Arlo pasó la vida feliz al lado de su esposa, la única mujer con la que estuvo y la única mujer a la que amó. Pero siempre tuvo el deseo secreto de estar con otras mujeres. Tras una complicación respiratoria, muere y reencarna a sus 17 años de edad, una año antes de ponerse de novio con Ema, su esposa. En esta segunda vuelta planea, antes de emparejarse, estar con tantas mujeres como pueda. Pero una simple modificación en la historia provoca que su unión no se concrete.
Arlo deberá mover cielo y tierra antes de que sea demasiado tarde y se vea obligado a pasar el resto de su (segunda) vida sin su alma gemela.
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La puerta
Miraba hacia el frente y aparentaba estar al pendiente de la materia, porque no quería repetir lo vivido en física con Verutti, pero durante la última hora, la mente de Arlo había imaginado todos los posibles desenlaces, y las consecuencias a corto y largo plazo que podrían implicar la charla con Kim.
Si bien el pizarrón estaba lleno de contenido sobre la materia de Historia del diseño en la arquitectura, para él nada de eso existía. El rectángulo verde escrito en casi toda su superficie con tiza era, para él, un fondo vacío donde trazar su plan. A sus amigos no les había contado lo que pensaba hacer. No quería interferir en sus opiniones que pudieran modificar su objetivo original. Quería hacerlo solo, ser auténtico y espontáneo.
En cuanto su profesor autorizó a los alumnos a ir al recreo, Arlo salió disparado por la puerta.
Giovanni y Mateo vieron cómo se marchaba sin decir palabra. No fueron los únicos que observaron con curiosidad la salida de Arlo. Como de costumbre, Agustina estaba sentada en uno de los lugares más próximos al escritorio del profesor, y miraba embelesada la puerta por la cual su compañero había salido con una prisa inusual en él segundos atrás. Mientras tanto, sobre su cuaderno trazaba copiosamente círculos con su birome.
No podría haberse percatado de que Alejandra, quien instantes atrás se encontraba charlando animadamente con Dante y Ortega, ahora la estaba observando, e intentaba comprender el motivo de su interés por una simple puerta.
La varonil muchacha perdió por completo el hilo de la charla con sus compañeros cuando notó que su compañera permanecía inmóvil con el paso de los segundos. Dispuesta a resolver el misterio que escondían los pensamientos de Agustina, se levantó de su silla y comenzó a caminar en dirección al banco de su abstraída compañera. Dante y Ortega tomaron como una ofensa que se fuera con tanta impunidad, pero al verla caminar en dirección a la puerta de salida, la siguieron.
Sin embargo, Alejandra no pensaba irse del aula, no todavía. Antes pensaba hacer una escala, por lo que se sentó sobre el pupitre contiguo al de Agustina. Los muchachos siguieron de largo y juzgaron con la mirada el movimiento de su amiga, que les indicó por medio de un gesto que salieran al patio, y que no la esperaran.
Alejandra pensaba sacar a Agustina de su trance tocándole el hombro, pero no hizo falta. La chica perdió el interés en el rincón de salida del salón en cuanto vio como Dante y compañía cruzaban dicho umbral. Entonces volvió a tomar conciencia de su entorno, y se percató de que alguien estaba a su lado, y la observaba sin disimulo. Agustina enrojeció. Alejandra encontró divertida dicha reacción, que era la misma a la de una persona que es atrapada "con las manos en la masa".
_ Le vas a hacer un agujero si seguís._
Agustina no entendió el comentario en un principio, pero se sorprendió al ver cómo, si bien ella ya había vuelto sobre sí, su mano permanecía atrapada en un ciclo vicioso y continuaba efectuando trazos circulares con la birome. La humedad de la tinta había empapado la hoja tras pasar incontables veces sobre el mismo lugar de la superficie, y no pasaría mucho tiempo hasta que el papel cediera y fuera perforado.
_ Ay, que tonta. Espero que no haya traspasado la birome. Se me llegan a manchar otras hojas y me mato.
Alejandra observó el cuaderno de su compañera, particularmente el sector del rayón circular azul. No le dio mucha importancia, y parecía ser que no se había percatado de los garabatos que estaba haciendo Agustina hasta que esta última se le había mencionado.
_ Yo decía por la puerta.
Ahora Agustina entendía perfectamente a lo que se refería, y justamente por eso, su cara volvió a teñirse de un tono cálido.
_ No entiendo.
_ Que si seguías mirando la puerta le ibas a hacer un agujero. ¿Que había de interesante que la mirabas tanto?
