Atrapados Por El INSTINTO

El sol se había puesto ya, tiñendo el cielo de un profundo azul nocturno salpicado de estrellas titilantes. Oliver miraba por la ventana de su habitación, una tranquila brisa de verano se colaba por los resquicios de la casa, trayendo consigo un aroma a flores que insistía en recordarle que la vida aun florece, a pesar de las tormentas.

Leon entró en la habitación con un suave golpe en la puerta, una bandeja en las manos. —¿Te gustaría cenar? —preguntó, con una sonrisa a medio camino entre la preocupación y el amor.

Oliver se giró, la tristeza aún pesando en su pecho, aunque una parte de él también anhelaba la compañía de Leon. —Claro, huele delicioso. ¿Qué preparaste?

—Un poco de pasta con salsa de tomate fresca y albahaca. Y para el postre, helado de vainilla —dijo Leon, colocándola sobre la mesa. Se sentó a su lado, dejando que un silencio cómodo los envolviera.

Empezaron a comer, el sonido de los cubiertos chocando contra los platos sonando suavemente entre ellos. Cuando Oliver levantó la vista, se encontró con la mirada fija de Leon. Había una ternura en sus ojos que lo derretía.

—¿Cómo estás realmente? —preguntó Leon, rompiendo el silencio. —Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad?

Oliver dejó de masticar y, tras una pausa que pareció eterna, asintió. —Lo sé, y valoro eso. Solo es... todo esto me ha dejado confundido. A veces siento que podría desmoronarme.

Leon se inclinó hacia él, acercando su mano a la de Oliver. —No tienes que ser fuerte todo el tiempo. A veces, el dolor puede ser una puerta a algo nuevo, algo más hermoso —su voz suavemente resonó como un mantra en el aire.

Oliver sintió que un calor familiar comenzaba a erradicar el frío de su corazón. Sin embargo, había algo más en el aire, un sentimiento que palpitaba entre ellos. Era como un antiguo deseo que regresaba, una chispa que se negaba a ser extinguida.

Después de la cena, Leon propuso una caminata por el jardín, un rincón que había sido testigo de innumerables momentos compartidos. Cuando llegaron allí, la luz de la luna brillaba intensamente, bañando el espacio de plateado. Los aromas de las flores llenaban el aire mientras caminaban en silencio, uno al lado del otro, conectando con la naturaleza y entre ellos.

—Mira, el jazmín está floreciendo —dijo Leon, señalando una planta que había crecido robusta a lo largo de la pared del jardín. Sus flores blancas parecían relucir como pequeñas estrellas.

Oliver respiró hondo, disfrutando del dulce perfume que emanaba. —Es hermoso. Como una pequeña victoria en medio de todo esto —comentó, dejando que sus pensamientos fluyeran por la vulnerabilidad de la situación.

—Exactamente. La vida sigue, a pesar de las dificultades —respondió Leon, girándose hacia Oliver. El brillo de sus ojos reflejaba la luna y parecía desbordar amor—. Y también nosotros. Quiero que entendamos que este momento no debe apagar nuestra pasión, sino avivarla.

Oliver sintió que su corazón latía un poco más rápido. —¿Cómo podemos hacer eso? Todo a mi alrededor se siente tan... gris.

Leon dejó caer su mano y la llevó hacia la mejilla de Oliver, acariciándolo suavemente. —El amor no se limita a los momentos felices. A veces florece en medio del dolor, en la cercanía y en la vulnerabilidad. ¿Te acuerdas de cuando fuimos a ese festival de música? El modo en que nos dejábamos llevar por la música, como si nada más importara.

La memoria inundó la mente de Oliver; las luces, la música, el calor de la multitud y la conexión casi química que habían sentido ese día. —Fue increíble... era como si el mundo fuera solo nuestro.

—Podemos volver a sentir eso —propuso Leon—. Quizás podemos encontrar nuevos espacios donde nuestra conexión no solo sobreviva, sino que florezca. ¿Qué tal si hacemos un fin de semana en la naturaleza? Solo nosotros dos, lejos del ruido de todo esto.

—¿Acampar? —preguntó Oliver, un brillo de emoción surgiendo entre las sombras que lo acosaban.

—Sí, con fogatas, marshmallows, y dormir bajo las estrellas. Sin distracciones. Solo nosotros —dijo Leon con determinación—. Podemos hacer que esto sea nuestro espacio para renacer, para volver a conectar.

El corazón de Oliver se aceleró. —Suena perfecto.

Mientras la idea tomaba forma en su mente, la atmósfera cambió sutilmente. El aire se volvió denso con una anticipación electrizante. Leon se acercó un poco más, sus ojos brillando en la penumbra.

—Quiero que sintamos esto, Oliver. Que hagamos el amor, no solo en un sentido físico, sino a través de la conexión que tenemos, a través de los momentos difíciles que hemos sobrellevado —susurró Leon, acercándose más.

Oliver tragó saliva, sintiendo el latido de su corazón vibrar en sus oídos. La proximidad de Leon lo invadió con una mezcla de pasión y vulnerabilidad. ¡Cuánto deseaba ese contacto, esa chispa que había comenzado a encenderse una vez más!

—Leon... —comenzó, pero las palabras se detuvieron en su garganta, incapaces de escapar mientras se perdió en la profundidad de sus ojos.

—Está bien, Oliver —dijo Leon, pero su voz era un suave murmullo en el aire, como el susurro de una promesa compartida entre amantes. —Confía en mí.

Oliver lo hizo. En ese instante, algunas de las sombras que lo había abrazado durante semanas se evaporaron. Se acercó a Leon y, por un momento que parecía sedimentar la eternidad, sus labios se encontraron.

Fue un beso suave, cargado de emoción y significado, la culminación de todo lo que habían experimentado. Era la mezcla de dolor y amor, un recordatorio de que las pasiones renacientes a menudo surgen de las llamas de lo que se ha perdido. Con cada roce de piel, con cada suspiro compartido, sentía que la vida volvían a rebrotar entre ellos, como jazmines floreciendo en la oscuridad.

Cuando se separaron, sus frentes se tocaron, y una risa suave escapó de los labios de Leon. —¿Ves? A veces es en estos momentos donde encontramos una nueva forma de amar.

Oliver sonrió, sus ojos reflejando una mezcla de aprecio y alivio. —Nunca pensé que algo tan simple podría ser tan poderoso.

—Te prometo que juntos podemos superar lo que sea. Y con cada paso que avancemos, descubriremos cosas nuevas sobre nosotros mismos. Permíteme llevarte a estos lugares que nos ayudarán a entender el amor de una manera diferente —dijo Leon, su tono lleno de confianza.

De repente, Oliver sintió que una llama ardía dentro de él, una llama que había estado casi extinguida, ahora renacía. —No solo me permitiré, sino que estaré a tu lado en este viaje, Leon. Quiero experimentar esto contigo.

—Entonces vamos a hacerlo. A partir de ahora, cada instante que vivamos será un nuevo descubrimiento —contestó Leon, sus manos rodeando la cintura de Oliver, atrayéndolo más cerca.

Así, con el aire fresco de la noche envolviéndolos, cruzaron el umbral hacia una nueva etapa de su relación. Mientras las estrellas brillaban sobre ellos, un nuevo amor empezaba a florecer. En las sombras de la lucha, la pasión encontraba su lugar en el corazón, un recordatorio inquebrantable de que incluso en los momentos más oscuros, hay espacio para la luz.