Rosalie muere tras un accidente de tránsito, siendo ahogada por su desesperación y deseo de cambiar su vida, su último deseo es tener otra oportunidad para vivir una vida mejor. Al abrir nuevamente sus ojos estaba en un mundo distinto y en un cuerpo diferente. Esta se da cuenta de que el mundo en el cual reencarno, no es más que una novela romántica que leyó en su juventud "Señorita Letty", sin embargo, Rosalie ahora posee el cuerpo de Cristal Lawnig, la villana de la historia con una muerte trágica. Decidida a cambiar su futuro se ve obligada a tomar decisiones diferentes y cambiar el curso de la historia. Para cambiar su final, decide convertirse en la mujer malvada que terminara siendo la heroína.
¿Podrá Rolsalie cambiar la vida miserable de Cristal Lawnig, y tener una buena y duradera vida?.
Creada °• — •° 06/22 - 23
Editada °• — •° 03/24
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Capitulo 24: Ruidoso Despertar
—¡AHHHHHHHH!
El grito de Cristal rompió la tranquilidad de la mañana como una daga afilada. Su voz, impregnada de puro terror, retumbó en las paredes de la habitación y se deslizó por los pasillos adyacentes como un eco desbocado. El chillido provocó un sobresalto inmediato en el joven que dormía a su lado, quien cayó al suelo de espaldas, golpeándose con un sonido seco.
—¡Auuuch…! —se quejó él, sobándose el trasero mientras intentaba recuperar el equilibrio.
Cristal, aún adormecida y con los miembros entumecidos, apenas podía incorporarse, pero el shock era evidente en su rostro. Confusión, miedo y una creciente sensación de vergüenza danzaban en sus ojos cristalinos. Frente a ella, un joven de apariencia deslumbrante la miraba desconcertado. Su cuerpo era esbelto y fuerte, su rostro… casi irreal, como sacado de un cuadro celestial: ojos ámbar profundos, cabello color fresa despeinado, pómulos marcados y labios firmes, que ahora temblaban entre culpa y asombro.
—¡C-Cristal! —balbuceó el muchacho mientras se subía nuevamente a la cama, sentándose sobre sus piernas, extendiendo las manos hacia ella con una mezcla de nervios y torpeza—. Por favor, no grites…
—¡Pervertido! ¡Hay un pervertido en mi habitación! ¡AYUDA! —vociferó Cristal con todas sus fuerzas, agitando los brazos como podía mientras intentaba apartarse con torpeza.
El muchacho abrió la boca, escandalizado.
—¡¿Qué?! ¡No soy un pervertido! ¡Cristal, soy yo!
Sus palabras se perdían entre los gritos histéricos de la joven, que intentaba zafarse de la cama como si esta estuviera ardiendo. Maikel, desesperado, miró hacia la puerta con el ceño fruncido. Si alguien entraba en ese momento, la situación sería irreparable.
—¡Lo siento! ¡Pero no tengo otra opción!
En un segundo, se colocó a horcajadas sobre ella y, sin más, cubrió su boca con ambas manos. Cristal se sacudió con fuerza bajo él, intentando morder, patear, gritar… todo inútil. Su cuerpo aún no respondía del todo, y sus movimientos eran lentos.
—¡Tía Cristal, para!
La frase resonó como un latigazo en la mente de la pelirroja. Sus ojos se abrieron de par en par, y el forcejeo se detuvo por completo. Confundida, lo miró con el ceño fruncido, su respiración agitada.
—Tía Cristal… soy yo —susurró el joven, con una expresión genuina de preocupación—. Soy Maikel… ¿me escuchas?
Cristal lo miró como si acabara de decir que era un unicornio.
—Voy a quitar mis manos, ¿sí? Pero por favor, no grites. Solo… solo mírame.
Ella asintió, aunque con cierta rigidez.
—Bien —dijo él, retirando las manos con suma cautela.
Ambos se observaron en silencio. Una pausa tensa, como si el aire se hubiese congelado entre ellos. Hasta que…
—¡¡¡AAAAAAHHHHHHHHHHH!!!
—¡Maldición! —Maikel volvió a taparle la boca en un acto reflejo—. ¡CRISTAL! ¡Que soy yo! ¡¡Maikel!!
Los gritos se convirtieron en murmullos inentendibles bajo sus manos.
—¿Eh? No… no te entiendo.
Cristal rodó los ojos, visiblemente frustrada. Luego le hizo una seña con la mirada para que retirara las manos de nuevo.
—Oh… cierto —susurró el joven con una sonrisa nerviosa mientras obedecía.
