Una relación nacida de la obsesión y venganza nunca tiene un buen final.
Pero detrás del actuar implacable de Misha Petrov, hay secretos que Carter Williams tendrá que descubrir.
¿Y si en el fondo no son tan diferentes?
Después de años juntos, Carter apenas conoce al omega que ha sido su compañero y adversario.
¿Será capaz ese omega de revelar su lado más vulnerable?
¿Puede un alfa roto por dentro aprender a amar a quien se ha convertido en su único dueño?
Segunda parte de Tu dulce Aroma.
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Capítulo 22
Misha estaba nervioso y no por tener que verse con sus hermanos ni tampoco por estar vestido como un prostituto, más bien porque, aunque su instinto lo guiaba, sabía que la situación podía tornarse realmente densa con Lev y Román. Ocultar su desprecio por ellos no sería fácil. Haría uso de todo su autocontrol para no provocarlos, porque lo que necesitaba era un acuerdo, o al menos que le dieran la espalda a Andrei. Si lograba eso, podría ir acorralando a ese bastardo hasta orillarlo a salir de su escondite.
—Llegamos —la voz de Zahid sonó ronca desde el asiento del copiloto.
Misha asintió en silencio, se acomodó la gargantilla gruesa de plata que usaría esa noche y, sin dudar, le entregó la cadena a Zev.
—Para que se vea creíble, debes arrastrarme con ella. Así como lo hacía Andrei con las zorras que compraba. —Lo dijo serio, sin titubear.
El alfa lo miró un segundo, tragando grueso. Sabía que ese papel lo ponía en un lugar incómodo. No era cualquier omega del que estaba hablando, era Misha, el jefe de toda una sección de la organización, alguien capaz de matarlo si sentía que había un atisbo de burla en el gesto.
Aun así, Zev tomó la cadena sin protestar.
Salieron del auto con pasos marcados. Zahid y Zev caminaban al frente con aire arrogante, como si fueran dueños de la calle. Detrás, Zev arrastraba a Misha de la cadena. El omega avanzaba con tacones altos, pasos torpes, la mirada clavada en el suelo, imitando una sumisión humillante.
La fachada del club era vulgar, chillona, con luces de neón parpadeando. El guardia de la entrada los detuvo con una mirada suspicaz, pero al final solo hizo un gesto con la cabeza para dejarlos pasar.
El interior era un golpe a los sentidos. La música estaba tan alta que se sentía como un martillazo en el pecho, repetitiva y sucia. El aire apestaba a feromonas, alcohol barato y sudor. Los omegas en las tarimas parecían idos, drogados hasta la médula, contorsionando sus cuerpos al ritmo de los beats.
Misha sintió un asco profundo, un recuerdo que le punzó en la memoria, pero lo contuvo. Tenía que seguir en el papel.
Mientras se abrían paso entre la multitud hacia una mesa vacía, un alfa se abalanzó sin previo aviso sobre él, sujetándolo del cuello y metiéndole la mano al trasero con descaro.
—¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? —gruñó con burla, evaluándolo como si fuera un pedazo de carne en exhibición—. Hijos de puta, ¿dónde encontraron esto? Tiene un trasero firme y jugoso.
Misha apretó los dientes. Estaba a una palabra de arrancarle la lengua, pero no alcanzó a moverse. Zahid dio un paso al frente, soltó un gruñido bajo y alzó la cadena en su mano como quien presume un trofeo.
—¡Aléjate! —espetó, firme—. Esta perra no está en venta. Es mía.
El alfa rió, carcajada gruesa, pero se echó atrás. No valía la pena buscarse un problema en ese antro.
Los tres llegaron a una mesa apartada. Zev se dejó caer en el asiento y de inmediato Misha se acurrucó contra él, fingiendo el papel de mascota obediente mientras sus ojos analizaban cada rincón. No tardó en encontrar la zona VIP, Lev debía de estar fumando y bebiendo como si estuviera en su trono en aquel lugar junto a Román.
—Jefe… realmente me está poniendo incómodo esto —murmuró Zev entre dientes, azorado por la cercanía del omega.
—Mantente en tu papel. —Misha apenas movió los labios—. Tenemos ojos por todas partes viéndonos.
Zahid entendió el gesto y los tres se encaminaron hacia la zona VIP. Dos guardias enormes les cerraron el paso.
—Para entrar aquí necesitan invitación. Lo siento.
Zahid sacó un sobre negro con letras plateadas y lo mostró con desdén.
—¿Una invitación como esta?
Uno de los guardias la tomó, la revisó bajo la luz ultravioleta y asintió.
