La joven, cuyo corazón había sido destrozado por la crueldad de aquellos que una vez habían sido sus seres queridos, ahora caminaba por un sendero de venganza. Había perdido todo: su hogar, su familia, su inocencia. La amargura y el dolor habían dado paso a una sed de justicia, que la impulsaba a buscar a aquellos que le habían arrebatado todo. Sin embargo, el destino, que parecía tener un plan propio para ella, nuevamente la pondría a prueba. La joven se encontraría cara a cara con su pasado, y debería enfrentar las sombras que la habían perseguido durante tanto tiempo. ¿Podría encontrar la fuerza para perdonar y seguir adelante, o la venganza la consumiría por completo? Eso solo el tiempo lo diría.
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Capítulo 22
La dama de la reina Amalia se burló, su sonrisa cruel.
"Eso no es cierto. Todos dicen que una vez que el príncipe sea coronado, se deshará de ella y se casará con una concubina digna de una reina", dijo, disfrutando del dolor que causaba.
Las damas asintieron, susurrando entre sí, y Laura se puso roja de ira.
"No saben nada. La señorita Elizabeth es la elegida del príncipe, y pronto será la reina legítima", afirmó, su voz llena de convicción.
Elizabeth se levantó, su rostro pálido y su voz autoritaria.
"¡Ya basta!"
Las damas se callaron, intimidadas por la determinación de Elizabeth. "Lo siento, señorita Elizabeth", dijo Laura, su voz llena de arrepentimiento. "No deberían haber hablado así de ti".
Elizabeth sonrió débilmente, su corazón aún latiendo con ira.
"No importa, Laura. Ya sé qué piensan de mí", dijo, su voz llena de resignación. Con un gesto elegante, Elizabeth se alejó, dejando a las doncellas.
Elizabeth sentia su corazón latiendo con miedo y frustración. Las piernas le temblaban, era la primera vez que le hablaba a alguien de esa manera.
"Señora estuvo bien ponerla en su lugar", dijo Laura, con una sonrisa de satisfacción.
"Agradezco que me haya defendido, pero la próxima no lo haga", agregó Elizabeth, intentando calmar la situación.
Pero no hubo tiempo para reflexionar. Los guardias y las damas de compañía de la reina Amalia llegaron, sus rostros llenos de ira.
"¡Arresten a esa mujer, golpeó a mi dama!", gritó Amalia, su dedo acusador apuntando a Elizabeth.
Laura se interpuso, intentando proteger a su señora.
"¡Eso no es verdad, no es verdad!", gritó Laura, desesperada.
Elizabeth intentó tranquilizarla.
"Todo estará bien, Laura. No te preocupes".
Pero era demasiado tarde. Un soldado sujetó a Elizabeth del brazo y la arrastró hasta la prisión, un lugar oscuro y húmedo que parecía un infierno en la tierra.
Amalia la observó con una mirada superior.
"Esto es para que entiendas que aún no eres nadie aquí, y mucho menos para golpear a mi dama. Aprende a respetar, aún soy yo la reina".
Elizabeth miró las húmedas paredes y el piso lleno de bichos, su corazón hundiéndose en la desesperación.
¿Cuánto más tendría que aguantar? Cada vez era más difícil seguir en este lugar.
Las horas pasaron, y el silencio era opresivo. Elizabeth se sentó en el suelo, su mente llena de pensamientos oscuros.
De repente, escuchó pasos y la voz arrogante de Narón.
"¿No te cansas de meterte en problemas, verdad?".
Narón se acercó, su rostro enrojecido por la ira.
"¡Contesta! ¿Por qué lo hiciste?", gritó, su voz resonando en la celda.
"No juegues con mi paciencia", agregó, su puño cerrado.
Elizabeth, sentada en el rincón, miró hacia arriba, su expresión desafiante.
"¿Para qué le contesto?", respondió con calma. "Si de todas maneras no me vas a creer".
Su voz era firme, pero una sombra de tristeza cruzó su rostro.
Narón se detuvo, su ira fue contenida por un momento.
"¿Qué quieres decir?", preguntó, su voz ligeramente más baja.
Elizabeth se levantó, su mirada directa.
"Quiero decir que no importa lo que diga, siempre pensarás lo peor de mí", respondió.
El reencuentro con su amado está muy próximo