Dos jóvenes de la misma clase social, pero con diferentes personalidades. Se verán envueltos en una difícil situación. Ambos serán secuestrados, para beneficios de otros. ¿Qué pasará con ellos? ¿Lograrán salir ilesos luego de pasar un proceso traumático? Los invito a leer
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Capitulo 23
Edgar tenía por costumbre despertar temprano, le gustaba llegar a la empresa a la misma hora que los empleados. En los últimos días, cada mañana, al abrir sus hermosos ojos azules, Madolyn invadía su mente. Recordaba a esa hermosa, pero sus recuerdos eran manchados por lo ocurrido de noches anteriores.
Edgar creció lejos de su padre, su abuelo se encargó de darle amor paternal, y le inculcó valores. Sobre todo, respetar a las mujeres, y a los niños, ya que ellos eran los más débiles frente a las bestias llamada hombre.
Don Eduardo le decía a su nieto, «Hijo, somos animales por naturaleza, debe controlar tus instintos. Ni en tus peores momentos, olvide hacer la diferencia».
El rubio recordó a su abuelo, y la promesa que le hizo de no maltratar a una dama. Todo se derrumbó dentro de él, un hueco en el pecho se hizo inmenso, y sintió que caía al vacío. Le pidió a Dios que Madolyn algún día lo perdonara.
En el caso de Madolyn, al abrir los ojos, sus primeros pensamientos eran de esa trágica noche. Por ende, la primera persona que invadía su mente era Edgar, aunque pensaba en él con desprecio y aversión.
De algún modo, existía una conexión entre ellos.
Esa mañana, Alondra y Samuel disfrutaban de un delicioso desayuno, preparado por Pilar. Ellos platicaban de su siguiente paso a dar, y comentaron que les urgía que avanzaran los días. Querían realizarle una prueba de embarazo a Madolyn. Entre su acostumbrada conversación, dijeron lo que harían esa noche con los rehenes, y Pilar escuchó cada detalle minuciosamente.
Las horas avanzaban a pasos de tortuga para aquellos que no tienen nada que hacer, más que mirar las paredes de una perturbadora habitación. Así eran los días de Edgar y Madolyn.
A la hora del almuerzo, la señora Pilar entró a la habitación donde se localizaba Madolyn. La señora entró al lugar en silencio, ni siquiera le dedicó una mirada a la joven, y eso era extraño, ella siempre trataba de darle ánimos.
Madolyn la miró poner la bandeja en la mesita y dar la vuelta para retirarse.
— ¿Qué tienes?— le preguntó Madolyn, antes de salir.
Pilar abrió la puerta y chequeó que nadie la estuviera escuchando. Volvió y se acercó a la señorita.
— ¿Por qué quieres saber que tengo, señorita?
— Tu rostro muestra preocupación.
Pilar tenía el semblante triste por la conversación que escuchó en la mañana.
— Estoy preocupada por el señor Edgar.
Madolyn se sorprendió y abrió los ojos, extrañada, luego exhaló y retomó su apacibilidad.— ¿Qué le pasó?— preguntó sin mucho interés, mientras se dirigía a comer.
— Todavía nada, pero esta noche su suplicio será a un más grande que las veces anteriores.
— Podría dejarte de rodeo y contarme de una buena vez.
Pilar le dijo todo lo que sabía, y le pidió ayudar a Edgar.
— ¿Entonces únicamente te preocupas por él?— preguntó la joven, y se dio un sorbo de agua.
— Usted también me preocupa, pero obviamente él se sacrificará por usted. Permiso, señorita.
— Espera. ¿Qué puedo hacer?— indagó Madolyn
— Darle lo que piden, para ganar tiempo. Si ellos están relajados será más fácil buscar una salida.
Madolyn estaba renuente a aceptar las opciones de Samuel y Alondra, aunque era una lástima que Edgar fuera castigado bruscamente. La joven se dejó caer en la cama, y recordó todo lo vivido en los últimos días. Sabía que Edgar era una víctima de las circunstancias al igual que ella, pero él la había tocado íntimamente y eso era difícil de olvidar. Debía tomar una decisión, obviamente no quería salir lastimada.
——
La fría brisa de la montaña se colocaba por cada agujero de la cabaña, y los habitantes de dicho lugar, podían sentir el friolento clima.
Edgar, después de darse una ducha, se acomodó en la pequeña cama, intranquilo. Esperaba que se abriera la puerta, y entrara Samuel a decirle que lo llevaría al tranco, o algo peor. Sin embargo, cuando se abrió la puerta quedó pasmado por la presencia frente a él. Se puso de pie y no pudo articular palabras.
Era Madolyn, parada atemorizada, más atrás entraron Samuel y Alondra.
— ¡Taran! Sorpresa. — gritó Alondra
Madolyn y Edgar se miraron fijamente, ambos sintieron una sensación de hormigueo en el estómago.
— Primo, lo hemos analizado mucho, no te volveremos a azotar, cambiaremos de métodos.— aclaró Samuel
— ¿En serio? — preguntó Edgar, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
— Madolyn, acércate a él. — le ordenó Alondra.
La joven obedeció sin problema, ya sabía de qué hablarían sus verdugos.
Samuel notó una mirada de contrición de Edgar, hacia Madolyn, y eso le pareció gracioso, su primo estaba arrepentido.— Bien. Tenemos un mes para que Madolyn se embarace, debemos aprovecharlo al máximo. A partir de esta noche, tienen dos opciones, oh aceptan tener relaciones sexuales, oh, a uno de ustedes, se les cortará dos dedos. Cada vez que se nieguen a estar juntos, ese será el castigo.
Edgar bajó los brazos, y cambió el semblante apacible que mostraba, por uno aterrador. No obstante, estaría dispuesto a perder la vida para que Madolyn estuviera bien.
Todos estaban en silencio, era una decisión difícil para los secuestrados.
— Madolyn, era la afortunada, ¿Qué eliges?— indagó Alondra
— No la voy a tocar, pueden hacer conmigo lo que quieran. — dijo el valiente rubio.
— ¿Estaría dispuesto a ser mutilado por ella?— preguntó Samuel entre risa.
Edgar se sentó y con una media sonrisa cautivadora, e intimidante al mismo tiempo, le contestó. — Tú vives sin tres dedos, ¿Qué más da si me mutilan dos?
— Amor, Edgar es un caballero, deja que se sacrifique.— comentó Alondra
— Está bien. Los hombres te llevarán al patio, no quiero marchar el piso con tu sangre, a fin de cuenta, también es la mía.— planteó Samuel.