—Es verdadera.
—Por supuesto que lo es. —Zev arqueó una ceja arrogante—. El mismo Román nos la envió y le trajimos un presente.
Tiró de la cadena haciendo que Misha trastabillara y quedara expuesto frente a los guardias. Uno de ellos levantó el rostro del omega con la mano y sonrió, tétrico.
—El señor Román se lo follará apenas lo vea. Es totalmente su tipo. Pueden pasar.
Los tres entraron con aire confiado, arrastrando al omega detrás. La diferencia era brutal afuera donde todo era ruido estridente y feromonas, adentro había silencio y gemidos apagados tras las puertas acolchadas de las salas privadas.
La última sala era la de ellos.
Abrieron y se encontraron con Román que estaba desplomado en un sofá, con un omega semidesnudo de rodillas entre sus piernas. El alfa ni se inmutó al verlos entrar, apenas balbuceó con voz acartonada, la mirada perdida, drogado hasta los huesos.
—¡Mierda! ¿No saben leer? Dice ocupado… vayan a buscar otro lugar… déjenme coger en paz…
Zahid le apuntó al omega de rodillas con la pistola.
—Fuera.
El muchacho salió corriendo, aterrorizado. Román ni se dio por aludido, apenas soltaba manotazos al aire, murmurando incoherencias.
Zev resopló.
—Es difícil creer que sean hermanos.
—Medio hermanos —corrigió Misha con desprecio—. Siéntense. Lev no tardará.
No pasaron ni tres minutos cuando la puerta se abrió de golpe. Lev entró pateándola, con dos guardias apuntando armas hacia ellos.
Misha sonrió.
—Te estábamos esperando.
Lev levantó la mano, ordenando a sus hombres que bajaran las armas y salieran. Cuando se quedaron solos, se acercó a Román, que estaba tirado en el sofá como un despojo humano.
—No era necesario atarlo —dijo, mirando a Misha—. Román es un idiota, pero no es peligroso.
—Sí lo era. Está completamente drogado, se estaba destruyendo a sí mismo. —Misha lo dijo con frialdad, sin apartar la vista de Lev.
El alfa suspiró. Sabía que su hermano menor tenía razón, aunque le pesara admitirlo. Román nunca había sabido controlarse.
—Bueno, hermanito. —Misha entrecerró los ojos—. Tenemos mucho de qué hablar.
Lev se acomodó en una silla.
—Primero que nada, quiero dejar en claro que rechazamos el llamado de Andrei. Hasta ahora somos neutrales. Que ustedes se maten no me afecta. Román maneja el barrio rojo, yo trabajo fuera de la organización.
—En esta guerra no hay neutrales. —Misha golpeó la mesa con la palma abierta—. O estás con Andrei o estás conmigo. Y te advierto si estás contra mí, los haré pedazos.
Lev sonrió con amargura.
—No has cambiado nada. Siempre el todo o nada.
—Siempre es así, hermanito. —Misha no parpadeó.
Lev se inclinó hacia adelante con la mirada clavada en él.
—Lo que me pides es imposible.
Misha se levantó, caminó hasta la barra, se sirvió un whisky y lo bebió de un trago. Luego volvió y se inclinó hacia su hermano a pocos centímetros de su rostro.
—Deja de dar vueltas y dime qué quieres a cambio.
Los labios de Lev se curvaron en una sonrisa fría.
—Quiero la organización. Quiero lo que me corresponde por nacimiento. Quiero mi lugar como sucesor. Si me das eso, estaré en primera fila cuando le cortes el cuello a Andrei.
Los ojos de Misha chispearon.
—Hasta que por fin muestras las garras.
Zahid y Zev intercambiaron una mirada incómoda. Esa tensión no era solo política, era personal, era sangre contra sangre.
Misha asintió lentamente.
—De acuerdo. Nunca fue mi intención quedarme con la cabeza de la organización es demasiado trabajo. Solo te pediré una cosa cuando lo tengas olvida que somos familia y nunca más me vuelvas a nombrar como tu hermano.
El aire se volvió espeso. Lev iba a decir algo más cuando el estallido los sacudió. Una explosión en la planta baja, gritos y disparos.
—¡Estúpido! —rugió Lev, abalanzándose sobre Misha—. ¡Me quieres matar aquí mismo!
—¡No he hecho nada! —bramó Misha, forcejeando—. ¡Esto debe ser obra de Andrei, alguien le vendió información!
Zahid y Zev sujetaron a Misha por los brazos.
—¡Es hora de salir de aquí! ¡ESTÁN LANZANDO BOMBAS!