En un giro del destino, Susan se reencuentra con Alan, el amor de su juventud que la dejó con el corazón roto. Pero esta vez, Alan regresa con un secreto que podría cambiar todo: una confesión de amor que nunca murió.
A medida que Susan se sumerge en el pasado y enfrenta los errores del presente, se encuentra atrapada en una red de mentiras, secretos y pasiones que amenazan con destruir todo lo que ha construido.
Con la ayuda de su amigo Héctor, Susan debe navegar por un laberinto de emociones y tomar una decisión que podría cambiar el curso de su vida para siempre: perdonar a Alan y darle una segunda oportunidad, o rechazarlo y seguir adelante sin él.
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Mi elección
Capítulo 23
Susan se sentía confundida y dividida entre su corazón y su cerebro. Por un lado, sabía que Héctor tenía razón sobre Alan y que debía alejarse de él, pero por otro lado, su corazón seguía sintiendo algo por Alan, a pesar de todo el daño que le había causado.
Mientras Héctor trataba de consolarla y ayudarla a superar sus sentimientos, Susan no podía evitar sentirse atrapada entre su amor por Alan y su deseo de escapar del dolor que él le había causado. Su corazón gritaba el nombre de Alan, pero su cerebro sabía que debía dejarlo ir para siempre.
La noche se cernió sobre Susan como una manta pesada y oscura, envolviéndola en una atmósfera de melancolía y nostalgia. Los recuerdos de su pasado comenzaron a aflorar, como fantasmas que habían estado esperando en las sombras.
Susan se sentó en su cama, rodeada de la oscuridad de la noche, y permitió que sus pensamientos se desbordaran. Recordó los momentos que había compartido con Alan, la pasión y el amor que habían sentido en el pasado. Pero también recordó el dolor y la tristeza que había experimentado cuando él la abandonó.
La noche parecía estirarse interminablemente, y Susan se sintió atrapada en un ciclo de recuerdos y emociones que no podían ser contenidos. Recordó la primera vez que conoció a Héctor, y cómo él la había protegido y cuidado como una hermana. Pero también recordó cómo había comenzado a sentir algo más por él, algo que no podía ser explicado.
Pero ahora, con la noche pesada y larga, Susan se sentía confundida y dividida. Sabía que Héctor solo la protegía como una hermana, pero también podía sentir que quizás ahora sí tendría una oportunidad con Alan, una oportunidad de ser feliz con los gemelos.
Pero se preocupaba por equivocarse. Se preocupaba por dejar que sus emociones la llevaran a tomar decisiones que podrían resultar en más dolor y tristeza. La noche parecía estar jugando con sus emociones, haciéndola sentir que estaba caminando sobre un filo de navaja, sin saber qué lado caería.
La oscuridad de la noche parecía estar absorbiendo su alma, haciéndola sentir que estaba perdiendo el control de sus emociones y de su vida. Susan se sentía como una hoja que había sido arrancada de su árbol, flotando en el viento sin rumbo ni dirección. La noche parecía estar jugando con ella, haciéndola sentir que estaba atrapada en un laberinto de emociones y recuerdos, sin salida.
La memoria de Susan volvió a aquel momento, cuando Héctor le dijo que era su hermana más pequeña, y que aunque ya tenía otra hermana, él la consideraba la mejor. En ese momento, Susan había estado a punto de confesarle sus sentimientos, después de días de pensarlo y considerarlo. Había visto la forma en que Héctor cuidaba y cargaba a los gemelos, y había sentido en su corazón que quizás tenían una oportunidad juntos.
Pero justo cuando estaba a punto de abrir su corazón, Héctor le dijo que era su hermana favorita, como si supiera de su declaración. En ese momento, Susan sintió como si hubiera sido golpeada en el estómago. Se dio cuenta de que Héctor solo la veía como una hermana, y que nunca podría ser algo más.
Desde ese día, Susan decidió dejar de fantasear con Héctor y solo pensar en él como él lo quería, como un hermano. Pero ahora, mientras recordaba ese momento, Susan se dio cuenta de que todavía sentía algo por Héctor, algo que no podía explicar. La noche parecía estar jugando con sus emociones, haciéndola sentir que estaba atrapada en un laberinto de sentimientos y recuerdos.
La mente de Susan volvió a vagar hacia Alan, el primer amor de su vida, el padre de sus hijos. A pesar de todo el dolor y la tristeza que él le había causado, Susan no podía evitar sentir un profundo afecto por él. Era como si su corazón estuviera atado a él de manera irreversible.
Y entonces, estaban los gemelos. Oh, los gemelos. Eran una copia miniatura de Alan, con sus mismos ojos azules y su misma sonrisa traviesa. Cada vez que Susan los miraba, se sentía como si estuviera viendo a Alan de nuevo, y su corazón se llenaba de una mezcla de emociones: amor, tristeza, nostalgia.
Susan se dio cuenta de que, a pesar de todo el tiempo que había pasado, todavía no había superado su amor por Alan. Todavía no había logrado olvidarlo. Y con los gemelos a su lado, era como si Alan estuviera siempre presente en su vida, recordándole lo que habían tenido y lo que habían perdido.
La noche había sido larga y oscura, pero justo cuando el amanecer comenzaba a asomar en el horizonte, Susan finalmente encontró la claridad que había estado buscando. Después de horas de reflexión y lucha interna, se dio cuenta de que sus sentimientos hacia Héctor eran de agradecimiento, de gratitud por todo lo que él había hecho por ella.
Se acordó de la forma en que Héctor la había ayudado a levantarse después de la caída, de la forma en que la había apoyado y protegido. Se acordó de la forma en que él había cuidado a los gemelos, de la forma en que los había hecho reír y sonreír.
Pero también, se dio cuenta de que sus sentimientos hacia Alan que eran completamente diferentes. No eran de amor, no eran de pasión. Eran solo recuerdos, recuerdos de un pasado que ya no existía.
Susan sintió un peso que se levantaba de sus hombros. Se sintió libre, libre de la carga de sus sentimientos hacia Alan y Héctor, se dio cuenta de que no necesitaba de Héctor ni de Alan para ser feliz. Solo necesitaba a sus hijos, sus pequeños.
Se levantó de la cama y se dirigió hacia la habitación de los gemelos. Los encontró dormidos, con sus pequeñas caras relajadas y sus pequeños cuerpos envueltos en una manta.
Susan se sentó en la cama y los miró, sintiendo una oleada de amor y gratitud. Se dio cuenta de que estos dos pequeños seres eran su todo, su razón de ser.
Se inclinó hacia adelante y los besó en la frente, sintiendo la suavidad de su piel y la calidez de su respiración.
"Los amo", susurró, sintiendo que su corazón se llenaba de emoción. "Los amo más que nada en el mundo".
Y en ese momento, Susan supo que había encontrado la felicidad. No era una felicidad que dependiera de un hombre, sino una felicidad que surgía de su propio corazón, de su propio amor por sus hijos.