—¡Tú no eres Maikel! —espetó Cristal apenas pudo hablar.
El chico se llevó ambas manos al pecho con fingido dramatismo.
—Auch… eso dolió más que cualquier golpe. Creo que mi corazón se acaba de partir en tres.
—¿Quién eres? ¿Qué haces en mi habitación? ¿Por qué estás en mi cama? ¿Dónde está Maikel? ¿Y cómo sabes mi nombre? —preguntó Cristal de golpe, soltando una ráfaga de preguntas sin respirar siquiera.
—¡Espera, espera, una a la vez! ¡Te lo explico!
—No, mejor grito.
Maikel reaccionó rápido, tapándole la boca una vez más.
—¡Si gritas, te amordazo y te llevo lejos de la mansión hasta que me reconozcas!
Cristal se quedó helada. Un escalofrío le recorrió la columna, y sus ojos comenzaron a brillar de miedo.. O quizás no tanto. Maikel se dio cuenta de su error de inmediato.
—¡N-no, lo siento! No fue mi intención asustarte… ¡me asusté yo también!
«¡Eso no se dice tan alegremente, idiota!», pensó Cristal mientras bufaba bajo sus manos.
—Por favor… mírame bien, tía Cristal. Soy yo.
Cristal lo observó con atención. Su mirada repasó cada rincón del rostro masculino. Ojos, nariz, labios… ese lunar apenas perceptible bajo el ojo izquierdo. Era… extraño. Tan familiar y tan ajeno al mismo tiempo. Maikel la miraba con esperanza, y sus mejillas se ruborizaron al ver cómo sus ojos recorrían su rostro con tanta intensidad. Finalmente, él retiró sus manos.
—Tía Cristal… —murmuró con voz temblorosa.
—Yo… no sé quién eres.
Maikel bajó la mirada, dolido. Sus hombros se hundieron ligeramente. En sus ojos dorados se formó un brillo húmedo, y Cristal sintió un leve pinchazo en el pecho. Sin saber por qué, alzó su mano con esfuerzo y la dejó sobre la cabeza del joven. Un gesto instintivo, casi maternal.
—Si en verdad eres Maikel… demuéstramelo.
—¡Sí! ¡Claro! —se incorporó con energía—. Me encontraste en la cocina robando pan, pensaste que te envenenaría y aun así decidiste adoptarme.
—Eso lo sabe medio castillo —refunfuñó ella.
—Sé que odias las verduras, que te encantan los chocolates, que el vino tinto con uvas verdes es tu favorito, pero lo niegas. Sé que te escondes detrás del rosal azul para comerte dulces a escondidas de Ian.
—Eso también lo sabe el cocinero.
—Pero también sé… que prefieres andar descalza, que detestas los tacones, que no toleras los corsets ni los vestidos con aros. Que no te gusta llamar la atención y por eso vistes con colores oscuros… aunque te encantan los tonos claros y las cosas brillantes.
Cristal frunció los labios. Su incomodidad era evidente.
—Sé que dejas que yo elija tu ropa aunque combine pésimo. Que te haces la dura, pero lloras en la almohada cuando nadie te ve. Sé que te esfuerzas por enseñarme modales, aunque tú apenas los sigas. Y que siempre me protegiste… aunque todos decían que era inútil hacerlo.
Las palabras cayeron sobre ella como gotas cálidas. Cristal ya no sabía si sentirse expuesta o enternecida. Su corazón latía con fuerza.
—Recuerdo que hacíamos pijamadas, y tú fingías que era una princesa. Cuando tenía pesadillas, me dejabas dormir en tu cama y me acariciabas el cabello hasta que me dormía. También recuerdo el día que dijiste…
Maikel sonrió.
—…que me querías.
Cristal se llevó ambas manos al rostro, rojo como un tomate.
—E-en ese entonces eras un niño —balbuceó—. ¡¡Esto es una locura!!
Maikel la miró con dulzura.
—Puede que mi cuerpo haya cambiado, pero mi alma sigue siendo la misma.
—E-esto… ¿puedes llamar al doctor Ian? Todavía no puedo moverme bien…
—¡Oh, cierto! ¡El sedante! ¡Voy de inmediato!
Y sin esperar otra palabra, Maikel salió corriendo de la habitación, casi tropezando con sus propios pies. Cristal lo observó desaparecer por la puerta, aún con las mejillas ardiendo y el corazón desbocado.
Se quedó en silencio unos segundos. Luego suspiró.
—Ese idiota… definitivamente vamos a tener una larga conversación.