Alejandro es un político cuya carrera va en ascenso, candidato a gobernador. Guapo, sexi, y también bastante recto y malhumorado.
Charlotte, la joven asistente de un afamado estilista, es auténtica, hermosa y sin pelos en la lengua.
Sus caminos se cruzaran por casualidad, y a partir de ese momento nada volverá a ser igual en sus vidas.
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Una cena con verdades ocultas
Capítulo 22 – Una cena con verdades ocultas
El comedor principal de la posada costera era un espacio abierto y elegante, adornado con vigas de madera a la vista y grandes ventanales que ofrecían una vista espectacular de la bahía iluminada por la luna. Una larga mesa de caoba había sido dispuesta para el equipo de campaña, que esa noche se sentía extrañamente ruidoso y liberado por el día de descanso.
Había risas no forzadas y comentarios ligeros entre el equipo de logística, el asesor de prensa (Ricardo, un hombre voluminoso y entusiasta) y la encargada de marketing digital (Sofía, joven y eternamente pegada a su smartphone). Sin embargo, en el extremo de la mesa, donde se sentaban las figuras clave, la atmósfera era considerablemente más densa.
Alejandro estaba en el centro, como correspondía a su rango. A su derecha, se sentaron Giulia y Paola, a su izquierda, se sentó Charlotte, y al lado de ella, Marco, que irradiaba una felicidad silenciosa tras haber pasado la tarde entera con ella.
Alejandro, por su parte, era una esfinge. Siempre era serio y formal, pero esa noche su seriedad se había endurecido hasta volverse un bloque de hielo. Bebía su vino con lentitud y asentía de forma monosilábica a los comentarios de . Su lenguaje corporal era de una rigidez militar: espalda recta, mirada distante y manos apoyadas a los lados del plato con una quietud inquietante.
Nadie en el equipo se atrevía a atribuir su humor a algo más que al incesante estrés de la campaña. Creían que estaba sumido en una profunda reflexión estratégica. Ricardo, el asesor de prensa, comentó, con una palmada demasiado ruidosa en la mesa:
—¡El candidato está en modo zen! Analizando el próximo debate, seguro. Señor, ¿está de acuerdo en que debemos golpear con más fuerza en el tema económico?
Alejandro apenas levantó la mirada, el brillo de sus ojos solo revelaba una tensión contenida.
—La estrategia económica es sólida, Ricardo —respondió con voz grave—. La preocupación debe ser la ejecución. La disciplina en la imagen. La consistencia en cada mensaje que emitimos.
El comentario, aunque dirigido a la mesa entera, se sintió como un dardo frío que rozaba a Charlotte. Ella, sin embargo, no parpadeó.
Charlie, por su parte, se movía entre la profesionalidad y su habitual despreocupación. Se veía radiante, y eso no ayudaba a la calma de Alejandro. Cada vez que ella se inclinaba ligeramente hacia Marco para hacer un comentario bajo, o cuando él le acercaba el pan con un gesto rápido de servicio, Alejandro registraba la interacción.
Su mirada era una flecha de atención dividida. Intentaba concentrarse en las encuestas, pero su periferia estaba dolorosamente ocupada por la química de los jóvenes a su lado. Marco, sin percatarse de la lupa de su jefe, estaba en las nubes.
—Me gustó mucho la foto junto a la gaviota en el embarcadero —le susurró Marco a Charlie, sonriendo—. Parecía que estabas posando solo para mi. Deberías considerar una serie de fotos off-the-record.
Charlotte sonrió, una sonrisa genuina, y le dio un pequeño golpe amistoso en el brazo.
—Gracias. Pero mi talento es para que el candidato parezca una gaviota noble y accesible, no para ser fotografiada. No me desvíes del camino, Marco.
La broma hizo reír a Marco, y sus risas compartidas resonaron en el pequeño rincón de la mesa.
Justo en ese momento, Alejandro intervino, interrumpiendo la conversación sin un pretexto claro.
—Marco —dijo, su voz cortante como cristal—, el informe de la cobertura del mitin de ayer. Necesito un análisis detallado de los ángulos de cámara fallidos. Hubo un momento en que mi corbata parecía torcida en el feed en vivo. Quiero saber por qué no se corrigió inmediatamente.
La pregunta era absurdamente minuciosa y desproporcionada para el momento. Era un ataque oblicuo. Marco se puso inmediatamente serio.
—Por supuesto, señor. Fue un problema de zoom en el lente secundario. Lo solucionamos en segundos. Lo revisaré.
—No en segundos, Marco —replicó Alejandro, con un tono que no admitía réplica—. La imagen es todo. Cada segundo cuenta. Me gustaría que esa intensidad se aplicara a todo lo que hace su departamento.
