Sacha, buscando una lectura emocionante, se topa con "Emperador, ¿por qué mataste a mi hermano?", una novela BL donde el emperador, obsesionado con Leo, lo mata accidentalmente al proteger a su hermana adoptiva.
Al terminar la novela, Sacha se ve transportada al mundo ficticio, convirtiéndose en la hermana adoptiva de Leo. Ahora, con el conocimiento del futuro, debe proteger a su hermano del emperador, un hombre que, aunque lo amaba, lo mató por un error trágico.
Sacha se enfrenta a un dilema: ¿puede cambiar el destino de Leo sin sacrificar su propia felicidad? ¿O se verá atrapada en un romance peligroso con el emperador, un hombre que, a pesar de su amor, es capaz de cometer actos terribles?
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Atrapados en la encrucijada
El bosque comenzaba a desdibujarse en penumbras, aunque la luz del amanecer teñía el horizonte de tonos anaranjados y rosados. Después de horas de cabalgar, la fatiga empezaba a hacer mella en Sacha y Leo. Cada crujido de las hojas secas bajo los cascos de los caballos y cada susurro del viento entre las ramas parecían demasiado intensos, demasiado cercanos.
Sacha detuvo su caballo de forma abrupta.
—Espera.
Leo giró la cabeza, observándola con una mezcla de exasperación y preocupación.
—¿Qué pasa ahora?
—No lo sé… —murmuró, escrutando su entorno con los ojos entrecerrados—. Algo está mal.
El graznido de un cuervo resonó sobre ellos, interrumpiendo el silencio inquietante. La sombra del ave cruzó entre las ramas antes de desaparecer en la densidad del bosque.
—Es solo un cuervo, Sacha. No empecemos con supersticiones —dijo Leo, aunque su tono reflejaba una leve incomodidad.
Ella negó con la cabeza.
—Los cuervos no son solo cuervos en lugares como este.
Leo resopló, pero no insistió. Conocía ese tono en la voz de Sacha, una mezcla de convicción y misterio que rara vez le daba margen para discutir.
El camino delante de ellos, apenas visible entre la maleza, parecía bifurcarse en varias direcciones, cada una igual de poco prometedora. Leo avanzó unos pasos, guiando a su caballo con cautela.
—¿Cuál tomamos? —preguntó, mirando las opciones.
Sacha no respondió de inmediato. Sus ojos se movían de un sendero a otro, pero no lograba identificar nada que le diera una pista.
—Sigamos el viento —dijo finalmente, señalando hacia la izquierda, donde las hojas se agitaban con una leve brisa.
Leo la miró incrédulo.
—¿El viento? ¿De verdad?
—¿Tienes una mejor idea? —replicó ella, con más firmeza de la que pretendía.
Leo suspiró, ajustando las riendas.
—Muy bien. Pero si nos lleva a un barranco, será tu culpa.
El camino que eligieron parecía empeorar a medida que avanzaban. Las raíces sobresalían del suelo, haciendo que los caballos tropezaran ocasionalmente, y el aire se volvía cada vez más frío.
—Esto no está bien —murmuró Sacha, frotándose los brazos para calmar el escalofrío que sentía.
Leo se giró hacia ella.
—¿De nuevo con tus presentimientos?
Antes de que pudiera responder, un ruido llamó su atención. No era el viento ni el crujir de las ramas. Era un gemido bajo, un sonido humano que parecía venir de algún punto cercano.
—¿Escuchaste eso? —preguntó Sacha, con el corazón acelerado.
Leo asintió, bajando del caballo con cuidado y desenfundando su espada.
—Quédate aquí.
—¿Qué? No, voy contigo.
—Sacha, no sabemos qué es. Quédate con los caballos.
Ella vaciló, pero finalmente asintió. Leo avanzó, sus pasos apenas haciendo ruido sobre el suelo cubierto de hojas. Sacha lo observó desaparecer entre los árboles, su mente llenándose de posibilidades aterradoras.
Pasaron unos minutos que parecieron horas antes de que Leo regresara, su expresión grave.
—Hay alguien ahí. Está herido.
Sacha descendió rápidamente de su caballo y lo siguió hasta el lugar. Entre las raíces de un árbol caído yacía un hombre cubierto de sangre y tierra. Su ropa estaba rasgada, y una profunda herida cruzaba su abdomen. Sus labios se movían débilmente, como si intentara hablar, pero apenas emitía un murmullo.
—¿Quién eres? ¿Qué te pasó? —preguntó Leo, inclinándose hacia él.
El hombre abrió los ojos con dificultad, sus pupilas desorbitadas por el dolor y el cansancio.
—El… pueblo… al este… —logró decir antes de toser violentamente.
Sacha se arrodilló junto a él, colocando una mano sobre su frente. Estaba ardiendo en fiebre.
—Tenemos que ayudarlo, Leo.
—¿Cómo? Apenas podemos cuidar de nosotros mismos.
—No podemos dejarlo aquí —insistió, su tono casi suplicante.
Leo apretó los dientes, claramente frustrado, pero asintió.
—De acuerdo. Pero si esto es una trampa…
—No lo es —lo interrumpió Sacha, levantando al hombre con cuidado—. No podemos ignorarlo.
Juntos lo colocaron sobre uno de los caballos, asegurándose de que no cayera. Con el peso extra, el avance fue más lento, pero Sacha sabía que no podían detenerse.
A medida que avanzaban, el paisaje comenzó a cambiar. Los árboles se volvían menos densos, y un débil rastro de humo apareció en el horizonte.
—Debe ser el pueblo del que hablaba —dijo Leo, señalando hacia el humo.
—Entonces, estamos cerca.
Cuando finalmente llegaron, el pueblo no era más que un conjunto de casas humildes rodeadas por campos áridos. La gente los miraba con desconfianza mientras pasaban, susurrando entre ellos.
—Necesitamos ayuda para este hombre —gritó Leo, intentando llamar la atención de alguien.
Un anciano salió de una de las casas, apoyándose en un bastón.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, con una voz ronca pero amable.
—Lo encontramos en el bosque. Está gravemente herido —respondió Sacha.
El anciano los guió hacia su casa, donde una mujer más joven, probablemente su hija, comenzó a tratar las heridas del hombre.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó el anciano, mientras observaba a Sacha y a Leo con cautela.
—Viajeros —respondió Leo rápidamente—. Huimos de problemas en la capital.
El anciano asintió lentamente, como si entendiera más de lo que ellos estaban diciendo.
—El bosque no deja salir a cualquiera —comentó en voz baja, casi como para sí mismo—. Si lograron llegar aquí, algo o alguien los está guiando.
Sacha sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Qué significaban esas palabras?
Leo, sin embargo, estaba más preocupado por el estado del hombre herido.
—¿Crees que sobrevivirá? —preguntó.
—Si los dioses lo permiten, sí —respondió la hija del anciano mientras trabajaba.
Sacha observó al hombre inconsciente y luego al anciano. Había algo extraño en ese pueblo, algo que no podía explicar. Y aunque estaban fuera del bosque, la sensación de peligro no desaparecía.
Sabía que habían escapado de una trampa solo para entrar en otra.