Desde un balcón teñido de rojo, una mujer observa el mundo con la certeza de quien ya lo domina.
No necesita tronos ni coronas. Su reino se construye con secretos, lealtades quebradas y pactos sin retorno.
Quien cruza su camino no sale ileso. Porque esta no es una historia de amor, sino de tentación, herencia y cicatrices que arden en silencio.
En un imperio tejido de sombras, el amor es una debilidad.
La venganza, un motor.
Y el poder… siempre cobra su precio.
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CAPITULO 20: "No tan rápido, no temo".
Narrador:
Ahora la revelación es aún más devastadora: Mireya no solo traicionó una vez, sino que traicionó dos veces a Elyrah, entregando también a otro de sus hijos.
Y mientras ella cree que cumplió su cometido y se prepara para irse satisfecha, los jóvenes, con las pruebas en mano, deben jugar su última partida con inteligencia para retenerla en la mansión, hasta que llegue ella.
Con la tensión contenida, astucia, y ese pulso que arde en el silencio.
Día 6 de 7 .
Al atardecer.
La mansión se tiñe de un tono ámbar y plomizo. El cielo presagia la tormenta. Dentro, algo se mueve entre las sombras.
En el pasillo principal.
Iker y la Ainelys caminan en silencio hacia la habitación de huéspedes. Sus manos están vacías, pero sus miradas cargadas de propósito. Ya saben todo. Ya no tienen que fingir vulnerabilidad, solo distracción.
Una última jugada para hacer que ella no se vaya.
En la habitación de Mireya.
Ella dobla su vestido con precisión militar. Dos valijas abiertas. Todo en orden. Siente que lo logró.
“La joven ya duda. Iker está dividido. Y la Señora sabrá que me debe otra vez.”
Cierra la primera valija. Va hacia la segunda. Pero un golpe suave en la puerta la interrumpe.
—¿Se puede?
Es Ailenys quien se asoma. A su lado, Iker, discreto, casi desganado.
—¿Vinieron a despedirme? —pregunta Mireya, sonriendo con falsa modestia.
—En realidad, solo queríamos pedirte algo —dice la joven, sin dejar que su voz tiemble.
Mireya alza una ceja. —¿Algo?
Iker da, un paso al frente. —Una última conversación. No como tutora, ni como emisaria. Solo como alguien que conoció a nuestros padres.
Mireya entrecierra los ojos. Algo en su interior se tensa. Pero accede.
—Cinco minutos. No más. Tengo que irme antes de que oscurezca.
Se sientan. La joven saca una pequeña libreta y un sobre cerrado. Que es tomado por Iker.
—Queremos que nos ayudes a entender algo. Una contradicción. Algo que no cuadra.
Mireya sonríe, pero ya no está tan confiada.
—¿Y eso?
—Tu nombre aparece en dos informes distintos. Con fechas separadas por cuatro años. Ambas están vinculadas a la muerte de los hijos de la señora Elyrah—dice Iker, sin rodeos, con tono sereno.
Un silencio incómodo se puede notar en el ambiente.
Con una chispa de luz, que si se enciende, todo volaría por los aires.
Mireya parpadea.
—No sé de qué están hablando.
El abre el sobre. Deja ver solo una parte de la copia: una firma, un sello, una sigla.
—Lo firmaste. El mismo día en que el hijo menor fue enviado a una misión encubierta,¿verdad? y nunca volvió.
Nerviosa:—Una coincidencia —intenta decir Mireya.
Iker se inclina, tranquilo.
—Entonces no te molestará quedarte una noche más, por si necesitamos aclararlo con ella directamente.
Ailenys se levanta. Le acomoda el cuello con gesto afectuoso.
—Además vos misma dijiste que las historias se repiten. Y nos enseñaste a mirar en los detalles.
Mireya intenta mantener la compostura. Pero algo en sus ojos se quiebra. El control, se le escapa entre los dedos.
—La señora no regresa hasta el fin de semana —murmura.
—Puede que regrese antes —dice Iker, abriendo la puerta—. Y no sería bueno que creyera que alguien se fue sin despedirse.
En el departamento.
Ella observa desde su monitor. No sonríe. No hace un gesto. Pero susurra apenas:
—Bien jugado.
Su hombre de confianza anota algo en un cuaderno.
—¿Les dará la estocada final, usted?
Ella se gira lentamente.
—No. Ellos ya tienen la daga. Solo necesitan aprender como usarla.
Mireya acepta quedarse, pero no por sumisión, sino porque entiende que si se va, sería admitir su culpa. Finge entereza, trata de imponer el control con frases calculadas y un aire de dignidad. Pero por dentro sabe que la soga está apretando. Y los jóvenes lo saben.
Mientras cae la noche. La tormenta prometida empieza a gestarse en la distancia. Truenos lejanos, ráfagas breves. En la mansión, el aire está cargado de algo que no se dice.
En el comedor de la galería.
La cena es discreta, servida por el personal en bandejas. Los tres están en la mesa, pero la energía ha cambiado. Nadie ríe. Nadie hace comentarios vacíos. Solo se escucha el tintinear de los cubiertos y la tormenta creciendo.
Mireya se limpia la boca con una servilleta de lino, y entonces rompe el silencio con voz templada.
—He decidido quedarme una noche más —anuncia con elegancia—. No porque tenga algo que demostrar. Sino porque no tengo nada que ocultar.
Los jóvenes levantan la vista, como si se hubieran sorprendido. Pero no es sorpresa: es una estrategia.
—¿Estás segura? —pregunta la joven con amabilidad simulada—. Habías dicho que tenías compromisos.
—Es verdad. Pero los compromisos no corren cuando uno sabe quién es —responde Mireya con firmeza—. Las dudas son ajenas. No mías.
Iker, sin dejar de mirarla, bebe un trago de vino. Luego deja la copa con suavidad.
—¿Y no tenés lo que pueda pasar mañana?
Mireya sonríe, pero su mandíbula apenas aprieta.
—¿Temer? Querido, cuando una ha sobrevivido a guerras internas, a alianzas rotas y a egos devastadores como el de ella, ya no se teme. Se anticipa.
La joven finge admiración.
—Entonces será interesante ver lo que sucede.
—Moderada pero con enteresa.—Estoy segura de que sí.
La cena termina y todos vuelven a retirarse.
En la habitación de Mireya.
Horas más tarde. Ella se mira al espejo. Se quita los aros, el anillo. Se sienta en la cama.
Por un segundo… solo uno… su rostro cambia.
No hay altivez. No hay máscara. Solo el rostro de una mujer que sabe que el pasado la alcanzó.
Abre el cajón de la mesita. Dentro, una pequeña jeringa con contenido oscuro. La observa. La vuelve a guardar. Suspira lentamente y se dice:
—“Si mañana llega, más vale morir de pie que frente al espejo.”
En el pasillo.
Iker y Ailenys caminan juntos en la oscuridad. No se hablan. Saben que ella eligió quedarse no por valor, sino porque tiene miedo. Miedo de que si huye, lo poco que le queda de poder se desmorone.
—Mañana es el final —dice él.
—O el, principio —responde ella—. Pero ahora no nos puede manipular. Sabe que la descubrimos y aún así no sabe cuánto.
Se toman la mano por un instante. Sin romanticismo. Sin ternura. Como soldados que reconocen al otro como el único aliado confiable.
Continuará...
Gracias 😊 querida escritora @Λlι Cαя∂ιηαlι✨ ♥️ por actualizar 😌 sigamos apoyando con me gusta publicidad comentarios y regalos ☺️🌻
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