Esta es la historia de una joven enfermera, que tuvo que pasar por muchas adversidades, pero eso no la llevo a rendirse y lucho por lograr su sueño.
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23
Jazmín vivía con la abuela, una señora de unos ochenta años de contextura gruesa. Es tolimense y me invitaba los domingos a almorzar, y me daba clases de cocina.
Jazmín hacía todos los oficios de la casa. Era de padres separados y era la segunda de seis hijos.
Luego de hacer todo en la casa, ella trabajaba también de chequeadora en el puerto, y estudiaba.
Era una chica muy bonita, blanca, de ojos claros y cabello largo rubio.
Siempre que salíamos, nos preguntaban si éramos hermanas.
Llegó uno de los ingenieros en su carro a buscarme en la casa para ir a buscar a Jazmín.
— Buenos días, Juanita, ¿cómo estás?
Saludó a todos en la casa.
Respondí: "Buenas, Jaime, ¿cómo estás? Bájate".
Me dijo: "No, ven, vamos a buscar a Jazmín y damos una vuelta".
Le dije a mi mamá: "Ya vuelvo".
Salimos a buscar a Jazmín. Al llegar, la encontramos con golpes y mal arreglada. Yo me bajé del carro y llegué hasta la puerta.
— ¡Buenas! —y timbré.
Salió Jazmín con una escoba.
Me dijo: "Buenas, Juanita".
Le respondí: "Ajá, mami, vamos a dar una vuelta con Jaime que me fue a buscar a la casa".
Me dijo: "No, nena, no puedo. Mi abuela está de mal humor y hasta nos pegó a David y a mí". Mirá, me mostró los golpes.
Le pregunté: "Y eso, ¿por qué te pegó así de feo, mija?"
—Porque no me levanté temprano y no lavé los platos —me respondió.
Le dije: "No, mija, no es justo. O sea, que tú eres la empleada".
Jaime se bajó del carro. "Ajá, mami, vamos, ¿qué te pasó, mija?"
Cuando la abuela escuchó la voz de Jaime, salió como loca gritando groserías y cogió un palo.
Jaime y yo salimos corriendo, y Jazmín se quedó en la puerta. La abuela le partió ese palo encima, y nosotros viendo. La abuela la metió y cerró la puerta.
Me dice Jaime: "Ahí que salvar a Jazmín de esas garras". Ya habíamos llegado a la esquina y nos devolvimos. Me bajé y toqué otra vez.
Timbré y salió Jazmín. Ya se había puesto una bermuda en jean, un suéter blanco y zapatos tenis.
Creo que ella sabía que regresaríamos por ella.
Jazmín salió, venía caminando rápido, y me decía: "Corre, corre, boba, que viene mi abuela". Venía la vieja con otro palo para terminarla.
Salimos corriendo y Jaime no prendía el carro. Nos reíamos. La viejita casi nos alcanza.
Llegamos riéndonos a la casa para contarle a mi mamá. Desde ese día, Jazmín se quedó en la casa con nosotros.
Esos días eran color rosa para mí, años inolvidables. Sonrió y miró al cielo.
Trabajábamos juntas y todo lo hacíamos juntas. No nos dormíamos hasta la madrugada y nos levantábamos temprano a reírnos y hablar de nosotros y de Carlos y de Luis, el otro ingeniero que era pariente de papi.
A mí me gustaba, pero jamás me atreví a decirle. Solo Jazmín lo sabía.
Han pasado los meses y Jazmín hizo las paces con la abuela y volvió a mudarse junto a ella. Todavía sale con Carlos.
Con Julián Cortez no he salido más. De vez en cuando pasa por aquí y saluda. Me ha tocado trabajar duro. Volví a la primera empresa. Ahora soy la jefe de las impulsadoras.
Me toca acompañar a repartir a las niñas en las bombas, y después me quedo o en la de Gaira o en el Rodadero. O me gusta más cuando me ponen cerca a la empresa porque ahí les queda cerca a mis papás.
Este día repartimos a todas las chicas en su puesto y me fui con las mejores para el Rodadero. Es temporada alta y aspiro a vender mucho para llevar mucho dinero a la casa.
Salí por toda la orilla de la playa ofreciendo las promociones.
— Buenos días, a la orden, la promoción de aguardiente Diamante.
Algunos les encantaba la idea, a otros no. Otros solo se burlaban, pero ya a las doce del día, cuando habíamos llegado a las diez, y mientras nos mamábamos gallo y repartíamos el terreno y las promociones, estaba más que bueno.