Alejandra intentó establecer contacto visual para forzar una respuesta, pero Agustina lo evitó a toda costa, y respondió tímidamente.
_ Nada... me tildé. Nada más.
_ Ah, claro, te tildaste. Y parece que también estuviste colgada de la palmera toda la clase.
Le sacó el cuaderno a su compañera, que podría ser muy estudiosa, pero tenía pésimos reflejos. Cuando Agustina pudo reaccionar y se dispuso a evitar que Alejandra se lo llevara, ya era demasiado tarde. Con el cuaderno en su poder, esta última observó una hoja que, para estar destinada a una materia pesada y teórica como lo era Historia del diseño en la Arquitectura, tenía muy poco contenido escrito, y demasiados espacios en blanco.
El torbellino de tinta en el margen, nacido de la espontaneidad y el trance de Agustina, y el título del tema que habían visto esa clase eran una de las pocas cosas escritas.
_ ¡Que mal!_ dijo Alejandra, un poco de forma sarcástica, y casi parodiando a un docente decepcionado, pero otro poco con disgusto real. _ Y yo que pensaba pedirte los apuntes. Que raro vos tan dispersa en una clase. ¿En que andabas?
El rostro de Agustina pasó a asemejarse a un tomate. Pero decidida a dejar de jugar el juego al que su compañera quería arrastrarla, cuyas reglas se basaban en que ella contenstara sus preguntas comprometedoras e incómodas, formuló una pregunta que cambiaba los roles.
_ Lo que no es raro es que vos vengas a pedirme los apuntes. ¿Por que no anotaste las cosas?
_ Es que Dante me hace reír y me distrae.
_ Y bueno, podrías sentarte lejos de él y prestar atención. Ya bastante con que no hiciste el trabajo que era para hoy.
_ Bueno pero... estuve ocupada.
_ ¿Haciendo...?
_ No importa. Cosas. _ dijo Alejandra, que sabía que lo que había hecho esa mañana con Arlo para nada podía tomarse como una excusa válida para no haber hecho los deberes.
_ ¿Ves? No hiciste nada. Solo sos una vaga. Si no, podrías decirme perfectamente.
Alejandra miró hacia todos lados para asegurarse de que no hubiera peligro a la redonda. Además de ellas dos, en el aula solo estaban Giovanni y Mateo, que sin importar si escuchaban o no lo que estaba a punto de decir, daría igual, pues ya conocían perfectamente la información que estaba a punto de compartirle a Agustina. Igualmente, Alejandra habló con vos baja, y gracias a que los dos chicos estaban en un rincón del fondo del aula (el lugar predilecto de Giovanni en todas las clases) no había de que preocuparse.
_ Bueno, te voy a decir. Ayer cuando Verutti nos hizo quedarnos a mí y a Arlo después de física, nos pusimos a hablar. Y ya sabes que yo soy muy mandada. Entonces fui a decirle que me parecía lindo, y bueno... Me dijo que fuera hoy a su casa. Así que fui y... cogimos.
En la cara de Agustina se manifestó un disgusto demasiado enorme como para poder maquillar o disimular, y que visto desde afuera era imposible de pasar por alto. Alejandra, que por su cercanía obtuvo un primer plano de aquella expresión, cambió su sonrisa por una boca cerrada. Se quedó callada, y dura cual estatua.
Agustina se dio cuenta muy tarde de su error, y fue ella la que intentó enmendar lo hecho con una sonrisa, pero no fue posible. Abrió la boca, pero con cada palabra no hacía más que mostrar como flaqueaba su convicción por lo que decía.
_ ¡Ey! ¡Guau! Que bueno Ale. Muy bien, campeona. _ le dio un codazo amistoso que tanto ella como su receptora sintieron de lo más raro.
_ ¿Que fue esa cara?_ dijo Alejandra sin rodeos.
_ ¿Que cara?
_ No te hagas la boluda. Pusiste una cara que me dio miedo. ¿Te molestó lo que te dije?
Agustina demostró una vez más que sería una pésima jugadora de póker. Era incapaz de disfrazar sus emociones, tan puras y claras como el agua de manantial.
_ No. ¿Estas loca? Solo me tomaste por sorpresa, pero si te gusta Arlo, me parece buenísimo que hayas podido estar con el.
Recién entonces Alejandra recuperó la movilidad, y la aprovechó para negar con la cabeza.
_ No. Definitivamente no me gusta Arlo. Solo me parece lindo. _ hizo una pausa, y se llevó una mano a la boca. Por desgracia para Agustina, esta acción no fue definitiva, y Alejandra volvió a dejarse vía libre para poder exponer sus conclusiones en un volumen poco conveniente. _ ¡Pero a vos sí! No lo puedo creer.
