En un reino donde el poder se negocia con alianzas matrimoniales, Lady Arabella Sinclair es forzada a casarse con el enigmático Duque de Blackthorn, un hombre envuelto en secretos y sombras. Mientras lucha por escapar de un destino impuesto, Arabella descubre que la verdadera traición se oculta en la corte, donde la reina Catherine mueve los hilos con astucia mortal. En un juego de deseo y conspiración, el amor y la lealtad se convertirán en armas. ¿Podrá Arabella forjar su propio destino o será consumida por los peligrosos juegos de la corona?
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Capítulo 24: Un Juramento de Sangre
El dolor punzante en el hombro despertó a Arabella. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas del aposento, proyectando sombras doradas sobre las paredes de piedra. El aire estaba cargado con el aroma de hierbas medicinales, y al mover ligeramente el brazo, un gemido de dolor escapó de sus labios. Sin embargo, el sentimiento que más la invadía no era el del dolor físico, sino el peso aplastante de la traición que había presenciado.
El sonido de la puerta abriéndose interrumpió sus pensamientos. Alexander entró rápidamente, su rostro aliviado al verla despierta. Se acercó a ella con pasos rápidos, pero con un toque de suavidad en su voz.
—Arabella —dijo, inclinándose sobre ella—, gracias a Dios que estás bien. Por un momento, temí lo peor.
—Estoy viva, por ahora —respondió Arabella, con una sonrisa débil que no alcanzó a sus ojos—. Pero los traidores no se detendrán. Si la daga alcanzó mi hombro, es porque no apuntaba hacia mí. Ellos querían la vida de la reina, y estuvieron cerca de conseguirlo.
Alexander asintió con gravedad. —El atacante ha sido interrogado, pero no hemos podido obtener más que evasivas y declaraciones fanáticas sobre la "caída inevitable de la corona". Su lealtad no es solo hacia Lord Ashcombe, sino hacia una causa más profunda. Me temo que hay un grupo organizado detrás de esto, y sus miembros están dispuestos a sacrificarlo todo por sus ideales.
Arabella sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. La red de traición se extendía más allá de lo que ella y Alexander habían anticipado. —No podemos quedarnos aquí esperando a que ataquen de nuevo. Debemos adelantarnos, descubrir quiénes son los verdaderos líderes de esta conspiración. La muerte de Lord Ashcombe no ha hecho más que fortalecer su resolución.
—Estoy de acuerdo —dijo Alexander, su voz llena de determinación—. Sin embargo, necesitamos un plan que no solo los exponga, sino que les impida reorganizarse una vez desenmascarados. La reina está decidida a acabar con esta amenaza de una vez por todas, y me ha pedido que tú y yo lideremos la investigación.
—Entonces no tenemos tiempo que perder —respondió Arabella, intentando levantarse, pero un dolor agudo le hizo volver a recostarse con un jadeo.
—Debes recuperarte primero —dijo Alexander, con un tono firme pero amable—. No servirás al reino si caes debilitada antes de la batalla final.
Arabella lo miró a los ojos, sus miradas entrelazándose con una fuerza que ninguno de los dos había verbalizado aún. —Prométeme algo, Alexander —dijo, su voz apenas un susurro—. Prométeme que, si algo me ocurre, no dejarás que la reina caiga. No importa lo que suceda, asegúrate de que ella esté a salvo.
—Te lo prometo, Arabella —dijo Alexander, tomando su mano con fuerza—. Pero también te prometo otra cosa: no dejaré que nada te suceda. No te perderé en esta guerra.
Mientras Arabella se recuperaba, el castillo se sumía en una atmósfera de sospecha y cautela. Las paredes de piedra parecían resonar con los susurros de secretos no revelados, y el peso de la incertidumbre oprimía a cada persona que caminaba por los pasillos. La reina había aumentado la vigilancia y restringido el acceso a sus aposentos, pero incluso esas medidas parecían insuficientes. Nadie sabía quiénes eran realmente los enemigos.
Arabella y Alexander comenzaron a trazar una estrategia. Decidieron investigar a los nobles que habían mostrado algún apoyo, aunque fuera velado, a Lord Ashcombe antes de su arresto. Eran aquellos cuyos nombres aparecían frecuentemente en los documentos y correspondencias confiscadas tras el juicio. Cada uno de ellos representaba una posible pieza en el tablero, y Arabella sabía que el siguiente movimiento debía ser certero.