Fui a pedir más para seguir vendiendo cuando me dice una de las compañeras llamada Felicia: "Ahora la que más vende, ¿qué?"
— Tú ahora te las quieres picar con nosotras y no sé de qué, si cuando llegaste a la empresa no eras más que el patito feo —y soltó la risa.
Me le acerqué a pasos firmes y pegándole con un dedo en su pecho diciéndole: "No me las pico de nada porque no soy nada, pero tampoco soy el patito feo. Tú a mí me respetas, y si no te gusta, te vas, porque ahora la que manda soy yo".
— Si no te gusta, me avisas para llamar a la empresa para que te recojan.
Felicia trataba de sacarme el cuerpo y no vio detrás de ella una raíz de matarratón y se cayó.
Todas se quedaron calladas y me miraban, pero al verla en el suelo, le ofrecí mi mano para ayudarla a levantar.
Me miró a los ojos y estiró su mano para dejarse ayudar.
Las otras compañeras la regañaron. "A ti te gusta eso porque Juana no se mete contigo y ni siquiera pelea con nadie".
— Ella está vendiendo, y eso lo hace para terminar más rápido porque ella no tiene por qué, porque ella tiene su sueldo ya fijo.
Mientras ellas la regañaban, yo cogía más promociones para llenar mi carrito y
salí.
Regresé, vendí todo. Eran la una y media.
Salimos a almorzar en un restaurante cerca. Eso también era un gran problema para mí, pues no comía todo.
Llegó la camioneta a recogernos, pero cuando llegamos a la empresa, ya los jefes sabían de la pelea. Me mandó a llamar el gerente de la empresa, el señor Arturo Juárez.
— Juanita, dime tú, ¿qué pasó?
Le respondí: "No, doctor, llegamos y nos repartimos el terreno. Yo regresé porque vendí todo, y cuando regresé, ella comenzó a decirme que yo me las quería picar más que todas y que quería vender más. Que yo era un patito feo".
— Se rió duro y me dijo: "Perdón, Juanita, ¿y es que usted no se ha visto en un espejo? Usted estaba mal arreglada, más no es que sea fea".
— Feíta ella. Usted es muy agraciada —y volvió a reír y los otros jefes.
Me dijo: "Además, usted ya no tiene por qué andar matándose para vender. Descanse y más bien quédese para que cuente y entregue las promociones".
La mandaron a llamar a ella para que ella también contara lo que pasó, para ver, me imagino, quién decía la mentira.
— Dime, Felicia, ¿qué fue lo que pasó, quién le faltó a quién?
— Dijo: "No, doctor, la culpa fue mía. La verdad, porque Juana ni siquiera habla. Yo le pido disculpas, de verdad".
Le respondí: "No ha pasado nada, no te preocupes".
Dijo: "El señor Arturo, bueno, dense la mano, y mañana van nuevamente para el Rodadero, Juanita. Ojo, vayan a entregar y para la casa a descansar hasta mañana".
— Hasta mañana, doctor, gracias.
Entregué y recibí lo que me tocaba, y cuando ya me iba, el señor Arturo mandó al conductor, ñoño, que nos repartiera. Yo vivía cerca, así que fui la primera en la repartida.
Hoy llegué a la empresa temprano. Todavía no habían llegado todas.
— Dije: "Buenos días, ¿cómo amanecieron?"
Me respondieron: "Buenos días, Juanita".
Nos entregaron las promociones y hoy no despacharon para las bombas, todas para el Rodadero.
Me quedé en el carro, como fue la orden, pero puse un puestico bien bonito con las botellas, y también vendí.
Cuando estaba allí sentada, esperando a las chicas que terminaran, llegó el marido de María solo y se puso a hablar conmigo. Él habla inglés, y llegaron unos gringos a comprar.
Ya hoy es una semana vendiendo en el Rodadero.
La camioneta se devolvió a traer más trago, y yo estoy con seis niñas que van a vender, entre esas Felicia, Omaira, Carla, y otras. Llega la policía del Rodadero.
— Buenas.
— Buenas.
— Disculpen, ¿ustedes tienen permiso para vender aquí?
Nos miramos y nadie hablaba. Yo creo que me cambió el color del rostro, y el corazón se me aceleró.
Respondí: "No, señor, ¿por qué?"
— Sus cédulas.
Ahí sí valí yo. Todavía era menor de edad y no tenía ningún papel encima.
Todas sacaron sus cédulas, y a las que no teníamos, nos llevaron para la inspección detenidas.