_ Shhh. Callate. _ dijo, y puso su mano en la boca de su para nada medida compañera. _ ¿No ves que están los amigos?
_ Perdón. _ ahora era Alejandra quien se notaba disgustada. _ Ay boluda que terrible. ¿Por qué no me dijiste? Si sabía, yo no... Ay, soy la peor.
_ ¿Podés bajar la voz? No me gusta Arlo, estás diciendo cualquier cosa. _ aunque fuese una situación difícil de arreglar, Agustina estaba dispuesta a remar contra corriente para lograrlo.
_ No me mientas. Es obvio. Dios, todos los pibes me rechazan y justo Arlo que te gus...
Una vez más, Agustina se tomó el atrevimiento de silenciarla.
_ ¡Basta! Me vas a meter en líos._
Ambas miraron hacia el sector donde, por desgracia, seguían los dos amigos más cercanos de Arlo en el curso. Eran dos las posibilidades: O disimulaban muy bien, o realmente estaban demasiado compenetrados hablando sobre trivialidades, y no le daban importancia a la charla que se desarrollaba en el otro extremo del aula. Con un poco de suerte, sería la segunda opción, pero si por la gracia divina se habían salvado de ser escuchadas hasta el momento, Agustina no podía seguir confiando en la incontinencia verbal de Alejandra. El riesgo era demasiado alto.
Deseaba fuertemente tan solo archivar ese intercambio entre ellas para siempre. Hacer como si nunca hubiese pasado. Pero la mirada de Alejandra comunicaba toda la culpa y el arrepentimiento que con su boca sellada no podía exteriorizar. Agustina entendía que, por el bien de la psiquis de su compañera, no podía simplemente decirle que olvide todo aquello.
_ Vamos al patio. Ahí vamos a poder charlar tranquilas.
Luego de hacerle jurar que no diría una sola palabra hasta estar en el rincón más recóndito del patio, Agustina levantó la censura, y Alejandra recuperó el habla. Sin embargo, respetando el convenio, salió en absoluto silencio del aula, seguida por su compañera.
Como si se tratara de un cambio en un partido de fútbol, pocos segundos después de que ellas desaparecieran, hizo acto de presencia David, que atravesó el aula y llegó hacia donde Giovanni y Mateo hablaban con entusiasmo sobre sus programas de televisión favoritos.
_ Ví a Arlo cruzando el patio como una bala. Ni me registró. Parece que va en serio._ Dijo David.
Los dos estudiantes de construcciones le pusieron pausa a su charla pochoclera para concentrarse en el tema tendencia del día.
_ ¡Es un boludo, Dios! Tiene una mina terrible al lado y quiere cortar lazos. Es muy extremista.
_ Y bueno, si la está pasando mal... No podemos hacer más que apoyarlo como amigos que somos. Ya vendrán otras chicas que sean mejores.
_ ¿Pero qué otra cosa mejor? Es increíble, no me entra en la cabeza._ Parecía más indignado que el mismo Arlo. En cierta forma, Giovanni vivía a través de su solicitado amigo las aventuras que todavía no se le presentaban a él, y exigía que Arlo actuara como a él le habría gustado actuar.
_ ¿Y por qué en vez de preocuparte por lo que hace Arlo no te fijas como andas vos?_ Dijo con rudeza Mateo._ Si tan irremplazable te parece Kim, andá y encarala. No pretendas que Arlo actúe exactamente como a vos te gustaría.
En lugar de ofenderse, Giovanni reflexionó muy seriamente sobre las palabras de su amigo. _Te iba a putear pero... tenes razón. Es al pedo hacerme mala sangre por el boludo de Arlo. Y si lo pienso bien, desde el verano que no le doy un beso a nadie. Es hora de volver al ruedo.
_ ¡Así se habla carajo!_ Lo alentó David._ Ahora salgamos al patio, que necesitamos un poco de aire._
_Yo me quedo acá. Tengo que adelantar algunas cosas de un trabajo._ Dijo Mateo.
_ Bueno, tranquilo. Somos vos y yo entonces Giova.
Los dos amigos se levantaron de sus asientos, dispuestos a buscar sus propias aventuras, sin preocuparse por los asuntos de Arlo, y cruzaron una puerta que para todos los que la habían traspasado había funcionado como una especie de punto bisagra. Del otro lado del marco de madera, aguardaba un suceso que cambiaría el curso de sus vidas para siempre.