El mensaje era claro para Marco: su jefe estaba molesto por su desempeño, o por su falta de concentración. Pero para Charlie, que había estado allí, el comentario sobre la "intensidad" se sintió mucho más personal. Sabía que Alejandro había visto la "intensidad" de su paseo.
Charlotte sintió la presión. Supo que la única manera de desviar la atmósfera era devolver la conversación al ámbito puramente profesional, pero con su toque habitual de sarcasmo.
—Señor Montalbán, creo que está siendo demasiado duro con el pobre Marco —intervino Charlie, su voz era casual pero firme—. Es difícil mantener el enfoque en la corbata cuando tienes un atardecer que parece sacado de un film épico y una multitud gritando. Es un artista, no un vigilante de protocolo. Quizá podríamos relajar un poco la disciplina visual, para que la humanidad del momento se transmita mejor.
Alejandro giró su cabeza hacia ella con lentitud, encontrando sus ojos verdes, que brillaban con una mezcla de burla y desafío. En ese momento, él no la vio como una empleada insubordinada; la vio como una rival, una mujer increíblemente hermosa que lo desafiaba directamente frente a todo el equipo.
«Ella está defendiéndolo. Está defendiendo el paseo», pensó, sintiendo una punzada de rabia fría.
—La humanidad es subjetiva, señorita Rossi —replicó él, bajando aún más la voz, creando una intimidad incómoda para los tres—. Y el arte es costoso. La disciplina, sin embargo, es la única manera de ganar una elección. Usted es una experta en imagen, debería saber que la percepción de la perfección es la moneda más valiosa que tenemos. Marco sabe esto.
—Y lo hago —contraatacó ella, sin perder la calma—. Pero la perfección aburre, señor. Crea distancia. La gente necesita un pequeño defecto para identificarse. Es mi trabajo encontrar ese defecto y explotarlo en su beneficio. A veces, un nudo de corbata ligeramente imperfecto es una estrategia mucho más brillante que la rigidez absoluta.
Marco, sintiéndose atrapado en medio de esta batalla verbal de alta estrategia, bajó la cabeza y fingió revisar un mensaje en su teléfono, esperando que la tierra lo tragara. El resto de la mesa había guardado silencio, notando que la temperatura había descendido varios grados.
Nadie, excepto quizás Giulia que conocía la naturaleza obsesiva de Alejandro, podía adivinar lo que realmente estaba sucediendo. Veían a un candidato exigente y a su consultora top debatiendo sobre la filosofía de la imagen, una escena habitual.
Pero Alejandro no solo debatía; él la estaba detallando de nuevo.
La forma en que su collar se movía con su respiración, la curva elegante de su cuello, el modo en que el sarcasmo hacía bailar un mechón de cabello sobre su frente. El hecho de que ella lo llamara "señor" con esa mezcla de respeto y superioridad intelectual lo estaba volviendo loco.
Ella era tan profesional, tan centrada en el trabajo que, para ella, este juego de palabras era solo eso: trabajo. Ella estaba completamente ajena a la corriente subterránea de celos que lo consumía, a la atracción que se manifestaba en esa crítica obsesiva. Él no quería ser el jefe; quería ser el hombre que la hiciera sonreír, pero la única emoción que podía proyectar era un control pétreo.
La cena terminó con la misma tensión con la que había comenzado. Mientras los demás se levantaban para tomar un café, Alejandro se quedó sentado, terminando su vino en un silencio calculador.
—señorita Rossi —la llamó, justo cuando ella se disponía a seguir a Marco fuera del comedor. Su voz era baja, apenas un murmullo que solo ella podía escuchar.
Ella se giró, su expresión de profesionalismo volviendo como un interruptor.
—¿Sí, señor Montalbán?
Él la miró fijamente. Se permitió, por una vez, dejar que una verdad asomara en sus ojos, aunque su boca diría otra cosa.
—Me alegra que haya encontrado su tiempo para recargar energías —dijo, la frase cargada de una intención que solo él entendía—. Pero asegúrese de que el resto del equipo entienda que este descanso ha terminado. La disciplina es absoluta a partir de ahora. Y por favor, mantenga las conversaciones sobre bokeh y gaviotas para las horas de descanso.
Charlotte sonrió, y esa sonrisa lo desarmó.
—Entendido, señor. Disciplina absoluta. Buenas noches.
Ella se fue, ligera y libre, dejando a Alejandro solo con su copa y la frustración punzante de no haber podido expresar lo que realmente sentía: que no la quería cerca de Marco, que la quería cerca de él. Y que el defecto que su consultora había encontrado para humanizarlo era el único defecto que él no podía admitir.