La confesión colgó en el aire, creando un abismo entre ellos. Lyara se levantó de la cama y se vistió, con sus labios temblando ligeramente.
—¿Alguien más? —repitió, como si las palabras le quemaran en la lengua—. Pero... no recuerdas nada. ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? Deja de hacerte sufrir. Y entrégate a mi. Te trataré muy bien. Te haré sentir noches de placer inolvidables. Eres mi primer hombre. Se que te ves muy joven talvez no pases de 17 años, pero igual me gustas.
Acron se pasó una mano por el cabello, frustrado consigo mismo.
—Maldita sea, no lo sé. Es una sensación, algo que no puedo explicar. Entiendo que soy tu primer hombre y lo mínimo que debo hacer es tomar la responsabilidad. Pero dame tiempo para asimilar todo.
Ella cruzó los brazos, con su expresión endureciéndose.
—Entonces, ¿qué se supone que debo hacer? ¿Quedarme aquí esperando a que recuerdes a esa persona, a alguien que podría no existir?
—No estoy pidiéndote que esperes mucho tiempo—dijo él, con un tono cansado—. Solo estoy siendo honesto contigo.
El resto del día transcurrió en un silencio incómodo. Lyara intentó mantener una apariencia de normalidad, pero estaba claro que algo había cambiado entre ellos. Cada interacción estaba cargada de tensión, cada palabra parecía calculada.
Acron, por su parte, se sumergió en su trabajo. Ayudó en las reparaciones del muro perimetral, entrenó con los soldados y se ofreció como voluntario para patrullar las áreas cercanas. Cualquier cosa para distraerse de la creciente presión en su mente y en su pecho.
Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, esas imágenes borrosas regresaban. Una risa suave, una mano cálida, una promesa silenciosa. Era como si su mente intentara desesperadamente aferrarse a algo, pero todo se desvanecía antes de que pudiera comprenderlo.
—Te ves distraído —dijo un compañero de patrulla durante el almuerzo, rompiendo el silencio en el comedor.
—Solo cansado —respondió Acron, sin mirar a nadie en particular.
Pero no era solo cansancio físico. Era una fatiga emocional, un agotamiento que venía de estar atrapado entre lo que era y lo que podía haber sido.
Esa noche, mientras se preparaba para descansar, Lyara apareció en su puerta. Había algo en su expresión que lo hizo sentarse más derecho, anticipando lo inevitable.
—¿Puedo pasar? —preguntó, y él asintió, aunque no estaba seguro de querer tener esa conversación.
Ella entró, cerrando la puerta detrás de sí. Por un momento, ninguno de los dos habló, el silencio llenaba el espacio entre ellos.
—Acron —comenzó finalmente, con su voz más suave de lo que esperaba—. No quiero presionarte. Sé que estás pasando por mucho, y no es justo de mi parte añadir más peso. Pero... no puedo simplemente quedarme callada.
Él la miró, esperando a que continuara.
—Me importas, más de lo que debería probablemente —confesó, con sus ojos brillando con una mezcla de determinación y vulnerabilidad—. Y no puedo ignorar lo que siento, aunque tú no estés listo para sentir lo mismo.
Acron suspiró, pasando una mano por su rostro.
—Lyara, no sé qué decir.
—No tienes que decir nada —dijo rápidamente—. Solo quería que lo supieras.
Ella se levantó, como si estuviera a punto de irse, pero luego se detuvo y se giró hacia él.
—Solo una cosa más. Si alguna vez recuerdas quién eres, y si esa persona no está allí esperándote, ¿me darías una oportunidad?
La pregunta lo tomó por sorpresa. Era directa, casi brutal en su honestidad.
—No lo sé —respondió finalmente, con sinceridad—. Pero no quiero que esperes algo que tal vez nunca llegue.
Ella asintió lentamente, una lágrima se deslizó por su mejilla antes de que pudiera detenerla.
—Gracias por ser honesto —dijo, antes de salir de la habitación.