Una noche, mientras revisaban los documentos en la biblioteca, Arabella encontró una carta particularmente intrigante. No estaba firmada, pero las referencias a reuniones clandestinas y promesas de apoyo para un "nuevo orden" eran demasiado explícitas para ignorarlas. Más revelador aún era un símbolo dibujado en la parte inferior del pergamino: un halcón negro en vuelo.
—Es el mismo símbolo que apareció en el mensaje que recibimos —dijo Arabella, sosteniendo la carta para que Alexander la examinara—. Debe haber algún tipo de organización secreta detrás de esto. Si logramos identificar el lugar de sus reuniones, podríamos interceptar a los líderes antes de que planeen su próximo ataque.
—Hay un nombre aquí que podría darnos una pista —respondió Alexander, señalando una parte de la carta—. "El cuervo nos guiará hacia la caída de la corona". Es posible que este "Cuervo" sea el líder, o al menos una figura importante en la organización. Debemos averiguar quién es y dónde se esconde.
Arabella y Alexander decidieron tender una trampa. Convocarían una reunión falsa en nombre del “Cuervo”, asegurando que se reunirían en una propiedad abandonada en las afueras del castillo, un antiguo pabellón de caza que nadie utilizaba desde hacía años. Enviaron el mensaje por medio de un emisario que fingió ser uno de los suyos. El lugar estaba ya rodeado de guardias, listos para capturar a cualquiera que respondiera a la convocatoria.
La noche de la reunión, la tensión en el aire era casi insoportable. Arabella y Alexander se escondían en las sombras, observando el pabellón desde un punto elevado. Cuando el sonido de cascos y el crepitar de la hojarasca rompieron el silencio, sus corazones comenzaron a latir más rápido. Un grupo de cinco figuras encapuchadas apareció en el claro. Sus movimientos eran cautelosos, pero se dirigían claramente hacia el pabellón.
Alexander dio la señal, y los guardias emergieron, rodeando a los encapuchados. Sin embargo, antes de que pudieran reaccionar, uno de ellos lanzó una pequeña bola de humo al suelo, llenando el aire con una espesa niebla. En la confusión, Arabella sintió que una mano la sujetaba por el brazo, arrastrándola hacia la oscuridad.
Luchó con todas sus fuerzas, pero su captor era fuerte y la llevaba con rapidez hacia el borde del bosque. Justo cuando pensaba que la llevarían lejos, sintió el agarre soltarse bruscamente. Alexander apareció, su espada brillando bajo la luz de la luna, y se interpuso entre ella y su atacante.
El encapuchado, ahora sin la ventaja de la sorpresa, desenfundó su propia arma, y una feroz lucha comenzó entre él y Alexander. Arabella, con el dolor en el hombro ardiendo, se levantó y recogió una espada caída. Justo cuando Alexander parecía estar en peligro, ella se lanzó con un grito, desviando el golpe del atacante y obligándolo a retroceder.
El encapuchado se quitó la capucha, revelando un rostro que Arabella no esperaba. Era uno de los consejeros cercanos a la reina, Lord Hargrave, un hombre conocido por su aparente lealtad y conducta intachable. La traición había estado aún más cerca de lo que jamás imaginaron.
—El Cuervo es más de lo que podéis comprender —dijo Lord Hargrave con una sonrisa malévola—. Esto no termina aquí. La corona caerá, y vosotros no podréis hacer nada para detenerlo.
Antes de que pudieran capturarlo, Lord Hargrave arrojó otra bola de humo y desapareció en la espesura. Mientras la niebla se disipaba, Arabella y Alexander se quedaron mirando el lugar por donde había huido, conscientes de que, aunque habían logrado identificar a uno de los cabecillas, la lucha apenas comenzaba. Ahora sabían que el "Cuervo" y su red de conspiradores seguían tejiendo sus intrigas, y que el verdadero enfrentamiento por el destino del reino estaba por comenzar.
Arabella miró a Alexander con los ojos llenos de una nueva determinación. La batalla contra la traición estaba lejos de terminar, pero juntos, juraron no detenerse hasta que la última sombra de la conspiración fuera disipada. La guerra por el reino apenas comenzaba, y ellos estaban dispuestos a dar hasta la última gota de sangre para ganar.